Domingo, 28 de marzo de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › LA CIUDAD QUE ESTALLO EL DOMINGO PASADO Y QUE HIZO
La revuelta del domingo fue tan rebelde como el 25 de marzo de 2008. El poder de la aristocracia sojera. Las internas políticas y policiales. Los pasos del intendente Aldo Carossi. Las motos y los sin casco.
Por Horacio Cecchi
Desde Baradero
Sobre el cordón de la vereda, frente al 580 de Gallo, todavía se puede ver la marca negra que dejó el fuego. Y si se alimenta la imaginación hasta podría decirse que todavía huele a quemado. Allí, hace una semana, empezó el primer fuego en Baradero, el que abrasó a la F100 de los inspectores municipales media hora después del incidente que derivó en la muerte de Giuliana Jiménez y Miguel Portugal. A unos metros, cruzando Gallo, golpearon los dos chicos al caer de su moto. No quedan marcas, pero estos días, el revoque caído de la pared de la librería Papel y Tijera, en la esquina misma de Belgrano y Gallo, es motivo de morbos y preguntas. ¿Es un rastro del impacto? De algún modo, todos caen en ese coqueteo de ver y no ver el fantasma de la muerte propia proyectado sobre un cuerpo ajeno.
Hace días que Baradero vive en estado de crisis aunque en la calle la murmuración apunta a que “esto se veía venir”. Así dicen, “desde que a Scarfoni se le fue todo de las manos”. Scarfoni, Pablo, el renunciado director general de Inspección y Seguridad de la comuna es, quizás, el personaje más mencionado en los últimos días, anatematizado por culpas propias y ajenas. Scarfoni, uno de los Tres Mosqueteros, tal como fue apodado por ser uno de los tres soportes del intendente Aldo Carossi, junto con el entonces administrador del hospital local, Sergio Tabanelli, y el concejal Juan Panno, ex cajero del Banco Provincia local.
Por qué “se veía venir”. “No podía controlar a los pibes, le habían perdido todo el respeto. Democracia y libertinaje”, dice Pelecho Bartonek, dueño del bar Pelecho, el estilizado bodegón donde suele sentarse a tomar un café y organizar la sociedad la aristocracia rural, en la esquina de Oro y Anchorena, en diagonal a la Plaza Mitre.
A una cuadra, también sobre la plaza, pero sobre la avenida San Martín, se arruga el edificio de la incinerada Municipalidad. Sin puertas, con las paredes ennegrecidas por el humo y los huecos donde había vidrios tapados con bolsas negras de residuos, el edificio es la imagen de la crisis. Los obreros descargan ruina negra dentro de tres, cuatro volquetes alineados sobre la vereda de Oro, a la vuelta, en la incinerada Dirección General de Inspección y Seguridad, el ex despacho de Scarfoni. ¿Cuántos volquetes van? No sabe, cree que veinte, más también, dice uno de ellos, porque no se olvide que del otro lado, del lado de la calle Rodríguez, el Concejo Deliberante también fue pasto seco. Volquetes y también camiones. ¿Para cuánto más tienen? Y..., reflexiona y prefiere seguir descargando ruina.
Para la escena de la comunidad, parece pesar más la imagen de la vandálica destrucción del poder sordo y ciego, que la muerte de los dos chicos. No es posible saber qué habría sido del recuerdo público de Giuliana y Miguel si la quema del edificio no hubiera sido y por lo tanto no los hubiera colocado sin más sobre el escenario. O visto desde otro lado: todos vieron venir el estallido, pero en una ciudad de diez mil motos y mil cascos, nadie vio venir la doble muerte de cualquier Giuliana y cualquier Miguel. Les tocó a Jiménez y Portugal. Mucho menos Scarfoni y los suyos, cuyo único modo de corregir la rebeldía fue a mano dura con los sin casco.
No es que la destrucción y la muerte estén vinculados directamente. Los familiares de los dos adolescentes fallecidos hicieron todo lo posible por distanciarse públicamente del estallido. Y los amigos más directos, un pequeño grupo de adolescentes que se reúne estos días en la otra esquina de la plaza, Rodríguez y San Martín, paradójicamente en la esquina opuesta a Pelecho, también intentan diferenciarse. Convocan a la firma para destituir a Carossi y a una campaña “Cuidémonos la vida, usemos casco”. Podemos cuidarnos, somos capaces de usar casco, no nos hacen falta estos tipos, dicen ellos. Tipos son los inspectores de tránsito. Mañana, los amigos y familiares participarán de otra marcha en reclamo de justicia y buscan ser más que amigos y familiares. “Va a estar Miguel Angel Pierri –dice uno de ellos, ilusionado–. Fue abogado en el caso Cromañón y en el caso de Rodrigo. ¿Lo conoce?” Sí, y de otros casos más.
