Domingo, 3 de mayo de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › ESCENAS DEL COTIDIANO EN MEXICO
Hasta en la zona roja hay barbijos y el lugar es lo único que sigue abierto. Los laboratorios que no existen. Los primeros bloqueos de rutas.
Por Jaime Avilés
Desde México DF
Sobre la calle de Sullivan, en el centro de la capital, por lo menos 200 prostitutas se alinean codo a codo a lo largo de tres cuadras. Lucen, desde luego, minifaldas generosas, o jeans y blusitas para mostrar el ombligo. Cuatro de cada diez usan barbijos. Una doble hilera de coches desfila ante ellas a paso de homre. Los automovilistas también se protegen con mascarillas. El gobierno del Distrito Federal tiene un control absoluto sobre los establecimientos mercantiles de la ciudad: no hay nada abierto. No se puede ir al cine, a cenar, a beber, a bailar, a escuchar música en vivo, a hacer gimnasia, a nadar, a jugar boliche, squash. Nada. Todo por ahora está vetado, excepto quizá las prostitutas que, hasta donde se alcanza a ver, nadie se lleva al río.
“No sé ni para qué vine”, dice Arlette, de 24 años, originaria de Oaxaca, al sur del país. “Nomás pasan y pasan escuincles (jovencitos) que nos hacen perder tiempo. Esto está muerto...” A propósito de muertos, ¿conoces a alguien que se haya muerto de influenza? “Esta semana sí he sabido de tres muertes: un señor de 62 años, que se murió de insuficiencia renal; un bebito que se ahorcó con el cordón de su mamá y una señora que murió al dar a luz”. ¿Dónde sucedió esto? “En la colonia donde vivo, por el Reclusorio Norte” (un barrio como Lanús). Pero “de influenza nadie”.
De estigmas y golosinas
El virus A H1N1 ya no se llama porcino tras el brutal exterminio de cerdos emprendido en Egipto. Como explican una y otra vez los expertos en la televisión, es sesenta veces más pequeño que una célula y “no viaja más de 50 centímetros cuando salta de la nariz o la boca de una persona enferma que tose o estornuda. Si no estamos muy cerca de esa persona, es improbable que nos contagie. El problema empieza cuando los miles de virus que esa persona dispersa al estornudar caen sobre la superficie de las cosas: la mesa, la silla, los platos, el teléfono, un libro, lo que sea. Porque el virus se mantiene vivo en contacto con el aire varias horas y si uno toca la mesa, la silla, etcétera, se lo adhiere a la piel de la mano, y luego si se mete el dedo en la nariz o en la boca, o se frota los ojos, ahí sí que se puede contagiar”.
Pero la gente no acaba de comprender que el verdadero riesgo de contagio está en las manos y no en el aire. Si así fuera, millones habríamos caído ya, patas arriba, como moscas. Después de atravesar media ciudad por túneles subterráneos, encerrado en un vagón con distintas personas que subían y bajaban en cada parada, y que podían estar infectadas o no, la noche del viernes un jovencito salió del Metro en la estación Mixcoac –“lugar de serpientes” en náhuatl, el barrio donde nació Octavio Paz– y sólo entonces se cubrió la boca y la nariz con la mascarilla de trapo.
Tres días antes, el martes 28, en Coyoacán (su equivalente en Buenos Aires sería San Telmo), dos muchachitas iban por una calle empedrada, cada cual con su cubrebocas, y no pudieron resistir la tentación de comprarse un helado de pistache. Acto seguido, se quitaron la protección y compartieron la golosina a chupetones, muertas de risa. Esta devoción por los tapabocas –que en realidad de poco o de nada sirven porque a la media hora se empapan de saliva y se convierten en trampas para cazar nanomonstruos–, engendró desde el primer momento un mercado negro y su precio saltó de un peso, que costaban en las farmacias, a 7,50 en la calle.
Pero si la economía del pánico ha ocasionado también afluencia de multitudes histéricas a los supermercados, las repercusiones internacionales de la crisis no han sido menos deslumbrantes. Al conocer que los gobiernos de Argentina y Cuba cancelaron los vuelos desde y hacia México –medida que intentó secundar Francia, pero fue rechazada por la Unión Europea–, el gobierno de Felipe Calderón recomendó a los habitantes del DF no salir de sus casas del 1° al 5 de mayo. Muchos capitalinos, ni tardos ni perezosos, partieron hacia los centros vacacionales.
