Sábado, 22 de junio de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › DEFINICIONES DE ZAFFARONI EN UN ENCUENTRO SOBRE NIÑOS EN SITUACION DE CALLE
El juez de la Corte dijo que “detrás de cada prejuicio hay una semilla de masacre”. Al disertar en un encuentro organizado por el Registro Nacional de Chicos Perdidos, afirmó que al tratar con personas vulnerables, “lo fundamental es que cambien su autopercepción”.
Primero el dato: en la Ciudad de Buenos Aires, sobre un universo de 170 homicidios, sólo dos son cometidos por menores de 18 años. Después la valoración del dato: “No es un problema grave”. También la realidad completa: “Si hablamos de muerte, ojo al cruzar la calle, cuidado con la familia y con los amigos y recién en tercer lugar, muy lejanamente, atención al que te asalta”. Por eso la conclusión para Raúl Zaffaroni es una advertencia: “Mejor que un chico ni roce el sistema penal. Sólo con que alguien sea rozado por el sistema penal, el efecto será estigmatizante”.
En medio de una semana que lo tuvo como protagonista del debate sobre la reforma judicial, voto en disidencia incluido, Zaffaroni se hizo tiempo en la agenda para disertar una mañana ante los 200 participantes de un encuentro organizado por el Registro Nacional de Chicos Perdidos de la Secretaría de Derechos Humanos. Dentro del Registro, el Programa de Articulación Institucional, PAI, que trabaja con chicos de la calle, se propone diseñar un protocolo nacional de actuación, que muchos de los participantes y el propio secretario del área, Martín Fresneda, desearían con carácter vinculante.
Estigma, según la Real Academia Española, tiene diferentes acepciones: “marca o señal en el cuerpo”, “desdoro, afrenta, mala fama”, “huella impresa sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos santos extáticos, como símbolo de la participación de sus almas en la Pasión de Cristo” y “marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud”.
Zaffaroni dijo que alcanza con que se produzca un operativo en una casa ante una denuncia sin fundamento contra un chico. “Los demás ya lo mirarán de otra manera, sin que importe lo que haya hecho o si hizo algo”. El riesgo mayor, según el ministro de la Corte Suprema, es que la estigmatización “vaya condicionando una carrera criminal, como si fuera un túnel”. Dijo que preocuparse por esto “no es negocio político, porque parece que en lugar de ganar votos se corre el peligro de perderlos”, pero explicó que “si uno cree que el blanco del poder punitivo sobredimensionado son sólo los presos, se equivoca: es para vigilarnos a todos”.
“Creo, con Martín Buber, que el ser humano no es racional pero que tiene la posibilidad de llegar a serlo”, sonrió por un momento el penalista.
Como el encuentro versaba sobre chicos con experiencia de vida en la calle, Zaffaroni insistió en “evitar cualquier ideología de tipo tutelar”. Explicó que el Poder Judicial “no es padre de nadie sino un juez” y afirmó que la internación en institutos, que en la jerga se conoce como institucionalización, “siempre es deteriorante”. El deterioro “se puede atenuar, pero las características estructurales deteriorantes no se pueden eliminar”. Conclusión: “Tratemos de internar lo menos posible porque en la historia a todos los tutelados les fue mal mientras eran tutelados. Pasó con los indios, los africanos y las mujeres”.
Cristina Fernández, coordinadora del Registro de Chicos Perdidos, dijo que “el tutelado no es reconocido como persona con derechos sino como un incapaz o un simple objeto a resguardar”. Aclaró que “no sólo es nefasto criminalizar la pobreza sino incluso judicializarla”. Lo contrario, que rescató como camino válido, es pensar en “un sujeto pleno de derechos tal como lo estableció en 2005 la Ley de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes”. Uno de los derechos garantizados por la Ley es que la opinión de cada miembro de este grupo social sea tenida en cuenta.
Relató Fernández que en 2012, el Programa de Articulación Institucional realizó el seguimiento y trabajó con 127 chicos con experiencia de vida en calle. El 78 por ciento varones y el 22 por ciento mujeres. Del total, 93 tenían entre 12 y 17 años. En 48 casos alegaron maltrato físico como causa determinante para ir a la calle o permanecer en ella. En 44 casos refirieron abuso emocional. En 42 casos la razón fue abandono físico. El 42 por ciento de esos 127 comenzó su experiencia de vida en calle entre los 6 y los 11 años. En 55 casos, 42 de ellos varones, hay referencia a consumo de sustancias tóxicas. El 74 por ciento de esos 127 chicos estuvo en alguna institución de puertas abiertas y el 14 por ciento alguna vez fue alojado en alguna institución para adolescentes que supuestamente fueron infractores de la ley penal. “Al terminar el 2012, el 49 por ciento de los casos, o sea 62, se había reencontrado con su familia o grupo de pertenencia”, dijo Fernández. “Otro grupo, de 26 casos, salió de la calle, pero como no tenían familia que los acogiera mantuvo su permanencia en una institución de puertas abiertas, o sea que 89 sobre 127 no volvieron a la calle.”