El del domingo pasado no fue el primer estallido en Baradero. Tampoco la primera vez que intencionalmente se prende fuego a un vehículo. Aunque las circunstancias son diferentes, las dos describen a la cabecera de distrito. El 25 de marzo de 2008, cuando la tensión entre el gobierno nacional y los intereses de la soja y del poder rural estallaron en forma de cacerolazo y cortes contra la resolución 125 de las retenciones móviles, Baradero y su intendente K hicieron causa común con las sociedades rurales. En la zona se adjudican el honor de haber prendido fuego al primer tractor de la protesta que incendió los campos. No eran chicos sin casco, ni vándalos rebeldes de las leyes de tránsito quienes le prendieron fuego, sino los propios dueños. Hay que tener fondos para quemar el propio sustento.
El apellido Ducret, de la más rancia estirpe baraderense, tiene fondos. Luis Ducret y Compañía es una de las dos mayores acopiadoras de granos de la zona, y para la fecha de la protesta del campo, un caso especial en las cuentas de la AFIP. Según informó el periodista Horacio Verbitsky, Luis Ducret fue denunciada por la agencia recaudadora federal por evasión tributaria por casi 20 millones de pesos. Y su presidente, René Ducret, presidente de la Sociedad Rural de Baradero, procesado por la Justicia federal de San Nicolás por corte de rutas y quemas en la zona de San Pedro.
Los vínculos se cierran. El intendente Carossi en aquel momento era denunciado e investigado (incluso allanaron su despacho) en busca de datos sobre un amigo, Ismael Passaglia, un ruralista identificado como iniciador de las quemas de pastizales que derivaron en una nube negra de hollín y choques en cadena en la Panamericana, y de quien se sospechaba que era protegido por Carossi. No está claro si se pudo comprobar esa amistad. Sí con Ducret, a quien Carossi conocía desde que fueron compañeros de banco en el secundario, amistad que se incrementó por afinidad de ideas en los tiempos en que la 125 amenazaba con ponerles la soja al cuello.
En Baradero, los referentes del poder adulto son capaces de quemar tractores como protesta contra el gobierno nacional, cortar las rutas y evadir impuestos. Después de la muerte de Giuliana y Miguel, los adolescentes de Baradero por qué no tomarían esos modelos: se rebelaron contra el uso de cascos, prendieron fuego a una camioneta, y luego a la Municipalidad, representación del poder que los gobierna.
En unos de los pasajes de tevé que reproducen el gran incendio, hay un momento en que se ve a unos cinco o seis jóvenes, algunos encapuchados y otros no, arrojando neumáticos en la puerta del edificio de la Municipalidad, y después se ve cómo le prenden fuego. A un costado, un hombre robusto, de camisa clara, fuma y espera con cierta impaciencia. Después, los jóvenes parecen dialogar con él y lo rodean, mientras la cámara toma la escena abiertamente. El hombre de camisa blanca se llama Oscar Gómez. Las imágenes valieron su pedido de desplazamiento. Es, o era, el jefe de la Policía Comunal de Baradero. Lo habían acusado de no intentar evitar los ataques. Gómez comparte o compartía con otro comisario la jefatura comunal, Raúl Franzoia, a cargo de la parte operativa. Gómez y Franzoia tienen una profunda interna que los separa. Franzoia es considerado un duro, los medios locales han publicado notas sobre presuntos abusos de poder de su parte. Y durante el estallido del domingo pasado, se lo vio sacando su arma y apuntándola hacia arriba, mientras un grupo de personas lo perseguía 200 metros.
Franzoia todavía retiene el cargo. Es ahijado de Pedro Carossi, el padre ya fallecido del actual jefe del municipio, y ex intendente que gobernó el distrito durante una década, la del menemismo. Pedro Carossi organizó férreamente su estructura de poder. Cuando falleció, en 2001, lo sucedió el primer concejal de su lista, el Caco Ricardo Montesanti.
