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Carlos Carrascosa, quien desde hace cuatro años está preso, condenado a prisión perpetua por el asesinato de su mujer, María Marta García Belsunce, reiteró desde la cárcel de Campana que es “inocente” y que está sufriendo, en su cuerpo y en su mente, “las terribles consecuencias de que se me considere el asesino de mi esposa (...) cuando los verdaderos asesinos se ríen de mí, de la Justicia y de la gente”. En una carta enviada a la agencia de noticias Télam, Carrascosa recordó que a diez años del homicidio, ocurrido en 2002, está pagando “las consecuencias de lo que hicieron otros, como un verdadero chivo expiatorio de la inoperancia del sistema”. En la carta dijo que puede “morir” en la cárcel porque está enfermo y dijo que sólo se salvará si le dan la prisión domiciliaria.

“Mientras tanto –remarcó en el mismo tono dramático–, a mis 68 años, me voy consumiendo y muriendo paulatinamente en este agujero sin que nadie haga nada por mí. Esa angustia me ha provocado una depresión feroz y un deterioro irreversible del sistema vascular que, sumado a una presión mal controlada, si hubiera una mínima descompensación, podría provocarme rápidamente la muerte, como coinciden todos los médicos.”

Agregó que “también todos coinciden en que el único modo en que podría salvar mi vida es con una atención adecuada de mis enfermedades y de las emergencias, que sólo podría darse con una prisión domiciliaria, por las obvias condiciones que impone el encierro en una cárcel”.

Carrascosa insistió en que no entiende por qué no le dan la posibilidad de ese beneficio, cuando “a otras personas mucho más jóvenes” que él y que gozan de buena salud “no dudaron en darles la libertad a pesar de las graves condenas que les fueron impuestas”.

Carrascosa concluyó diciendo que “lamentablemente, el paso del tiempo y la inacción total de la Justicia en lo que a mi situación se refiere y la falta de investigación de los verdaderos criminales va destruyendo mi capacidad de resistencia”.

María Marta García Belsunce (50) fue hallada muerta el 27 de octubre de 2002 en su casa del country Carmel, de Pilar. Su cuerpo estaba semisumergido en la bañera. Su marido y parte de la familia dijeron que habían pensado al principio que se trataba de un accidente.

Luego del velorio, en la misma casa familiar, y del sepelio se inició una investigación. La autopsia determinó que la mujer había muerto asesinada de cinco balazos en la cabeza. En 2007, el Tribunal Oral 6 de San Isidro lo condenó a seis años de cárcel por el “encubrimiento” del crimen, pero lo absolvió del homicidio. Dos años después, el Tribunal de Casación Penal lo sentenció a prisión perpetua.

El fallo fue apelado ante la Suprema Corte de Justicia bonaerense, que rechazó el recurso por cuestiones técnicas, y desde septiembre pasado está siendo analizado por la Corte Suprema nacional.