Miércoles, 2 de marzo de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
La Presidenta es una oradora profusa y lleva más de tres años de mandato, se la escuchó y escucha con frecuencia. La apertura de las sesiones ordinarias de ayer fuerza a la comparación y a la mirada retrospectiva. Ayer se expuso y expuso en un contexto menos apremiante que en 2009 (con la derrota de la resolución 125 a cuestas y la de las elecciones en ciernes, entornadas por la crisis financiera mundial) y menos antagónico que en 2010 (cuando anunció la creación por decreto del Fondo para pagar la deuda externa). Se notó en su tono distendido, en las ironías y chicanas que se permitió. Hasta le agradeció al agrodiputado Pablo Orsolini haberle hecho recordar (merced a un grito lanzado desde su bancada) un proyecto que tenía en carpeta y había pasado de largo.
El discurso no desentonó con los anteriores, tal vez estuvo entre los más serenos y menos ásperos. La cantidad de anuncios de proyectos superó la media del presidente Néstor Kirchner en ocasiones semejantes y la de ella misma. Se lanzó una medida administrativa valiosa, la creación de la asignación prenatal universal por hijo. Hubo elogios subrayados, nombres propios mencionados u omitidos con visible intención. La mandataria no habló de la inflación tal como vaticinaban, esperaban y resaltaron luego los legisladores de las oposiciones. Desmintió una versión absurda, la de la reforma constitucional, y dejó en claro que su candidatura no fue anunciada por ella. Fue un modo de remarcar protagonismo, centralidad y liderazgo. También fue (como tantos otros aspectos de su presentación) una remake de lo hecho en 2005 o en 2007, cuando la candidatura llegó por decantación, manejando desde la Casa Rosada el momento de ponerla en palabras.
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El orden de los factores: Cristina Kirchner habla sin leer, lo que no significa que improvise. Sabe lo que va a decir, lo viene elaborando, discurre sobre los temas, como destacó varias veces, consulta datos y conceptos con sus colaboradores. Esta vez, se munió de material escrito con las cifras, para no tener que forzarse o para evitar errores. El esquema de la exposición fue preciso e indicativos los lapsos en que la dividió. Bastante más de hora y media duró el discurso; los primeros dos tercios se dedicaron a las realizaciones en materia económica, social y laboral. En el último tercio pasó revista a la política de derechos humanos, reparaciones a sectores o minorías desamparados en décadas previas, ampliaciones de derechos en general (con un marco para el matrimonio igualitario). En el camino, mechó ironías, alusiones a la coyuntura, remembranzas, un par de reprimendas al vicepresidente Julio Cobos, que se procuró una hinchada radical para matizar el predominio de la asistencia kirchnerista.
Las cifras que los Kirchner desgranaron desde el vamos aluden a su “épica de realizaciones”, su puntal. Desde luego, según la prédica, los números y las herramientas enlazan con objetivos generales. El crecimiento se liga a los círculos virtuosos que tanto le place citar a la Presidenta. El financiamiento educativo redunda en mejora de la actividad docente y el aprendizaje. Y numerosos etcéteras.
La enunciación de datos duros es central en la retórica de la Presidenta. El kirchnerismo confía en la contundencia de los números. Algunos son tópicos de sus apariciones diarias: las reservas, los cinco millones de nuevos puestos de trabajo, el porcentaje presupuestario dedicado a Educación o a Ciencia y Técnica, la cantidad de escuelas construidas, el desendeudamiento. Nombrar records (crecimiento continuo, desendeudamiento) reafirma el rumbo y la comparación con el pasado, cercano o remoto.
En el aluvión de cifras hay elementos incontrastables. La búsqueda de nuevas variables a veces entorpeció la comprensión. En otras, iluminó realidades preocupantes, no exentas de moralejas: así fue cuando comparó la distinta manera en que asigna crédito para inversión y para consumo la banca pública y la privada.
Esa reseña, abarrotada hasta el barroquismo, es uno de los pilares del consenso a que aspira el oficialismo. El otro, recorrido esta vez con menos minucia, es la lucha por la verdad y justicia.
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Nombres y apellidos: Las alusiones con nombre y apellido son señales que el auditorio traduce con velocidad. No hubo tantas, hasta donde pescó el cronista, resultaron todas elogiosas. “Mercedes, Mercedes Marcó del Pont” fue destacada y señalada como fuente de información sabia. Daniel Filmus fue mentado en recuerdo del primer viaje a provincias (Entre Ríos) de Kirchner presidente para desatar un largo conflicto docente por salarios impagos y empezar las clases. “Daniel, Daniel Scioli” recibió una mención confortante, ante una platea vasta muy pendiente de toda señal para ese lado. Un reciente discurso institucional de Ricardo Lorenzetti, presidente de la Corte Suprema, fue alabado, lo que halagó al emisor, que estaba en el abigarrado palco VIP. Al gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, le dedicó un párrafo halagüeño, aunque sin decir su apellido. A Aníbal Fernández le agradeció un cálculo novedoso sobre el porcentaje de vetos presidenciales en proporción a las leyes sancionadas.
