Lunes, 14 de diciembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
Obama tomó algunos cursos de teoría política en Harvard. Yo también, pero con mejores profesores. El discurso que pronunciara al recibir el Premio Nobel de la Paz –inmerecida distinción que todavía hoy suscita reacciones que van desde la hilaridad a la indignación– revela que no aprendió bien la lección y que su interpretación de la doctrina de la “Guerra Justa” sólo puede calificarse con un aplazo.
Tal como lo afirma una de las más rigurosas especialistas en el tema, Ellen Meiksins Wood, esa doctrina se caracterizó desde siempre por su enorme elasticidad, capaz de ajustarse a las necesidades de las clases dominantes en sus empresas de conquista. En su alocución, Obama dijo que una guerra es justa “si se libra como último recurso o en defensa propia; si la fuerza utilizada es proporcional; y, cuando sea posible, los civiles son mantenidos al margen de la violencia”. Esta interpretación distorsiona considerablemente la formulación original de la doctrina –que se remonta a San Agustín y Santo Tomás– hasta hacerla coincidir con la teoría de la “Guerra Infinita” pergeñada por los reaccionarios teóricos del “Nuevo Siglo Americano” y fervorosamente adoptada por George W. Bush para justificar sus tropelías a lo ancho y a lo largo del planeta. Los imperialistas recelaban de la doctrina de la “Guerra Justa”, aun con sus sucesivas adaptaciones, porque no creían que fuese lo suficientemente flexible como para otorgar una justificación ética de su rapiña. Había que ir más allá, y la teoría de la “Guerra Infinita” fue la respuesta.
Pese a sus modificaciones, la formulación original de la “Guerra Justa” sostenía la necesidad de satisfacer ciertos requisitos antes de ir a la guerra: (a) tenía que haber una causa justa; (b) la guerra debía ser declarada por una autoridad competente, con el propósito correcto y una vez agotados todos los otros medios; (c) tenía que existir una elevada probabilidad de lograr los fines perseguidos y (d) los medios debían estar en proporción a esos fines. A lo largo de los siglos las periódicas flexibilizaciones de los teóricos de la “Guerra Justa” fueron relajando estas condiciones a tal punto que perdieron todo importancia.
En el caso que nos ocupa, Obama hizo una encendida defensa de la guerra de Afganistán –secundada por otras 42 naciones, entre ellas Noruega, dijo– al paso que en un alarde de optimismo declaró que la guerra en Irak estaba próxima a su finalización. Por lo visto, la interminable sucesión de muertes, sobre todo de civiles inocentes, que a diario ocurren en ese país por culpa de la ocupación norteamericana es para el ocupante de la Casa Blanca una nimiedad que no puede ensombrecer el diagnóstico triunfalista que el establishment y la prensa propalan en Estados Unidos. Pero aun dejando de lado estas consideraciones, es evidente que ni siquiera los muy laxos criterios esbozados por Obama en su discurso son respetados por Washington en los casos de las guerras de Irak y Afganistán: no se trató de un último recurso, pues la casi totalidad de la comunidad internacional insiste en la necesidad de buscar una salida diplomática al conflicto; no se puede hablar de defensa propia cuando el enemigo del cual hay que defenderse está definido de modo tan difuso que torna imposible su precisa identificación; la falta de proporción entre los agredidos y el agresor adquiere dimensiones astronómicas, toda vez que la mayor potencia militar de la historia de la humanidad se ensaña contra poblaciones indefensas, empobrecidas y dotadas de rudimentarios equipamientos bélicos; y, por último, si hay alguien que no ha sido mantenido al margen de la furia destructiva de las fuerzas armadas de Estados Unidos es la población civil de Irak y Afganistán.
En suma: no hubo ni hay una causa justa para estas masacres, algo crucial para la teoría tradicional. Salvo que Obama crea todavía que había “armas de destrucción masiva en Irak” (una perversa creación de la propaganda pergeñada por Bush, Cheney, Rumsfeld y compañía), o que Osama bin Laden y Saddam Hussein compartían un proyecto político; o que la población afgana encomendó al primero cometer los atentados del 11-S y por eso merece ser castigada. No hay causa justa para ninguna de estas aventuras militares de Estados Unidos, y no es mera casualidad que Obama obviara toda mención a esta cláusula en su discurso. En su peculiar visión –que es la visión del complejo militar-industrial– la “Guerra Justa” se convierte en la “Guerra Infinita”. Aplazado.
* Politólogo.
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