SOCIEDAD › ELOY ROY, EL CURA QUE FUE DESPLAZADO DE TILCARA CUANDO PUSO EL PAÑUELO DE LAS MADRES A LA VIRGEN DOLOROSA

“Nunca pensé que sería tratado como un leproso por la Iglesia”

Luego de diez años y una larga estadía en China, el padre Eloy Roy, misionero canadiense, regresó de visita a Tilcara, de donde había sido prácticamente expulsado por el obispado. “Si la Argentina puede regenerarse –afirmó a Página/12–, en gran parte será por el testimonio de las Madres de Plaza de Mayo.”

 Por Luis Bruschtein

“Nunca pensé que sería tratado como un leproso por la Iglesia por ese gesto tan elemental, tan natural”, expresa con evidente amargura Eloy Roy, un sacerdote canadiense de ojos vivaces que durante ocho años fue cura de Tilcara en la Quebrada de Humahuaca. En 1988, cuando estaban por salir las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, Roy puso el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo a la Virgen Dolorosa y por ese motivo fue expulsado por el obispo de Jujuy. Roy provenía de una institución de misioneros en Quebec, donde había ingresado a los 20 años y antes de llegar a la Argentina había estado nueve años en Honduras, donde participó en un trabajo pionero que más tarde fue profundizado por las comunidades eclesiales de base en toda América Latina. Tras su experiencia en Tilcara, su congregación lo mandó a China, donde permaneció más de seis años. Tras diez años regresó a Tilcara de visita.
–¿Usted eligió su primer destino?
–Unos años después cambió, pero en aquella época ni nos consultaban, y me mandaron a Honduras. Estaba contento. Somos sacerdotes seculares que formamos un pequeño instituto para las misiones extranjeras. A Honduras se mandaba a los compañeros más fuertes, a Filipinas se mandaba a los “carabao”, como les decíamos, los búfalos de agua; a Honduras los “caballos”; a Cuba los enfermizos y a Japón los intelectuales. A mí, como no tenía mucha salud, me habían exceptuado de los cursos y estudiaba en mi pieza. Pero me mandaron al lugar de los “caballos”, o sea, adonde iban los más fuertes. Por eso cuando llegué me agarré la malaria, todas las enfermedades. Y me quisieron mandar allí porque me encontraban un poco rebelde. Era un poco para quebrarme.
–¿Dónde estaba esa primera misión en Honduras?
–En un pueblo del sur del país, en Choluteca. A poco de llegar me enfermé, pero no acepté que me mandaran de regreso a Canadá y me recuperé algo en la capital, fue un error, pero en Honduras me quedé durante nueve años. La zona de Choluteca es de muchísimo calor, es una zona de cerros, hay pocas tierras buenas para cultivar que están en manos de terratenientes y la población vive amontonada en los cerros. Es muy pobre, es la zona más pobre del país.
–¿De allí regresó a Canadá?
–En el intermedio estuve dos años en Europa, regresé a Honduras y después tuve que volver a Canadá, casi muerto. Me repuse y entonces decidieron mandarme a la Argentina, porque supuestamente acá el tema de la salud estaba más controlado y se comía bien, así que me mandaron al Chaco, fíjate, era un “paraíso”: en 1977. Me tocó una parroquia en unas villas de las afueras de Resistencia, estuve tres años y después me vine a Tilcara y me quedé once años, ocho en la “legalidad” eclesiástica y tres años por mi propia cuenta.
–¿Cuál fue su primera impresión cuando llegó a Tilcara?
–Me enamoré inmediatamente de la gente, del lugar. Yo no estaba muy satisfecho en Resistencia. Había conocido Centroamérica y quería estar con la gente nativa. En Resistencia era población y cultura urbana. Tenía un amigo, el padre Moreno, que había conocido en Colombia, que también fue perseguido y tuvo que exiliarse. A través de él me había enterado de que en Tilcara hacía cinco años que no tenían sacerdote y vine a Jujuy a buscarlo. Acá me enteré de que había tenido que escapar porque lo iban a matar. Un amigo suyo me trajo, conocí a la gente, celebré una misa, la gente se juntó, lloraba y me pedía que me quedara. Me emocioné muchísimo, volví a Resistencia para hacer las valijas y me vine en 1981.
–¿La experiencia de Centroamérica fue útil para su nueva misión en Tilcara en ese momento?
