Viernes, 7 de febrero de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › TRES MIEMBROS DEL CUARTEL DE LA POLICIA FEDERAL RECUERDAN A SUS COMPAÑEROS MUERTOS
Cuentan cómo eran cada uno de los bomberos que fallecieron en el derrumbe. Relatan anécdotas, se emocionan. Saben que les podría haber tocado a ellos. “Bomberos es una gran familia, nos conocemos todos, no importa en qué cuartel estemos”, dicen.
“Bomberos es una gran familia, nos conocemos todos, no importa en qué cuartel de la superintendencia estemos. Además, nos vemos más que con nuestras esposas e hijos, por eso había también un ambiente de camaradería y humor permanente, donde éramos un grupo unido. Todo eso hace mucho más difícil lo que pasó. A Barracas salimos ocho, pero no volvimos todos.” Las palabras de Jorge Laurens, jefe de la División Central de Alarma de la Superintendencia de Bomberos de la Policía Federal Argentina (PFA), no parecen coincidir con su semblante. El bombero habla firme, erguido y con entereza, como si fuese un día cualquiera en el cuartel y estuviera preparado para recibir un alerta y salir disparado por la avenida Belgrano en una autobomba. Sin embargo, las ideas salen en cataratas y duelen, aunque fueran anécdotas graciosas. El diálogo con Página/12 transcurría mientras en el Salón Dorado del Departamento Central de Policía se de-sarrollaba el velatorio de seis de los nueve fallecidos por el derrumbe de una pared del depósito en llamas de Iron Mountain.
Juan Moreno, suboficial escribiente de la policía, sentado al lado de Laurens en una oficina, también está conmovido. “Hace diez turnos yo salía con esa dotación. Fue muy fuerte. Se me cruzaban muchas cosas, hasta sentía un poquito de culpa. Creo que Dios no quiso que me tocara”, relata. Moreno trabaja en una oficina del cuartel pero, hasta hace un tiempo, acompañaba en los operativos a la dotación 1 de bomberos. En la misma línea, todavía aturdido, el subcomisario Javier Revilla, también presente, cuenta que “me pasó que, cuando estaba en la vereda, me confundí a un pibe con Martínez, fue un shock”. Maximiliano Martínez es una de las víctimas fatales del derrumbe.
“Todos eran excelentes personas y profesionales. Eduardo Conesa y Damián Véliz eran dos padres excepcionales, Juan Monticelli una gran persona, Maximiliano Martínez alegraba el cuartel, tenía un enorme sentido del humor. Con Anahí Garnica teníamos una afinidad especial, porque conocía a la familia, pero también por la dinámica de nuestras funciones en nuestro trabajo. Yo decía que era mi oficial de guardia”, recuerda el suboficial Moreno, de a uno, con nombre y apellido, a todos los bomberos, sin permitirse olvidar ninguno.
“Y también está Leo, que era un tipo honesto, muy derecho, nunca se torcía, casi que molestaba”, agrega con ironía Revilla. Recordar a los compañeros es hablar del día a día, de historias pequeñas, tal vez la mejor forma que encuentran los tres hombres para rendirles homenaje sin estar en el Salón Dorado. A sólo unos metros, los cuerpos de Day, Garnica, Canesa, Véliz, Martínez y Manticelli reciben el último adiós de decenas de familias, amigos y compañeros. “Una vez nos peleamos con Leo y después no nos acordábamos por qué. Nos reíamos. Eramos un matrimonio. Murió en su ley. Podría haber estado trabajando en una oficina, pero eligió seguir en las tareas de rescate y asistencia”, agrega Revilla, riéndose con la mirada al suelo.
Con respecto al momento en que se desató el incendio, Laurens relata que “el llamado se recibe 8.12. Nos dijeron que era un incendio en depósito. En esos casos, por lo general, corresponde que asista el equipo de la zona, en este caso el de Barracas. También se suele atacar con una sola línea y, si el fuego empeora, se suman más. En el aviso nos informaron que atacaban con cinco líneas, por Azara, el frente de Jovellanos, y Jovellanos y Quinquela Martín. Era una situación grave”.
“Estábamos en contacto con en el comisario inspector Day. En un momento se lo dejó de escuchar y eso me preocupó”, señala Laurens, a lo que Revilla complementa que “ahí fue cuando escuchamos el famoso pedido de ayuda que salió en los medios”.
Sin pausa y con un dejo de impotencia, el jefe de la División Central de la Superintendencia sostiene que “todo el mundo opina. Si el trabajo estuvo bien o mal hecho lo pueden decir los que trabajaron ahí. Pero el protocolo se siguió y la capacidad operativa de los chicos era innegable, no hubo error ni negligencia. Después, los peritos van a determinar si hubo fallas”.
“Hay que resaltar la vocación del equipo. Atacaban el incendio, mientras lloraban. También llegaba personal de otros lados y preguntaban dónde colaborar. Por eso digo que ser bombero es la mejor profesión del mundo. Hacemos todo lo que podemos y porque nos gusta”, indica Laurens, con el aval de los otros comisarios. “A las 8, toda la superintendencia partió con la misma o más fuerza para apagar el incendio. Sentimos que no les podemos fallar a los chicos que ahora nos cuidan desde el cielo.”
Informe: Gonzalo Olaberría.
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