Viernes, 31 de diciembre de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Norma Giarracca *
Félix Díaz y otros miembros de La Primavera, una comunidad qom de Formosa, llevaron a cabo en estos últimos días una huelga de hambre sensibilizando a la esquiva Ciudad de Buenos Aires acerca de los problemas de quienes nos antecedieron en la ocupación del territorio que hoy se conoce como la Argentina. Félix y su esposa Amanda hablan pausado y repiten una y otra vez todos los sufrimientos que atraviesan en una provincia que debería demandarse ante los organismos internacionales por su constante violación a la legislación nacional e internacional sobre derechos indígenas. Sólo basta seguir este acontecimiento que tiene como centro el territorio con una fuerte carga de violencia; buscar en los archivos de los programas periodísticos los atropellos del partido del gobernador durante los actos electorales; mostrar la tasa de muerte infantil indígena para darnos cuenta de que estamos frente a un proceso con fuertes connotaciones racistas cercano a un “etnocidio”.
En La Primavera habitan 850 familias, unas 4500 personas, entre ellas muchos niños, sobre 2500 hectáreas, y el conflicto actual tiene que ver con el reclamo de otras tantas hectáreas que los Qom pueden demostrar que les pertenecen como parte del proceso de reparación histórica que plantean leyes nacionales y tratados internacionales. El gobierno provincial aduce una serie de oscuras situaciones durante el siglo XX para restar esa franja de tierra del reclamo. Pero la verdad es que como siempre lo que está en juego es la tierra con su fuerte polisemia.
Los Qom sostienen allá en Formosa o aquí en la Avenida 9 de Julio y Avenida de Mayo que la tierra para ellos es la vida, es el elemento básico alrededor del cual organizan su existencia como comunidad, como familias. Esto que vienen repitiendo los qom, los kolla, los mapuche, los wichí y muchos otros, es un concepto tan simple como el que repiten los pueblos cordilleranos cuando dicen “el agua vale más que el oro”. Cualquiera que haya guardado un sentido común humano en su interior puede entenderlo. No obstante, el “hombre de negocio” no lo comprende: la tierra y el agua son mercancías con las que se hace dinero, con las que se obtiene ganancia. Eso es cultura neoliberal, eso es mercantilización de la vida y lo peor que puede ocurrir es que muchos gobernantes sean colonizados por tal cultura y que se nieguen sistemáticamente a considerar otros pensamientos del siglo XXI más acordes con los debates de América latina y sobre todo más adecuados para enfrentar el hostigamiento climático por el que atravesamos.
Cuando en gran parte de América latina, las poblaciones no indígenas comienzan a comprender la significación de las culturas indígenas, los principios del “buen vivir” y con cierto orgullo los pensadores, intelectuales y políticos comienzan a reflexionar sobre ello y ofrecer esas concepciones para ser discutidas por el mundo, nuestro país se resiste a salir de las ideas de los famosos “tiempos modernos”. De esto se trata, de que no se ancle al país en las viejas ideas decimonónicas o neoliberales de fines del siglo XX, de que no se piense el futuro en base a un desarrollismo extractivista (soja, minería) que nos reenvían aún más lejos: a los enclaves coloniales. También se trata de “derechos”, nuevos derechos, derechos colectivos y de “pluralismo jurídico”. No cumplir con estos derechos es otra gran muestra de atraso en nuestro país, cuya vocación “modernizadora” lo hace presa fácil de la devastación global y colonial sostenida en un pensamiento ya demasiado cuestionado. Terminar el año con los Qom en Buenos Aires y no en sus territorios, en comunidad, nos muestra algo nada bueno como sociedad; no ser escuchados como corresponde y resueltos sus problemas por las autoridades pertinentes nos empobrece en nuestras densidades ciudadanas. Porque en este fin de 2010, todos somos Qom.
* Socióloga. Profesora e investigadora del Instituto Gino Germani. UBA
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