Sábado, 8 de junio de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Estela Díaz *
Voy a apelar a la experiencia personal, porque pensar un balance en agenda de género bien vale compartirlo desde lo vivido en primera persona. En los años previos al 2003, militaba en un barrio de la ciudad de La Plata, Malvinas Argentinas. Alrededor de mediados de los ‘90 formábamos promotoras comunitarias de salud, en especial en salud sexual y reproductiva. Eran años de lucha por la inclusión de la entrega de métodos anticonceptivos de manera gratuita en los centros de salud y los hospitales; todavía estábamos lejos de lograr la ley y el programa nacional. Empezaron a surgir diferentes programas sociales, que aprovechábamos en los ítem que facilitaban la inclusión de las mujeres. La enorme crisis terminó transformando los emprendimientos de salud en copas de leche y comedores comunitarios. La urgencia era comer. Tal vez, si sobraba algo de tiempo, podíamos hablar de salud. Conseguir alimentos, ropas, ollas, mejorar la cocina, ir a los piquetes a pedir más alimentos, infraestructura para los comedores, semillas para las huertas. Hacer algún encuentro festivo de vez en cuando, que nos permitiera ponerle un poco de alegría a la malaria. Esas eran las agendas de esos días. Cada tanto nos dábamos un espacio con las mujeres del barrio para compartir el impacto personal que significaba la crisis.
Esas charlas son imborrables. Cuánto saber de largas resistencias para construir estrategias, recrear espacios, cuidar de los demás, dejar poco lugar para lo propio, como marca generizada indeleble. Historias que se conjugaban con la memoria popular de resistencia y organización, la fábrica se había trasladado al barrio. En definitiva, se trataba de hacer de las debilidades fortalezas. Se vivía al límite. Se sufría con la necesidad de mandar a las hijas y los hijos a vender, a pedir, a trabajar. Se vivía con vergüenza, pero con la certeza de no tener otra posibilidad. Ellas los miraban, esperaban su llegada, los seguían de lejos. Mucha culpa provocaba saber que estaban perdiendo buena parte de su niñez. La única comida era la compartida en el comedor o en la escuela. Se discutió mucho y finalmente se decidió preparar la comida juntas y llevarla en ollas a la casa. De este modo se podía recuperar el espacio íntimo de la mesa compartida. Alguna contó de los cuentos o canciones a la noche para que no se dieran cuenta de que se iban a dormir sin cenar. El mate cocido era lo habitual antes del sueño, cuando había leche con chocolate, el gordito, el más pequeño, saltaba de alegría, la abrazaba con un “gracias, mami” reconocedor del esfuerzo. Otra compartió las discusiones con su pareja, él se había sumado al grupo de flacos que salían a chorear los cables, que luego vendían para fundir el cobre. Ella temía que un día no volviera más, por un afano que le reportaba chirolas, tal vez para el pucho y la birra. “Si vos seguís con el afane yo me voy a prostituir”, le decía, en el punto de marcar un límite, el borde del abismo. Todas reconocían que el espacio comunitario las rescataba. El PEC, PEL, Trabajar, Jefe de Familia, como fueron las denominaciones que tuvieron los programas sociales en los distintos años, les posibilitó tener en muchos casos el único ingreso familiar en pesos, que para colmo luego fueron patacones. En el barrio consiguieron un rol social y un reconocimiento antes desconocido. Ahora se despedían de las hijas, de los hijos, del compañero “yendo a trabajar”. Las mujeres salieron al espacio público para quedarse y eso es parte de un signo del cierre de siglo e inicio del nuevo.
En ese contexto llegó Néstor Kirchner a la presidencia. Como bien le gustaba recordar, con menos votos que desocupados. Las enumeraciones suelen ser cansinas, pero hay una larga lista de logros con impacto en la vida de las mujeres y de reducción de las brechas de género. Diez años pueden resumirse en diez decisiones altamente significativas:
1. La inclusión de mujeres en la Corte Suprema de Justicia.
2. La implementación del Programa Nacional de Salud Sexual y Reproductiva.
3. La sanción de la Ley Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres.
4. La sanción de la Ley de Trata de Personas y la implementación de programas para su atención y erradicación.
5. La Asignación Universal por Hijo, que puso en las mujeres la titularidad del cobro. Se acaba de incluir el mismo criterio para el salario familiar en los sectores asalariados.
