SOCIEDAD › OPINIóN

No aprender más

 Por Eduardo Aliverti

El caso de la familia Pomar cierra el año con una enseñanza sociológica y política que tiene tanto de formidable como de obvia. Y lo terrible es que para eso haya vuelto a necesitarse una tragedia.

También es funesto que, con excepción de unos pocos colegas y analistas, los medios hayan camuflado la enésima lección dejada por el tema. Desviaron hacia: a) meros problemas de análisis e implementación investigativos; y b) el encuadre de ello como parte de una ineficiencia “crónica” de las fuerzas policiales y de seguridad, por carecer de una conducción política adecuada. ¿Adecuada con quiénes y para qué?, es la gran pregunta que no se animan a responder quienes insisten, por inconciencia o intereses concretos, en producir y amplificar el alarido vacuo de mayor “seguridad”. Los Pomar devolvieron al escenario la realidad de la Maldita Policía, aunque en verdad no puede volver lo que nunca se fue. Y qué curioso: desatada una nueva y ya incontable purga en la cúpula de la Bonaerense, en la consideración mediática el punto parece haberse agotado. Volvimos a la manifestación palermitana de los hijos de la soja, los vecinos de los barrios acomodados y sus flamantes representantes parlamentarios. Ya está, echaron a los inútiles más obvios, a algunos de la plana mayor y aquí no ha pasado nada, como lo dieron a entender en sus últimas ediciones los diarios grandes de alcance nacional, que desaparecieron el caso de sus portadas o lo remitieron a intríngulis menores de la cadena de responsabilidades.

Un artículo de Hernán Jaureguiber y Bernardo Alberte (h), bajo el título “Una mirada dialéctica de las causas y soluciones al problema de la inseguridad”, circula en las últimas horas y brinda un marco conceptual tan sencillo como preciso a las implicancias de lo sucedido con los Pomar. “Hallados los cuerpos y el automóvil a la vera del camino, en el lugar más obvio para encontrarlos a las pocas horas del accidente, su demora de 24 días es la muestra más palmaria del siniestro accionar policial y de su descontrol (...) ¡Qué huérfanos de musas inspiradoras han quedado quienes se atrevan a abordar el género literario de la novela policial! Lejos del genial Sherlock Holmes, nuestros sabuesos han demostrado que sólo tienen olfato para la mozzarella y los delitos de prostitución y narcotráfico, claro que en estos casos como socios del crimen (...) A la lista de fracasos policiales debe agregarse la impunidad y el escándalo en el procedimiento, que incluye incriminar a las propias víctimas (...) como el padre de la niña Sofía, detenido y sospechado al igual que lo ocurrido con Fernando Pomar en estos 24 días. Qué decir del destino del testigo Julio López. O de José Luis Cabezas. O de la masacre de Ramallo. O (...) de Kosteki y Santillán. Siempre la Maldita Policía involucrada directa o indirectamente. Imposible no sumar a la lista las vinculaciones en el caso AMIA. (He ahí) el comisario Palacios, devenido en la respuesta de Macri para garantizar seguridad a sus vecinos (...) ¿Cuántas muestras más se precisan para saber que quienes deben garantizar la seguridad no saben absolutamente nada del tema (...) y que además están involucrados en los peores crímenes que deberían combatir? (...) Es inconsistente cualquier argumento que se dirija únicamente contra las autoridades civiles, para fundar el descontrol de estas fuerzas (...) Las condujeron menemistas fiesteros, militares fascistas como Aldo Rico (...) recontra-derechosos como Macri (...) Es notorio que no depende de la conducción política ni judicial, porque no esperarán que un ministro reemplace al custodio de una sucursal bancaria, mientras éste manda mensajes de texto en vez de estar atento a la circulación de personas (...) ni que la fiscal recorra, a pie o a caballo, los 40 kilómetros donde fueron encontrados los cuerpos de los desdichados Pomar”. La tarea de purgar a las fuerzas es “sumamente extensa, en tiempo que no evacuará las necesidades urgentes de los atemorizados clamantes de seguridad (...) Si existen soluciones, no son sencillas ni pueden ejecutarse con la celeridad que espera parte de la población, mediante reclamos amplificados por los tendenciosos medios de comunicación”.

La nota aborda después, bajo el resaltado de que el problema no es la pobreza sino la riqueza, la contradicción primaria en torno de que pueda resolver las cosas un sistema que sigue produciendo pobres y cuyos ricos se exhiben pornográficamente. Y reitera su sencillez categórica al contrastar el ingreso a las villas para encontrar delincuentes en lugar de a la AFIP, para descubrir dineros ilícitos mucho más importantes que el producto de un arrebato callejero. O el robo de un automóvil contra la comercialización de sus autopartes en lugares bien visibles, donde consume una clientela consciente de que no importa el origen sangriento de lo que paga más barato. O el patotero tan difícil de buscar entre la multitud, contra lo fácil que es descubrir al jefe de la patota. Esos asertos indesmentibles sí colocan en primer plano la responsabilidad política, porque en definitiva se trata de un sistema que debe reprimir lo propio que genera. No está en aptitud ideológica para corregir que la Policía, lejos de ser parte de la solución, es una pieza fundamental del problema. Las políticas de contención social desarrolladas hasta ahora demuestran su agotamiento, aunque no deba perderse de vista –sin que sea consuelo– el hecho de que las grandes urbes argentinas son casi un mar plácido en comparación con la mayoría de los países latinoamericanos. Pero el mismo proceso de crecimiento o reactivación económicos, sin que dé lugar a resolver el núcleo duro de pobreza e indigencia, agrava las tensiones sociales. Y para coronar se metió la droga, en niveles de penetración inéditos de los que la Policía también es parte constitutiva. En consecuencia, hay una tenaza que aprieta, a un lado, por las características ínsitas de una sociedad de exclusión; y al otro, por el funcionamiento ya desbocado de sus fuerzas de seguridad (?), que en la más benévola de las hipótesis operan autónomas frente a sus comandantes civiles. Trata de personas, proxenetas, narcotráfico, desarmaderos, bandas de asaltantes, secuestros. No hay forma de que la Policía no aparezca comprometida en todo ello, virtualmente siempre.

Como por algo se empieza y como el camino es demasiado largo, o se toma conciencia de que las cosas funcionan así, y de que a esta altura es llanamente de lunáticos pedirle protección a semejante estructura de mafiosos e ineptos; o se seguirá gritándole “seguridad” a un vacío que, en realidad, está llenado por un torbellino de uniformados cómplices y capaces, ya, de atentar contra la propia ciudadanía “bienpensante” que exige mano dura. Ahí están los Pomar, como horribles testigos de que no aprendemos más. Y el gran periodismo independiente, menos que menos.

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