Viernes, 19 de junio de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Horacio Cecchi
Desde el primer día en que tomé el caso de María Marta para relatar su doble muerte, todo resultó un atado de imprevistos y sorpresas, donde dos lógicas recorrían la realidad, una por encima, la que se nos relataba a los medios, y otra por debajo, a la que no se tenía acceso. Esta segunda lógica que sólo estaba dicha en los gestos y discursos de un entorno de personas que dividían la realidad, la compartimentaban, el mejor método de desfigurar la historia. Esa fue la estrategia de la defensa, y esa fue la lectura que logró hacer el tribunal de Casación, lectura que no supo o no pudo hacer el Tribunal 6 respecto de la acusación de homicidio. Ya había olvidado, como creo que hizo buena parte del resto de la sociedad, el hilvanado de los hechos. Pero me bastó la lectura de la sentencia de Casación para recordar una a una las urdimbres del caso. La muerte en la bañera; los charcos de sangre; el grifo asesino; el pituto en el pozo ciego primero, y los cinco pitutos en el cráneo de María Marta después para sorpresa inédita de los forenses. El certificado de defunción trucho, las engorrosas explicaciones después; el “pará la policía”; las acusaciones a los vigiladores y a Nicolás Pachelo, que solamente aparecieron en escena cuando convino su aparición. Nunca antes. Pese a que los miedos sobre el vecino enfant terrible eran muy anteriores. Las teatralizaciones de los testigos de la defensa, sorprendentes actuaciones ante el Tribunal Oral 6 durante un juicio que desde el inicio pareció un escenario montado. Un fiscal verazmente cuestionado por lentitud inicial, que intentaba recuperar terreno a pasos agigantados; tres stoppers como colaboradores; la defensa que querellaba, o la querella que defendía.
La confusión eterna del caso fue la mayor sorpresa y la mejor estrategia. El tribunal de Casación señala en su sentencia, en repetidas situaciones, “lo absurdo”, “lo infantil”, “la inconsistencia” de las argumentaciones de la defensa. Cómo pudo haber trascurrido el relato del grifo asesino y de las bandas de vigiladores sin cuestionamiento ante la propia Justicia en el proceso. Cómo pudo haber relatado el periodismo semejantes historias incongruentes. Porque la historia completa suena absurda, pero tratada en mosaicos es suceptible de veracidad.
La última sorpresa del caso me la reservaba la defensa una vez más. El abogado de Carrascosa, Alberto Cafetzoglus, se mostró “sorprendido” por la urgencia del fallo y lo vinculó a las elecciones. ¿Acaso, si hubiera sentenciado en noviembre, como dijo saber el abogado según “trascendidos”, sería inocente?
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