–En Centroamérica estuve al comienzo de todo un movimiento de formación de comunidades eclesiales de base, que aún no se llamaban así, pequeñascomunidades donde la gente se asume, donde aprende a liberarse, a no ser dependiente del cura, del intendente, de los politiqueros, en fin, en lo que se refiere a lo religioso, a lo eclesial... La parroquia de la capital en Choluteca tenía 200 mil habitantes, la mayoría en los cerros casi desnudos, pequeñas tierras de nada, con un pequeño cultivo que se lava cuando llueve..., entonces a esa pobre gente el único que la tenía en cuenta era el cura, que eran todos extranjeros que andábamos allá que nos metimos en los cerros. Cuando llegué decidimos que no podíamos seguir así, porque lo único que podíamos hacer era pasar de una capilla a otra y aplicar los sacramentos y bautizar gente. Había grandes problemas porque había mucha división entre las comunidades, divisiones políticas. Mucha gente había sido asesinada por los adversarios. Yo era joven y empecé con un equipo a formar animadores de la comunidad para que la gente se asumiera y no dependiera del cura, que además ya no daba abasto. En poco tiempo, ese proceso se convirtió en una cosa extraordinaria.
–¿Cuál fue el factor más importante para ese cambio de actitud en la gente?
–Cuando empezaron a tomar contacto con la Biblia, en su humildad, en su sencillez, muchos apenas sabían leer, fue una experiencia de formación a partir de su realidad, nada de bajar línea desde arriba a partir del dogma, del esquema. Y luego una lectura de su realidad a partir de la experiencia que surge de la Biblia, donde hay muchas cosas parecidas. La gente se identificó muchísimo, fue un despertar increíble que produjo como primer paso una reconciliación entre la gente, que permitió que la escuela radiofónica que teníamos y la cooperativa empezaran a florecer y ya la gente se largó en un montón de realizaciones. Fue una época de oro, a partir de cero, de nada, algo extraordinario que se extendió primero por todo el país y luego por Centroamérica. Nuestro equipo andaba desde México hasta Panamá, algo increíble. Yo tenía esa experiencia, que fue la más hermosa de mi vida. Allí fue donde conocí al pueblo, al pobre pobre, gente que lucha a partir de nada para sobrevivir, gente admirable, con todos sus problemas y también sus limitaciones, pero gente verdaderamente admirable.
–¿Y esa experiencia había llegado a la Argentina?
–Fue una sorpresa porque cuando llegué a la Argentina me encontré con que los cuadernos que habíamos publicado en Choluteca en 1964, muy sencillos, casi elementales, los tenían los padres claretianos de Humahuaca y los usaban. Quería hacer la misma experiencia acá. Lo primero que hice fue recorrer los valles, ni son poblaciones, es gente dispersa aquí en los cerros, a 3700, 4000 metros de altura, gente muy dispersa que vive ahí con sus ovejas. Hablé con toda la gente y ellos designaron personas de su confianza y empezamos a hacer los primeros encuentros a partir siempre de una pedagogía que arranca de la realidad de ellos y no del dogma, del catecismo y de la doctrina. Ese es el gran secreto, porque esa gente se siente ignorante, que no es nadie, que es pecadora. Cuando uno toma en cuenta lo que son, lo que ellos piensan, entonces ellos se valoran, son personas que levantan la cabeza y empiezan a abrirse como flores, una cosa bellísima que sucede bastante rápido.
–El primer diálogo siempre es el más difícil, hay desconfianzas y prejuicios...
–La primera pregunta que les hice fue “¿quiénes son ustedes?”, me dijeron “no somos nada”, “somos nadie”, “¿por qué?” porque somos esto, porque no tenemos aquello, porque no somos iguales. A partir de allí comenzamos un proceso por el cual ellos descubrían quiénes eran y después, reconstruyendo su historia hasta donde podían recordar, para explicar su presente. Cuando sacaron la palabra pecador al principio, me levanté y les advertí en broma que si la escuchaba otra vez, me iba. Ellos se rieron y empezamos a hablar. Cuando analizaban las cosas eran gente extraordinaria, inteligente, gente sabia. Nuestros encuentros eran muy animados. Tenía unamonja que era formidable y un grupo de jóvenes que se sumó desde un principio que ayudaban muchísimo a crear un ambiente alegre, de convivencia, donde había reflexión profunda, había oración, intercambio de todo tipo. La gente salía contenta. Esa práctica se extendió a todos los pueblitos de la Quebrada, aunque menos en los pueblos más grandes.
–¿Por qué sucedía eso?
–En los pueblos más grandes, la gente está más acostumbrada a tener sus instituciones.
–El trabajo principal suyo era en los cerros.