En su conferencia, Zaffaroni dijo que “cuando tratamos con personas vulnerables, lo fundamental es que cambien su autopercepción porque de otro modo el estereotipo se introyecta como resultado de la demanda de roles”. Afirmó que la sociedad debe actuar como si dijera: “Te ofrezco la posibilidad de que te veas de otra manera”. Aclaró que eso “no es fácil ni hay que ser omnipotentes, pero hagamos el esfuerzo porque de lo contrario no alcanzará con nada, ni siquiera con la ayuda material”. Y ello porque “el estereotipo se va elaborando como una síntesis de los prejuicios más negativos de cada sociedad”. Lo cual, para Zaffaroni, es grave: “Detrás de cada prejuicio hay una semilla de masacre, no lo olvidemos. La fabricación planetaria de prejuicios es sumamente riesgosa. A medida que le vamos quitando límites al poder punitivo, vamos liberando un poder que cuando se descontrola termina en masacre”.
“Un Estado autoritario no es más que un Estado con las agencias punitivas sin control”, dijo.
Zaffaroni inscribió sus ideas en una conclusión a partir de la realidad mundial. “En la Argentina operan prejuicios y estereotipos”, dijo. “Muchas veces pensamos que lo que nos pasa a nosotros nos sucede a nosotros solos, pero hay cosas que hoy se están produciendo en el mundo y debemos estar alertas. Le podemos agregar algún dato folklórico local, pero hay movimientos planetarios peligrosos. Estamos pasando por un momento del mundo con un tremendo avance del poder represivo. Van cayendo barreras y barreras y barreras...”
Zaffaroni evitó presentar la situación actual como una repetición simple del siglo XX. “No podría asegurar que se esté conformando un Estado autoritario en el sentido de los totalitarismos de las entreguerras. Eran perversos, y creativos en su perversidad: eran coloridos, tenían discurso, paradas, monumentos, arquitectura como la fascista...”
En cuanto a la situación actual, según el ministro de la Corte Suprema “la publicidad intenta golpear a lo sentimental, sin argumento”. ¿Cuál sería el marco? “Nos guste o no nos guste vivimos un momento de globalización. Es un fenómeno, producto de una revolución, la tecnológica, que es fundamentalmente comunicacional. Cada vez tenemos que tener más conciencia de que nuestro campo de lucha es el de la comunicación. Fenómenos de los países centrales repercuten sobre la órbita en la que estamos comprendidos.”
Al resumir la historia del fenómeno, Zaffaroni se remontó a una explosión, la de la población carcelaria en los Estados Unidos, que los técnicos llaman “índice de prisionización”, y le puso un momento cronológico: los comienzos de la década del ’80. Ronald Reagan asumió como presidente en enero de 1981. Sucedió al demócrata James Carter, que a su vez había sucedido al núcleo republicano más duro de Richard Nixon y Gerald Ford.
“El índice de prisionización terminó superando al de Rusia, donde se mandaba al preso a Siberia como un sujeto sin derechos”, recordó Zaffaroni. “Hoy en los Estados Unidos hay entre dos y dos millones y medio de presos. Esto implica un significado macroeconómico. Hay dos millones y medio de personas fuera del sistema productivo. Y hay diez millones de personas viviendo del aparato punitivo. Por otra parte, la realidad es funcional a una economía que deja de ser de producción para serlo de servicios. Y estamos hablando de una inversión anual del orden de los 200 mil millones de dólares.”
Sobre la composición de los encarcelados, Zaffaroni indicó que a fines de la década del ’80 “más del 50 por ciento de la población penal pasó a estar constituida por afronorteamericanos”.
Este “aparato punitivo sobredimensionado tiene su publicidad”, que consiste en “gobernar a través del crimen”. Incluso, para Zaffaroni, se pasó de un modelo de Estado a otro. Del Welfare State de Franklin Delano Roosevelt (presidente entre 1933 y 1945) y su modelo de incorporación, a un modelo de exclusión: el de Ronald Reagan y George Bush. “El ciudadano medio buscado es distinto. El trabajador, en el primer modelo. El ciudadano-víctima, en el segundo. La víctima tiene que tener ciertas condiciones personales de histrionismo y la capacidad de generar empatía. Cuando empieza a decir cosas intolerables, lo tiran y buscan otra víctima.”
