Domingo, 26 de febrero de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › ]MONICA BRAÑA, UNA ENFERMERA QUE VIAJABA EL MIERCOLES EN EL TREN QUE SE ESTRELLO EN LA ESTACION ONCE
[HTMLEmpezó a ayudar a sacar a otros pasajeros de los vagones traseros y fue a buscar ayuda. Ahí vio que estaba en una catástrofe y terminó trabajando con los bomberos y rescatistas entre gritos de dolor y situaciones desesperadas.
Por Soledad Vallejos
”En un momento me quisieron sacar de ahí y dije ‘soy enfermera y me voy a quedar a dar una mano’”. Y entonces siguió gritando –“porque era mucho tumulto, todos gritaban, si no nadie te iba a escuchar”– y sacando a las personas que estaban bien “porque obstaculizaban” la llegada a quienes parecían peor heridos. Mónica Braña, enfermera, militante social del Frente Transversal, viajaba en uno de los últimos vagones del tren 3772 y no sabía que, al ir hacia los molinetes para buscar ayuda por dos personas heridas en su vagón, encontraría lo que encontró: “Un panorama que era cada vez peor, más heridos, todo el polvo que se levantó después del fuego entre el primer y el segundo vagón”. Hasta ese instante, el impacto que a las 8.33 del miércoles la tiró al piso, y a otras personas sobre ella, le había parecido algo menor. “Como que no había logrado frenar del todo. Nada más.”
El miércoles era uno de esos días, más bien excepcionales, en que Mónica abordaba el tren en Merlo para asistir a un curso con promotoras de salud, parte de su trabajo territorial como agente del programa Argentina Trabaja. El vagón iba “cargado”, “y se llenaba cada vez más a medida que iban pasando las estaciones”. Una hora después, al ir entrando en Once, la formación “venía frenando, pero no llegó a frenar del todo”. Entonces fue el impacto, el caer como fichas de dominó dentro del vagón, “todos uno sobre otro, todo rápido”, y salir al andén, ayudando a bajar a un hombre con la pierna fracturada y una chica con un corte en la ceja. Los dejó en el andén, les dijo “que esperen, que voy a buscar ayuda” y comenzó a andar hacia los molinetes, hacia la cabecera del tren.
“Los que veníamos en el vagón de atrás no pensamos que era eso, pensamos que bueno, chocó, pero nunca que tenía la magnitud que vimos” en lo sucedido tras el impacto entre los primeros vagones. Era avanzar e ir descubriendo a cada paso “que el panorama era peor”, que había más heridos, que no se despejaba “el polvo que se levantó después del fuego”. Entonces se olvidó de todo lo que había ido pensando antes de caminar esos metros. Sólo atinó a dos cosas, en este orden: la primera, llamar a su trabajo, para avisar que el tren acababa de sufrir un accidente y llegaría tarde porque quería ayudar; la segunda, acercarse al vagón y empezar a auxiliar personas. Dice “me salió”, vuelve a anular la idea de reflexión con un “fue lo que me salió”. Y al rato, contará que no, que no llamó a su madre, sino que fue su madre la que, poco después, la llamó. La señora estaba viendo televisión con los hijos de Mónica (una nena de diez, un nene de nueve) y la vieron cargando una camilla.
A cuatro días de sucedido, la imagen es tan vívida que tiene sonido, textura. “Observé el panorama”, recuerda, y en la enumeración emergen “los gritos”, porque “la gente estaba aplastada uno arriba del otro”, porque “era desesperante y no podíamos hacer nada hasta que los bomberos cortaran pare de los fierros. Si movías a alguien era peor, porque muchos tenían trabadas las piernas”. Minutos después, “enseguidita”, cree, aunque repetirá “no caí en la noción del tiempo”, llegaron los bomberos y el personal del SAME. Mónica se retobó cuando quisieron alejarla y empezó a ayudar. Primero, a despejar la zona de heridos leves, sacarlos “del molinete para atrás” y después, clasificar: verde, amarillo, rojo, los colores de gravedad creciente, para diferenciar a quienes pueden esperar de quienes “necesitan la atención ya”.
En su situación, cuenta Mónica, había “muchas personas, muchos que venían en el tren, muchos laburantes”, como “una chica que andaba con ambo blanco, no sé si de médica o enfermera” porque no había tiempo de hablar. Los minutos se fueron acompañando a personas heridas hasta las escalinatas de la calle Bartolomé Mitre, cargando a pulso con otros voluntarios y rescatistas tablas con personas inmovilizadas (como se ve en la foto junto a estas líneas), yendo y viniendo sin más tiempo que el de observar a quién tocaba auxiliar. “Era levantar la cabeza y ver quién seguía.”
Se hicieron las diez y cuarto. Ya no quedaban personas por retirar del andén; los bomberos montaban sus aparejos. “No podíamos hacer nada por nadie ya. Obstaculizabas.” Recordó las imágenes de Cromañón; sintió “que no podía estar pasando acá”. “Salí desorbitada de la estación”, tenía “sensación de bronca y dolor”. La bronca, porque “se podría haber evitado”; el dolor, “por la cara de las personas. Caras de indignación, de no saber qué hacer, de desconcierto. Los gestos de las personas en el lugar eran duros”. También sigue con ella “el dolor ajeno”: “todavía me queda eso de cuánta gente iba a trabajar y no volvió más a su casa”. Ella, que sí volvió a su casa, recuerda que esa noche sus hijos la abrazaron fuerte. A tres días y medio de esa mañana, todavía dice que “no estaba preparada para eso”. Que “las cosas que vivenciamos se quedan con cada una de las personas a las que nos tocó. Fue un horror”. De todas maneras, sigue las noticias del caso, porque “hay que ser responsable”, porque “no tiene que volver a pasar”.
A media mañana del miércoles, Mónica bajó la escalinata de Mitre; atravesó la calle surcada por ambulancias mientras en el aire zumbaban los helicópteros; bajó la escalera del subte. Abordó un vagón rumbo al trabajo. “Estaba como ida. No podía creer de dónde había salido”.
Cerca de su casa, en Marcos Paz, pasan trenes. “El ruido me trae sensaciones de esos momentos.”
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