–Es la gente que está sola, como en el Evangelio, Jesús recorre los lugares donde la gente está abandonada. Ni me planteé tomar una prioridad por los pobres, por los aislados, los abandonados, simplemente se vivió así y la gente se fue sumando. A partir de los temas que planteaba y de una reflexión de la que la gente se apropió, que eso es lo esencial, porque se dio una identificación muy fuerte, porque el pueblo de la Biblia vivió en condiciones muy parecidas a nuestra gente de acá. Dentro de ese contexto de búsqueda de la justicia, de integración de la gente más aislada, de búsqueda de soluciones a problemas muy concretos, de la explotación por parte de cierta gente de aquí del pueblo, que se aprovecha de la gente que vive lejos, tratamos no tanto de hacer la guerra sino de crear pequeños servicios que los hacían más independientes del compadre que lo controla todo. Esto causó problemas, gente de aquí del centro que no aceptaba esta situación porque perdía su control sobre esa gente muy sumisa. Estábamos al final de la dictadura y la mentalidad y el aparato de los agentes, de los soplones, de los delatores y colaboradores de la dictadura, todo eso estaba intacto, como todavía queda mucho.
–Comenzó a tocar intereses concretos, materiales, de alguna gente...
–Entonces esta gente comenzó a crearme un mal ambiente y yo metí un poco la pata con los políticos y la democracia que se reestrenaba. Se me permitía criticar ciertas actitudes, ciertas maneras de actuar, que no respetaban un proceso mínimamente democrático, pero nunca parcialicé ni partidicé esa visión. Pero eso ya no se me perdonó y hubo políticos que se pusieron en contra. En fin, estaban así las cosas hasta que llegó la cuestión del Punto Final y la Obediencia Debida. Teníamos un grupo de jóvenes que reflexionaba sobre el tema de los derechos humanos, y Olga Aredes, que es madre de Plaza de Mayo, nos acompañaba. Cuando nos enteramos del proyecto de ley, lo sentimos como el colmo. Pensamos: no podemos hacer nada, estamos aquí en la Quebrada, estamos lejos de todo, pero dentro de lo nuestro, tenemos que hacer algo.
–Lo mismo pasó en todo el país, en eso Tilcara no estaba tan aislada...
–Era Semana Santa, las Madres de Plaza de Mayo habían realizado un pequeño encuentro en Ledesma, y Olga, Nora Cortiñas y otras dos, vinieron a celebrar la Semana Santa, que es famosa aquí en Tilcara, adonde llegan como diez mil personas. Ese Viernes Santo se me ocurrió, después de la misa, ponerle el pañuelo blanco a la Virgen de los Dolores que acompaña el cuerpo de Cristo para la procesión con la imagen de San Juan. Nuestra gente de acá ya sabía, pero había un montón de turistas que no. Hice una larga predicación para explicar que Jesús no había muerto en la cruz de un dolor de muelas, que no había sido un accidente y hablé un poco de las razones por las que había sido crucificado. Eso sacudió a muchos que no están acostumbrados, que sólo tienen una devoción por Jesús, como una imagen que hace milagros o compite con otros santos. En esa homilía, muy fuerte, tuve la oportunidad de rescatar las razones y los verdaderos motivos por los que fue crucificado y en ese contexto y a través de la oración puse el pañuelo blanco a la Virgen Dolorosa.
–Los mismos que venían siendo afectados por el trabajo que ustedes hacían deben haber protestado seguramente...
–Cuando salimos, un puñado de gente me tiró piedras y me gritó “apátrida” y que me fuera. Yo les dije que hablaba en el nombre de Jesús y les pregunté a ellos en nombre de quién hablaban. “En nombre del pueblo”, dijeron, pero el pueblo estaba allí y casi los mata, los echó, los expulsó. Pero al día siguiente me llamaron al obispado y el obispo me expresó su deseo de que yo dejara esa parroquia. Me resistí y le pedí que pusiera por escrito las razones por las que quería que me fuera y él se negó, así que me quedé hasta que venció mi contrato, siete u ocho meses. Fue muy tenso y muy duro. Cuando me retiré puso a un viejo sacerdote de origen alemán que había combatido en el ejército de Adolfo Hitler en el frente ruso, que tomó como objetivo destruir todo lo que había hecho acá, destruyó las comunidades, le sacó la Biblia a la gente. Eso fue en 1989.
–¿Antes de irse volvió a hablar con el obispo de Jujuy?