Cristina Fernández quedó penúltima en ese ranking, fue una de las que menos vetó. La cima del podio fue para fue Kirchner. El que más usó la herramienta fue “quien gobernaba en 2002”. Eduardo Duhalde quedó identificado, pero no nombrado. Igual suerte le cupo al jefe de Gobierno Mauricio Macri, quien sería el recordman nacional de vetos, según los cómputos de “Aníbal”.
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Los compañeros huelguistas: La Presidenta siempre echó el ojo sobre las huelgas de trabajadores del sector público. Las cuestionó a los docentes en su primera reunión con la CTA, en el remoto 2008. Reiteró esa crítica en otra apertura de sesiones. Esta vez cuestionó con largueza los paros de trabajadores de transporte. Apeló a una comparación tan original como dura: así como son reprobables las maniobras monopólicas de ciertas empresas lo son las medidas de fuerza de gremios que “monopolizan” servicios esenciales. Cristina Kirchner usó el vocativo “compañeros” para referirse a los huelguistas. Y alertó contra un enemigo común, que se valdría de esas conductas perjudiciales para otros trabajadores, para enfrentar las virtudes y no los defectos de los gremios. Como fuera, el reproche sonó severo. Un poco más, incluso, que la diatriba contra Gerónimo Venegas por su desaprensión en la defensa de sus representados, los trabajadores rurales. No dijo su nombre, claro.
Los cuestionamientos al sector patronal agropecuario condimentaron toda la exposición: alta evasión, trabajo esclavo, profecías agoreras incumplidas sobre las cosechas y la producción de carne. Todos los sayos le calzan bien al “campo”. Acaso en la polarización del debate falte poner la mira sobre otros estamentos patronales que también tienen lo suyo: los textiles, en materia de trabajo esclavo, sin ir más lejos.
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Tirones y proyectos: Cristina Kirchner le tiró las orejas al Congreso por demorar el tratamiento de leyes sobre Lavado de dinero, Trabajo domiciliario, Estatuto del peón de campo y Responsabilidad penal tributaria. Quizá pecó de partidismo, las trabas del Parlamento en 2010 fueron mutuas, consecuencia de la relativa paridad: todos jugaron y especularon con el quórum. La cooperación bajó a un nivel mínimo, todos coparticiparon.
Para el 2011 la Presidenta anunció el envío de proyectos de ley de Adopción y de Propiedad de la tierra, con intención de evitar la extranjerización sin ser chauvinista. Finalidades loables, más sencillas de enunciar que de compatibilizar.
La asignación prenatal universal por hijo es promisoria, aunque falta conocer la norma respectiva. Usualmente, éstas se divulgan varios días después de su presentación y deben leerse con atención porque pueden limitar las intenciones de la medida. La ampliación del derecho ciudadano apunta a lograr un objetivo virtuoso, aún no concretado totalmente. Es equiparar la AUH a las asignaciones familiares contributivas, que perciben los trabajadores formalizados. Al impacto económico, la medida añade la funcionalidad de inducir a las madres a la atención médica durante el embarazo.
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Bicentenario y futuro: La palabra “Bicentenario” sonó de modo recurrente. La Presidenta le asigna un valor simbólico, se congratuló de la “autoconmemoración” popular y gastó livianamente a quienes ninguneaban, a priori, los festejos. El 2010 fue un año tremendo, acompasado por una inesperada recuperación política del oficialismo. Desmenuzar el discurso de la Presidenta, sus gestos, su indumentaria, su luto es comidilla de dirigentes propios o ajenos, de periodistas, de personas del común, politizadas o no. Ese contexto sobrevoló la exposición de ayer, tanto como la alusión a la candidatura presidencial. Cada semiólogo hará su interpretación. La de este cronista es que Cristina Fernández remarcó su autoridad y su capacidad de decisión. Y que su afán es definir ella misma los tiempos, un recurso clásico de la iniciativa política.
Una pregunta sugestiva es cómo se releerán sus palabras dentro de un semestre, si como un anticipo de una asombrosa renuncia o como una táctica para mantener el dominio de la situación. El cronista creyó oír un esbozo del discurso de campaña (cuyo instante preciso no llegó aún) y no la retirada con la que sueñan muchos de sus adversarios, tal vez porque les cuesta elaborar fantasías más ambiciosas.
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