Y anteayer, jueves, en Acapulco, el mítico puerto del Pacífico, un vehículo con placas del DF fue apedreado por un grupo de jóvenes en señal de repudio. Lo peor fue que, al ser cuestionado por los medios acerca del incidente, el alcalde Manuel Añorve Baños, justificó la agresión, y dijo: “todos lo que no tengan nada que hacer en Acapulco que se vayan a sus casas”.
La ocupación hotelera, en todo el país, es inferior a 10 por ciento, se supo anoche, mientras en la Sierra Gorda del estado de Querétaro, una región célebre por sus misiones franciscanas del siglo XVII, grupos de campesinos bloqueaban la única carretera asfaltada para detener a los autos con placas del DF y exigirles que volvieran por donde habían venido.
Bajo sitio
En el DF, desde el viernes 24 de abril todos los planteles escolares fueron cerrados “hasta nuevo aviso”. El propio viernes el alcalde capitalino, Marcelo Ebrard, de la coalición de izquierda que se opone tenazmente al gobierno conservador de Felipe Calderón, ordenó el cierre de cines, teatros, salas de concierto, museos y bibliotecas, así como la cancelación de más de 550 espectáculos al aire libre. El sábado 25 se decidió que el domingo todos los partidos de futbol se harían a puerta cerrada y los templos no celebrarían misas. Un nuevo golpe psicológico se produjo ese mismo domingo en la tarde, cuando en la plaza de toros de Aguascalientes, con el público borracho y eufórico en las tribunas, se dio a conocer que se cancelaba la corrida “por la epidemia que está sufriendo el país”. Los aficionados fueron conminados a evacuar las instalaciones de prisa, como si un ejército invasor acechara tras las murallas.
El pánico social, que ya estaba en efervescencia, se intensificó el lunes 27, cuando el gobierno capitalino decretó el cierre de los 35 mil restaurantes más gimnasios, piletas y cualquier espacio deportivo. Los empresarios gastronómicos protestaron con firmeza: “Estamos perdiendo millones de pesos diarios y peligran más de 450 mil empleos”. Ebrard, el alcalde, respondió anticipando que su gobierno contemplaba la clausura temporal de todas las líneas de Metro, Metrobús y microbuses, pero aclaró que los restaurantes podían vender comida para llevar o surtir pedidos a domicilio. Muchos negocios, de inmediato, colocaron pizarrones delante de sus rejas con ofertas mas sospechosas que atractivas: “Todo al dos por uno”. La cámara de restauranteros reportó que cada establecimiento, en promedio, había vendido tres platillos al día. Un desastre.
La danza de los muertos
A fines de los ’90 existían en México tres organismos oficiales vinculados con el tema epidemiológico: el Instituto Nacional de Higiene, el Instituto Nacional de Virología y los Laboratorios de Biológicos y Reactivos de México. Los dos primeros se dedicaban a los virus conocidos en el país y diseñaban fórmulas para combatirlos. El tercero surtía vacunas, sueros, inmunoglobulinas y reactivos de diagnóstico al aparato gubernamental de salud. Las tres entidades desaparecieron por decisión oficial entre 2000 y 2006, y el país quedó inerme en esta materia.
Cuando aparecieron los primeros casos de influenza porcina, en el DF y Oaxaca, a mediados de marzo, las instituciones de salud pública no fueron capaces de identificarlos por falta de herramientas. Cuando el problema se agravó, en la segunda quincena de abril, México envió muestras clínicas a laboratorios canadienses para que las analizaran. Ese proceso demoró hasta el jueves 23 de abril.
Como la situación no podía seguir manejándose a larga distancia, tanto la Organización Mundial de la Salud como el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos, instalaron en el DF un laboratorio altamente equipado para descifrar la epidemia. Y cuando éste dio sus primeros resultados, el martes 28, empezó la danza de los muertos. Para ayer al final de la tarde eran 16 los casos “plenamente confirmados” y la credibilidad del gobierno, que supo anunciar veinte, continúa a la baja.
En una sociedad tan politizada como la del DF, donde amplios sectores sostienen que Calderón llegó a la presidencia mediante un fraude electoral en 2006, y que inició una supuesta guerra contra el narcotráfico como pretexto para militarizar el país y afianzarse en el poder, el manejo informativo de este brote epidémico ha generado más suspicacias que certezas, sobre todo porque, ante el asombro del mundo entero, las autoridades se han negado a proporcionar datos verificables sobre los muertos, cuyo número crece y disminuye a capricho del ministro de Salud.
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