–Me fui a Canadá porque el obispo se había comprometido a seguir con el plan pastoral que teníamos, pero mintió y puso a este viejo sacerdote a destruir todo lo que habíamos logrado, amenazó a la gente, en fin. Yo creí en el obispo y preferí hacerme a un costado, pero me mintió. La gente fue a pedirle que siguiera con lo que estábamos haciendo, le rogó. Pero nunca aceptó la más mínima crítica al cura que había puesto. Cuando volví de Canadá y vi eso, me quedé tres años más en Tilcara, pero ni podía pisar la iglesia. Fue una situación muy tensa y finalmente me fui a la China.
–¿Cómo tomó la decisión de viajar a China?
–Estaba harto de toda esa hipocresía. Nunca había pensado que iba a ser considerado como un leproso por la Iglesia, por ese gesto para mí tan elemental, por las Madres de la Plaza de Mayo, que para mí son lo más noble, lo más extraordinario. Si la Argentina puede regenerarse, en gran parte será por el testimonio de esas mujeres. Nunca imaginé que iba a ser condenado por la Iglesia. No hubo condena explícita, pero fui marginado, quedé absolutamente solo, sólo uno o dos sacerdotes se me acercaron, un poco clandestinamente. Fue lo único. Las monjas que estaban acá también fueron tratadas igual y tuvieron que irse. Tuve un apoyo grande de parte de Hessayne, Novak y De Nevares, de los demás nada. De parte de mucha gente que ni conocía tuve apoyo. Pero de mi propia congregación, nada. En la congregación me han tratado bien, pero siempre que evitara el lugar de conflicto. Del Consejo Central de la Congregación mandaron un compañero que era amigo mío. Tuvimos grandes discusiones. Al final le dije: “el único destino que me sacaría de acá, es la China”, lo dije como algo imposible, pero se fue contento a decirles eso. Me escribieron para avisarme que iría a China. Habíamos estado antes allá y con la revolución habían sido expulsados.
–¿También iba como misionero?
–No, me largué solo, sin saber ni una palabra de chino, no como cura, era cuestión de estar, relacionarse con la gente, se trataba de retomar contacto con esa realidad. Llegué hasta el noreste de China y me enteré que en la Universidad de Chan-Yun podía estudiar chino y me quedé seis años. Fue una experiencia muy linda, ver las cosas a través de los ojos del otro. En Occidente tenemos nuestros prejuicios y hay una ignorancia total de lo que pasa allá. Está la visión de que los grandes misioneros fueron grandes héroes y mártires. Por supuesto que los hubo, pero también hubo errores espantosos, la Iglesia fue en casi todos esos lugares la punta de lanza del imperialismo occidental, ha sido utilizada para colonizar. Después de lo que había pasado acá, fui allá desnudo, sin cuello clerical, sin institución, un pobre entre los pobres, uno más y pude escuchar a los chinos, conversar con ellos y estudié mucho y fue un descubrimiento, me enamoré de ese pueblo, de su historia.
–¿Y cuándo volvió a Tilcara?
–Bueno, durante casi diez años había perdido contacto. Volví el año pasado y ahora, de visita. Queda muy poco de lo que hicimos, se volvió alviejo sistema, a la Iglesia de la misa, del culto, de los sacramentos..., con mucha catequesis, pero muy desde arriba. Volví porque yo crié a un muchacho desde niño, que es como mi hijo adoptivo, y él tiene dos hijos ya adolescentes, que son como mis nietos. Los extrañé muchísimo, todo el tiempo. Ahora cambió el obispo y el párroco de acá, sin conocerme, me recibió muy bien y aproveché para recorrer las comunidades y celebré un par de misas. La verdad, no me gusta molestar, ni ir contra la corriente. Me doy cuenta de que lo nuestro ha sido sepultado, una Iglesia que ha vuelto atrás. Llena de buena voluntad, pero a condición de no molestar. A mí no me gusta molestar, pero todo lo que fue el profetismo de la época, de Medellín, de Puebla, porque lo nuestro fue un trabajo realmente de Iglesia, inspirado en lo mejor del episcopado latinoamericano, ya no se habla de eso. Ese movimiento, esa solidaridad, esa comunicación, gente que buscaba, gente que luchaba y estaba integrada al movimiento popular en el sentido más amplio. Seguramente hay gente comprometida, pero siento que está todo muy desconectado. Ahora se habla de Jesús como el buen pastor, y sí fue pastor, pero fue profeta, ha cuestionado y se ha comprometido, lo hizo con dulzura, con amor y lo ha hecho con bronca y tendríamos que tener algo de ese espíritu y no estas cosas que no cortan ni pinchan.

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