En 2003, el Caco migró al kirchnerismo, fue intendente electo de Baradero pero no completó su mandato: en 2005, electo diputado bonaerense por el FpV, viajó a La Plata. En su reemplazo fue designado, según indica la ley orgánica, el primer concejal de su lista: Aldo Carossi, hijo de don Pedro. En su asunción, una curiosa situación define parte de los argumentos de la oposición y del carácter endógeno de Baradero: Carossi hijo se fue a Buenos Aires a estudiar abogacía, y no regresó siquiera cuando fue designado asesor del gobierno de su padre. “Lo asesoraba cuando Pedro Carossi iba a la Capital”, sugieren en la oposición. Cuando fue electo primer concejal en la lista de Montesanti, pidió licencia como concejal y fue designado secretario de Gobierno, pero vivía en Buenos Aires. ¿Cómo hizo? “Venía los martes a las reuniones del Concejo y se volvía.” En 2005, cuando el Caco se fue como diputado, renunció a la secretaría, retomó su cargo de primer concejal para asumir como intendente provisorio. En 2007, finalmente, se presentó como kirchnerista y ganó. La estructura que recibió estaba armada. Sólo colocó a sus tres hombres de confianza: los Tres Mosqueteros.
En la puerta de entrada del cementerio de Baradero hay un cartel que dice: “Prohibido circular en moto y bicicleta dentro del cementerio”. A unos cincuenta metros de la entrada principal, y en forma paralela al muro del frente, se encuentra la Sección A bis, tablón 5, lote 35. Allí descansa Miguel A. Portugal, Portu, en una tumba en la tierra misma, cubierta de una multitud de flores blancas y aún frescas, y escritos sobre la misma tumba, recuerdos de sus compañeros. En perpendicular, internándose unos veinte metros, se encuentra la Sección B bis, tablón 5, lote 49. Es una bóveda pequeña, en la que hay tres ataúdes. El de más abajo es el de Juliana E. Jiménez, Giuliana. También con flores y escritos que cubren la puerta que cierra la bóveda.
Hasta allí llegó la marcha que se realizó el miércoles por la mañana, y hasta allí llegará la que se realice mañana. Al parecer, será el recorrido establecido mientras se mantenga el reclamo.
A pocas cuadras de allí se encuentra la escuela, la Técnica 1 Batalla de la Vuelta de Obligado, donde los dos chicos cursaban en el 2 año. En la pared del fondo del aula donde cursaban, hay un graffiti azul que dice sus nombres, Portu y Giuli, nada más.
“Lo dejamos, porque hace falta que lo pongan, ya veremos”, muestra la directora del colegio, Irma Tineo. “Acá los velamos”, señala la directora. Es el aula del año 9. La idea era ubicar los ataúdes en el inmenso patio cubierto con techo de lata, pero como ese día llovía, las goteras obligaron a trasladarlos al aula del 9. “Los alumnos no quisieron volver a tomar clase ahí, los pasamos a otra aula bajo la promesa de que el lunes vuelven.”
Para Tineo, los chicos tienen que ir soltando de a poco lo que les impactó, que fue mucho. El martes, dos días después de la muerte de los chicos, hicieron una jornada de reflexión. Juntaron a todos los alumnos del colegio, unos 670, y comenzaron a hablar los docentes. “Ellos escucharon, no dijeron nada todavía. Ya van a ir largando.”
Justo en la esquina, sobre Gallo y Belgrano, se levanta el supermercado Centro Comercial Baradero. Sugieren que la cámara de seguridad podría haber tomado imágenes. Si es que funciona, aunque da la espalda a la escena del choque, puede haber estado apuntando hacia Gallo. Si es así, debería haber registrado si la camioneta, la moto (o ambas), avanzaba(n) por esa calle y a qué velocidad. En la otra esquina, la parrilla La Porteña estaba cerrada, la remisería también porque, dicen, los domingos descansa. En la panadería ya declararon los empleados que entraban a esa hora, pero vio, no podemos decir ni sacar conclusiones, eso es tarea de la Justicia.
Los testigos, de qué tenor, qué vieron y qué validez tienen sigue siendo motivo de debate en Baradero.
San Martín y Anchorena son las dos arterias principales de Baradero. En Gallo y Belgrano ocurrió el choque que se investiga si fue producto de una persecución, de un descuido o de alguna otra situación. De un lado de Gallo, en Anchorena, fue incendiada la camioneta. Del otro lado, sobre Belgrano, que es la misma que Anchorena (la muerte no hace distingos) cayeron los dos chicos. En la encrucijada de las dos calles, hay pintados varios graffiti. “Portu Giuli los vamos a extrañar. Lo que les pasó no será”, dice uno y queda sin terminar. “Dejan un gran hueco”, dice otro. “Hijo te amo, papi”, es el que resume más dolor.
En la esquina dos mujeres acaban de detener su motito en el mismo lugar donde quedó tirada la Gilera Smash de los chicos. Conversan indignadas entre ellas sobre un conocido que no sé qué cosa hizo, que no sé cuánto y que si te parece. Se suben a sus motitos y parten. Como nueve de cada diez, no llevan cascos y no son adolescentes. Andan por los cuarenta y pico.
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