SOCIEDAD
La pipeta es femenina, el poder no
Pueden descollar como investigadoras, pero no dirigir tesis. O brillar frente al microscopio, pero ganarán menos por el solo hecho de ser mujeres. Un estudio revela la trama sutil de los obstáculos que deben enfrentar la investigadoras argentinas, más lejos de becas y buenos salarios.
Por Javier Lorca
Un muro frena el progreso de la mujer en el sistema científico argentino. Cada vez más investigadoras entran en las universidades y organismos como el Conicet, pero la mayoría se ve recluida a las categorías más bajas, cumpliendo las tareas que los hombres desdeñan, cobrando los salarios más pobres, sin acceso a los cargos de poder. Esas son algunas de las conclusiones de un estudio realizado por el Centro de Estudios sobre Ciencia del Grupo Redes, dentro del Proyecto Gentec de la Unesco. A través de una encuesta cuyos datos acaban de ser procesados, el estudio también indaga en las causas que erigen ese muro. Ahí aparecen dos datos clave: el peso de los hijos y la circulación de la información (becas, subsidios oportunidades), un capital básico que monopolizan los hombres.
El sistema científico nacional incluye a unas 56 mil personas: investigadores (son la mitad del total), becarios (el 13 por ciento), técnicos (18) y personal de apoyo (otro 18). La participación de las mujeres creció desde un 37 por ciento de investigadoras en 1993 hasta un 41 al finalizar la década. Respecto de los becarios, que encarnan la primera etapa de formación en la investigación, las mujeres pasaron de ser un 43 por ciento en el ‘93 al 52 por ciento actual. En estos números ya se anticipa cierta desigualdad: ellas son muchas en la etapa de formación, pero son muchas menos al ascender hacia los cargos de investigadores.
Coordinado por María Elina Estebanez y realizado por Daniela Di Filippo, Alejandra Serial y Débora Schneider, el estudio advierte que, en el aumento del número de mujeres en el sistema de ciencia y técnica, incide la pobreza de los salarios. “El estancamiento salarial del sector público (unido a los fenómenos de precarización de las condiciones laborales y desprestigio de la carrera profesional) expulsa mano de obra masculina, más presionada a sostener el ingreso familiar... La apertura de mejores oportunidades salariales en el sector empresarial para científicos y tecnólogos es mayoritariamente aprovechada por hombres.”
Mejor en la universidad
La presencia femenina varía según las instituciones que hacen investigación. En una suerte de ranking, el primer puesto lo ocupan las universidades públicas, con un 52 por ciento de mujeres entre los casi 10 mil profesores investigadores; siguen las entidades sin fines de lucro, con un 41 por ciento, y después aparecen los organismos públicos (Conicet, INTI, INTA, etc.), con un 35 por ciento de mujeres. Inferior es la representación en las universidades privadas (apenas un tercio) y en las empresas (un cuarto). También aquí la proporción de mujeres es mucho mayor si se mide la base de la escala jerárquica. Entre los becarios, ellas son el 61 por ciento en las universidades nacionales y el 54 por ciento en los organismos públicos. En las casas de estudios privadas son el 36 por ciento y en las empresas, el 41.
La universidad pública se posiciona, de acuerdo con los resultados del estudio, como la entidad que más lugar depara a la mujer. El estudio concluye que “la institución universitaria parece ofrecer una mayor continuidad de trabajo e implica, por lo tanto, una mayor retención de los investigadores una vez concluida su etapa de formación”, tanto varones como mujeres. “Este dato contrasta con lo que se observa en los organismos públicos como el Conicet donde, mientras dentro del plantel de investigadores se registra un 35 por ciento de mujeres, la participación de becarias es del 54 por ciento. Cabe preguntarse qué ocurre con esos organismos cuando se produce el momento del pasaje de la carrera del becario a la de investigador. Es plausible pensar que una parte de esas mujeres se inserta en el ámbito universitario.”
Siempre hay un pero. Debe recordarse que, en la empobrecida universidad pública, buena parte del personal ingresa a trabajar ad honorem o con dedicaciones simples. Además, “las mujeres, más presionadas a compatibilizar su rol reproductivo con el productivo”, pueden ser atraídaspor la modalidad de tiempo parcial en las obligaciones laborales que ofrecen las universidades.
Abajo de la escala
El mismo contraste registrado entre becarios e investigadores se reproduce dentro de las categorías de investigación. En los últimos años, los investigadores de la universidad pública fueron divididos, previa evaluación, en un escalafón de cuatro categorías, de la A a la D (luego se amplió de uno a cinco), para cobrar un programa de incentivos. Otra vez, mientras en los niveles más bajos la cantidad de mujeres es mayor que la de hombres, esto se invierte al subir de categoría. En los niveles C y D, ellas son el 59 y el 58 por ciento, respectivamente. Pero ya en B son el 39. Y en A, sólo el 22 por ciento. Algo demasiado parecido ocurre dentro del Conicet. A medida que se desciende en la escala jerárquica de investigadores, crece el porcentaje femenino. De los 113 investigadores superiores, 7 son mujeres: el 9,6 por ciento. Entre los investigadores principales, ellas son el 24 por ciento. Investigadores independientes: 34 por ciento. Adjuntos: 47. Asistentes: 53,5. Obviamente, con la categoría sube o baja el estipendio.