Dijo Zaffaroni que en ese proceso “al lado de la víctima se ponen el comunicador y los políticos que buscan aprovechar los sentimientos de venganza generados por la víctima”. Así surge la imitación del “populacherismo indicativo” y el uso del entretenimiento como forma de comunicación. “No le damos importancia pero tiene una enorme trascendencia. En un rato, en la televisión podemos ver más homicidios ficcionales que otra cosa. Esas series garantizan que desde temprana edad se pueda introyectar la idea de que todo conflicto se puede resolver violentamente y terminar con el villano muerto.” Otra clave es el héroe: “Siempre es un psicópata que viola una norma –la que por ejemplo le subraya un fiscal sensato– y violando la norma salva a la muchachita, que por supuesto, es estúpida.”
Para el ministro de la Corte ese mundo ficcional pesa aún más que el noticioso. En su conferencia, sin embargo, no ignoró el ámbito de las noticias, “porque el homicidio del día se repite y se repite y entonces como mínimo tendremos cinco o diez homicidios de gran impacto”.
En ese momento contrapuso la repetición con las cifras. “En la Ciudad de Buenos Aires la tasa de homicidios es de 3,5 por 100 mil habitantes. En Canadá es 2 por 100 mil. En Brasil, 20 por 100 mil. Pero si aquí tenemos en cuenta específicamente a las villas, o por lo menos las villas cuyas cifras ya hemos estudiado, la cifra es de 17,5 por 100 mil. Con el agravante de que la mitad de los homicidios quedan sin esclarecer. Hay muertos de primera y muertos de segunda. Pasa en todo el mundo. En México es preocupante. En El Salvador y Guatemala están las maras. En Venezuela el índice es importante. En Colombia la situación está cambiando pero el pasado reciente es grave.”
Zaffaroni precisó que “no se puede comparar la realidad de un país con otro, pero el discurso y la publicidad son los mismos”.
Según él, “el contexto trata de centrar en un único objeto temible todos los miedos y generar un miedo social paranoico, lo cual neutraliza otros temores: no me interesa lo que pasa con el planeta porque me preocupa que me maten en la esquina”.
El objeto a temer, el chivo expiatorio donde se concentran todas las culpas, el estereotipo en construcción, sintoniza con “una violencia difusa que causa angustia y malestar porque nadie sabe a qué se debe”. No hay un origen determinado. “La angustia, como sabemos, no tiene un objeto. El miedo sí lo tiene: quizás el temor a la muerte. Entonces, para pasar de la angustia al miedo aparece el chivo expiatorio.”
No cualquiera puede convertirse en chivo expiatorio. “Es más viable cuando responde a una idea conspirativa. El terrorista es el chivo expiatorio ideal. Que a nadie se le ocurra lavarse la cabeza con shampoo, ponerse la toalla y salir a atender al carnicero... Pero cuando no hay una conspiración a mano, hay candidatos residuales al chivo expiatorio: el adolescente de barrio precario, llámese favela, pueblo joven o villa miseria.”
El juez de la Corte avanzó en el razonamiento y propuso un escenario a las 200 personas que lo escuchaban (funcionarios judiciales, miembros de fuerzas de seguridad, trabajadores sociales, dirigentes de ONG dedicadas a chicos en la calle) un escenario para comprender de qué hablaba. “Quiero que entiendan qué pasa con el comportamiento de alguien a quien convierten en chivo expiatorio. Si yo, que fui invitado para hablar de un tema, ahora me pusiera a cantar un tango, ustedes se enojarían. Si fuera un grupo de ustedes el que cantara, el resto pensaría que se trata de un conjunto de borrachos y se enojaría. O sea: si uno se sale de la demanda de rol se produce una reacción agresiva. Es el momento en que nos quedamos sin libreto y no sabemos cómo seguir. En la vida social pasa lo mismo. Si todos los días tomo el subte a la misma hora y veo un tipo vestido de pintor de paredes y lo miro, no pasa nada. Pero si un día me acerco y le digo que tengo algo que pintar en casa y él me contesta que es un profesor de filosofía presocrática, yo me pregunto: ‘Este estúpido, ¿por qué se viste así?’. Pongo el acento en este punto. Ojo, porque el portador del estereotipo también lo siente cuando es estereotipado. ¿Por qué hay índice de reincidencia? Porque hay una fábrica de estereotipos y para sobrevivir en las cárceles, los presos quedan fijados en roles desviados.”
Zaffaroni opina que a tal extremo, la figura del chivo expiatorio es fuerte (“el ladrón es joven”) que la persona se jubila cuando se cae del estereotipo. “El descenso se produce poco después de los 30 años. La persona no se resocializó sino que se cayó del estereotipo. Se supone que un tipo de 40 años ya no puede arrebatar algo en la calle y correr con un arma.”
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