6. La moratoria previsional, que superó los dos millones de personas, con la que se incluyó al 95 por ciento de la gente en edad jubilatoria, el 75 por ciento mujeres.
7. La sanción de la Ley de Servicios de Comunicación audiovisual, que además de promover la democratización de la palabra, otorgando un 33 por ciento de las licencias a las organizaciones sociales, incluyó ítem importantes contra la discriminación y por la protección de la niñez y adolescencia.
8. La Ley que crea un régimen especial para trabajadoras de casas particulares, equiparando derechos laborales.
9. La defensa en lo nacional e internacional del paradigma de derechos humanos, dejando de lado los alineamientos del menemismo en los foros internacionales con las posiciones más conservadoras y fundamentalistas.
10. Las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género, verdaderas propuestas de inclusión en la diversidad.
Pero los cambios producidos son algo más que una lista de leyes y políticas. Más allá de estas enumeraciones, que podrían ampliarse, hay aspectos transversales a destacar: el rol activo y presente del Estado, la centralidad de la cuestión del empleo, con la dinámica de la negociación colectiva y la protección de los puestos de trabajo en los momentos de crisis y la recuperación de la política como una herramienta de transformación. Que hay asignaturas pendientes es innegable. En lo legislativo, sin dudas es la despenalización y legalización del aborto. En el Ejecutivo, la recreación de un ámbito con jerarquía y poder real para incluir con mucha más determinación la perspectiva de género en el conjunto de las políticas, además de dinamizar con la urgencia que requiere programas como el de atención integral de la violencia de género. En el resto de temas puede sintetizarse en una frase que escuché estos días: el problema es que en estos diez años les ha ido demasiado bien a las grandes empresas, que son formadoras de precios, responsables de la fuga de divisas y de la no inversión. Por este lado debería mirarse la década por venir.
En tiempos de balances, queremos darle una vuelta más a esta pregunta que sobrevuela respecto de la relación entre este proyecto político que cumple diez años y la agenda de género. Aquí es donde debemos preguntarnos por el estado de situación más general de las relaciones de género. Cómo estamos las mujeres, dónde estamos, cómo podemos evaluar la ecuación de las brechas de desigualdad de género. Allí es el punto que requiere distinguir entre un discurso feminista y una práctica política que efectivamente intervenga de manera favorable para transformar las relaciones históricas de poder asimétrico entre varones y mujeres. Una cuestión es tener un discurso feminista y otra bien distinta es lograr contribuir en verdad a producir los cambios que esta conciencia, convicción y posicionamiento ideológico supone. Desde esta perspectiva, y a pesar de escuchar más veces de las que nos gustaría decir a la Presidenta que ella no es feminista, el kirchnerismo, y Cristina en particular, son referentes de la mejora concreta de la vida de las mujeres y sobre todo de los cambios culturales que generan oportunidades y mejores perspectivas para las generaciones futuras.
Para cerrar, vuelvo a la autorreferencia. Tengo 50 años y desde niña fui metida y enterada, como decían en mi casa. Por eso mi madre solía repetir que lo mío era el derecho, carrera que no seguí, pero con la que me vinculé estrechamente en el activismo por los derechos humanos de las mujeres. Ni ella ni yo podíamos ni siquiera jugar con la ilusión de ser presidenta. Hoy mis nietas y sobrinas pequeñas lo hacen. Incluso a pesar de vestirse aún con la basura de los trajes de las princesas de Disney y con el color rosa como habilitador de identidad de género. Estamos frente a un cambio cultural profundamente esperanzador y no es producto de ningún viento de cola.
* Secretaría de Género, CTA.
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