Poder de decisión
Clave para determinar si hay segregación o no son las instancias de poder. Según el estudio, el promedio de mujeres ocupando cargos decisorios en las instituciones de investigación ronda el 10 por ciento. Conclusión: pese al relativo equilibrio entre hombres y mujeres en el sistema general, “la situación cambia drásticamente cuando se analiza la participación diferenciada por sexo en instancias de poder... Se hace evidente que las mujeres están subrepresentadas en prácticamente todas las instituciones”.
Por ejemplo: en la UBA, de los 44 institutos de investigación únicamente once tenían directoras al momento del estudio. Se trataba de dos de los cinco institutos de Ciencias Exactas, uno de los cinco de Económicas, el único de Psicología y siete sobre los 19 de Filosofía y Letras.
Un punto crucial en la formación de un científico es el paso por el posgrado y, en especial, por un doctorado. En la dirección de las 700 maestrías y 300 doctorados que ofrece el sistema universitario reaparece la misma proporción que en los institutos de la UBA: un 25 por ciento de directoras.
Hijos e información
Después de reunir esa abrumadora cantidad de datos duros, el equipo del Grupo Redes se abocó a averiguar por qué existen tantas restricciones para la mujer. Realizó una encuesta entre más de 200 investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas (UBA), una de las áreas donde surgen mayores trabas para la mujer.
Un tema clave resultó el de los hijos. Los investigadores hombres y mujeres tienen hijos en un porcentaje similar (63 y 67 por ciento, respectivamente), pero hay una diferencia clave: el momento de la carrera académica con el que coincide la maternidad/paternidad. “Dentro del grupo de mujeres, el mayor porcentaje tiene hijos en la etapa intermedia entre la culminación de la carrera de grado y antes de comenzar el doctorado. Mientras que, entre los investigadores varones, ese momento aparece aplazado hasta la culminación del doctorado”, indica el estudio. Los datos de la encuesta señalan que, entre el grado y el doctorado, tiene hijos el 34 por ciento de las investigadoras. En cambio, en ese momento se transforman en padres el 20 por ciento de los investigadores. La cantidad de mujeres madres decrece mientras se están realizando los estudios de posgrado (26 por ciento) y después de realizarlos (24). Al revés ocurre entre los hombres: durante el doctorado tiene hijos el 25 por ciento y, luego de cursar, el 30. Estebanez, la coordinadora del estudio, explicó: “La cuestión familiar limita mucho a las mujeres. Por ejemplo: los hombrestienden a viajar al exterior para completar su formación, pero eso se dificulta para las mujeres, porque esa etapa coincide con su edad fértil. Al tener hijos más tempranos que los investigadores varones, todo el desarrollo profesional y académico de ellas está marcado por la presencia de los hijos. Para el hombre, en cambio, los hijos vienen después del doctorado, que es una marca clave del capital simbólico de los científicos”.
Un contraste importante detectado por la encuesta es el de la duración de los estudios de posgrado. Si bien la mayoría tarda entre 4 y 5 años, hay un 21 por ciento de varones que termina en menos de tres años. En ese lapso sólo lo hace un 9 por ciento de ellas. Entre 5 y 6 años tarda el 15 por ciento de las investigadoras y el 10 de los hombres. Y más de 7 años les lleva al 8 por ciento de las mujeres y al 4 de los varones. La mayor demora de las mujeres se relacionaría con que la mayoría ya tiene hijos y, también, con la posible incidencia de los tutores de tesis. Es que el 83 por ciento de los varones tuvo o tiene a un varón como director de tesis de doctorado. “La mayoría elige a hombres como directores de tesis de doctorado. Y esto tiende a fortalecer determinados circuitos de la información –detalló Estebanez–. La información es el insumo básico del científico. En lo cotidiano se producen barreras claras en el acceso a la información, por ejemplo, cuando no se facilitan el último paper o el instrumental más moderno.”
Más allá del derecho a la igualdad y del valor social de la equidad hombre-mujer, la coordinadora del estudio advierte, al cerrar el diálogo con Página/12, que “la escasa participación de la mujer en el sistema científico es grave porque implica la pérdida de muchos talentos que podrían hacer aportes clave para el desarrollo de la ciencia. Y esto sin mencionar, como hacen las feministas, que una mayor presencia de la mujer podría generar una revolución cognitiva, abrir otros enfoques, proponer otros problemas y otras soluciones”.