Miércoles, 2 de marzo de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › TRAS EL CRIMEN DE UN ADOLESCENTE, VECINOS QUEMAN LA CASA DE UN ACUSADO
En Rafael Castillo, La Matanza, un joven fue baleado cuando intentaron robar su celular. Los airados vecinos, sin haber visto el hecho, corrieron a la casa de un sospechado, casi lo lincharon y quemaron su casa. La Bonaerense intervino a escopetazos.
Por Horacio Cecchi
Las calles de tierra del barrio San Antonio, en la frontera del lejano Oeste, al borde de Rafael Castillo, todavía tienen el polvo de la mañana flotando en el aire. La batalla campal contra la Infantería de la Bonaerense terminó hace un par de horas, pero las marcas de las municiones de goma (esta vez no hubo confusión en las cargas) siguen en los cuerpos airados de algunos vecinos. Horas antes, la Bonaerense, enseñada para apretar el gatillo, no estuvo presente para evitar que a Daniel Sández, de 19 años, lo mataran cuando intentaban robarle el celular dos jóvenes, adolescentes como él, vecinos del lejano Oeste como él, pobres en la pobreza, víctima y victimarios. A Dani, como le dicen, le decían, sus vecinos, lo mataron a la vuelta de su casa, también calle de tierra, cuando se dirigía al trabajo, ayer, diez o veinte minutos antes de las cuatro de la mañana. La Bonaerense, ausente, sí estuvo para reprimir cuando se desató el infierno. Después del crimen, la indignación de los vecinos había corrido de boca en boca, lejos de la justicia, clamando venganza. Todos o muchos corrieron a la casa de uno de los supuestos victimarios. La multitud lo atrapó como a un perro, lo amasijó a golpes y de inmediato de presunto victimario lo transformaron en segura víctima, una piltrafa. Mientras, otros incendiaban la casa, con la misma justificación con que después la Bonaerense los barrió a tiros: evitar los robos y la violencia.
La familia de Dani se aglomera en la puerta del 2964 de Fray Correa, entre Luro y Echeverría. No quieren cámaras, no quieren preguntas, están saturados de la prensa. Llegan los hermanos. Dani murió baleado de dos tiros por la espalda a la vuelta de su casa, en Luro y Bazurco. Nadie vio nada, aunque Comebicho es alguien, era amigo de Dani, dicen que vio todo y que lo tuvo en sus brazos cuando moría y que declaró todo lo que vio.
Los vecinos empezaron a salir después de escuchar los tiros y los gritos. Los dos pibes que lo asaltaron son conocidos o, corrijo, los dos pibes a los que acusan de haberlo baleado, son conocidos por los vecinos. ¿Actuó la convicción de testigo o el acuñar la responsabilidad por anticipado? De todos modos, aunque estuvieran en lo cierto, la multitud clamó en la mal llamada justicia por mano propia. Sed de venganza. Alguien dijo saber dónde vivía Diego, uno de los tres caídos en la mira. “Esta vez el Mono no fue”, reconoció alguien compadecido. Luro y De Kay, apenas dos cuadras hacia el oeste, otro barrio, otro nombre, el Torero, la misma pobreza. La casa elegida fue arrasada. Al fondo, un auto destrozado todavía echa humo. Ni la ventana ni la pared del frente existen. Son un enorme boquete. El cercado vivía con sus padres y tres hermanos, dos nenas y un varón.
Lo arrancaron y lo destrozaron a golpes hasta que llegó la Bonaerense y logró rescatarlo. Lo llevaron al hospital en calidad de detenido acusado de homicidio. Después, para devolver el orden que jamás había preocupado, la Infantería atacó a la multitud a escopetazos. Pasaron varias horas y los vecinos, pacificados, todavía muestran perdigones en sus espaldas, piernas y rostros. Recién entonces, ni siquiera cuando mataron a Dani, los barrios San Antonio y el Torero, de Rafael Castillo, La Matanza, fueron visibles para el mundo. En términos de saciar la sed, el linchado está detenido, el Virolo está prófugo, el Mono no participó. A la vuelta de lo de Dani, el Portugués, temido y denunciado entre murmuraciones como reclutador de menores, sigue al día con la taquería.
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