Domingo, 5 de abril de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › LA BATALLA DE LOS VECINOS QUE BUSCAN RECUPERAR EN SUS BARRIOS LOS VIEJOS CINE-TEATROS QUE BRILLARON EN OTRA EPOCA
Son edificios históricos, de valor arquitectónico, emblemas del barrio. Casi todos llevan una, si no dos décadas cerrados. Grupos de vecinos intentan rescatarlos para darles una nueva vida cultural. Los que pudieron lograrlo, los que aún no. Los tropiezos con el gobierno macrista.
Por Gonzalo Olaberría
Hablar de los cine-teatros de la ciudad de Buenos Aires pareciera remitir a otras épocas. Los barrios porteños se consolidaban en las primeras décadas de siglo XX y grandes edificios se diseminaron con la propuesta de descentralizar la actividad cultural y acercarla a todos los vecinos. El cine era una novedad y, con saco y corbata, porque en ese entonces para ir había que ponerse las mejores ropas, se hacían largas filas que daban vuelta a la manzana para mirar las películas que se presentaban 15 días antes en el Centro. Entre proyecciones, artistas barriales tenían su lugar y ofrecían actuaciones y canciones en vivo de gran atractivo. Las apariciones de la televisión en los ’50 y del cassette y el videoclub a fines de los ’80 llevaron el cine a las casas y estos espacios culturales perdieron público y dejaron de ser rentables. Algunos mutaron en comercios, otros cerraron, pero todos perdieron su brillo y hoy apenas se identifica por la calle a los que siguen de pie. Desde hace varios años, grupos de vecinos trabajan por recuperarlos en un intento de promover eventos y talleres accesibles, y de reavivar referentes barriales cargados de historia.
El Cine Aconcagua (Villa Devoto), el Cine-teatro Taricco (Paternal), el Complejo Cultural 25 de Mayo (Villa Urquiza), el Cine El Plata (Mataderos) y el Cine Gran Rivadavia (Floresta) son ejemplos de cinco espacios históricos y de gran valor arquitectónico que atravesaron los embates tecnológicos y comerciales con distinta suerte. El Aconcagua y el Taricco se encuentran abandonados desde la década del ’90 y los vecinos planean presentar proyectos de expropiación para transformarlos en complejos culturales, que tengan actividades interdisciplinarias gestionadas por ellos mismos. El 25 de Mayo reabrió sus puertas en 2007 con una propuesta similar, pero el actual Gobierno de la Ciudad no considera la participación vecinal y ofrece una programación pobre y cara. El Plata está en el último tramo de obras de puesta en valor y los habitantes temen que las autoridades usen el edificio a discreción. A diferencia del resto, el Gran Rivadavia, cerrado en 2004, palpita su reapertura a fines de abril gracias a la inversión privada.
En un diálogo con Página/12 que transcurrió en un bar al lado del Taricco, casi como una declaración de principios, representantes vecinales que luchan por estos antiguos cine-teatros señalan que, si bien miles de vecinos desean que se reactiven, la tarea se hace difícil, por la falta de recursos legales que regulen la protección y administración de este tipo de espacios culturales, sin el interés empresario. Apenas lo hacen la Ley Nacional de Teatros, la Ley 4104 (norma porteña que establece que, en casos de demolición parcial o total de cine-teatros, el propietario del predio tiene la obligación de construir otro de características semejantes, que respete hasta un 10 por ciento menos el número total de butacas) y declaraciones de interés cultural, histórico y arquitectónico de distintos organismos. Sin embargo, todos remarcan que la mayor traba es la falta de voluntad de los últimos gobiernos porteños para defenderlos. “No importa lo que el Ejecutivo haga, hay algo que no puede frenar: yo te pongo una pantalla en una plaza y la gente viene”, dice Gabriel De Bella, vecino que participa en el proceso de reapertura del Gran Rivadavia.
El Aconcagua se inauguró en 1945 y se convirtió por esos años en el segundo cine de Devoto. José Luis Alesina, vecino del barrio y nieto de José Patti, constructor y primer dueño del edificio, cuenta que el estreno con la película rusa Arcoiris dio comienzo a un ritual. Incluía proyecciones nacionales y extranjeras, números en vivo, colas de 1200 personas, promociones exclusivas para mujeres y grupos de amigos, ahorro entre semana y reuniones pospelícula en la pizzería de al lado para debatirlas. La televisión primero y el cassette y las cadenas de cine más tarde, hirieron de muerte al Aconcagua, que cerró en 1995 y se convirtió en templo evangelista hasta 2009. Ese momento fue el puntapié para los intentos por recuperarlo.
“Todo empezó con un pibe de 16 años, que vivía enfrente pero nunca lo vio abierto como cine porque era muy chico. Dice ‘algo tengo que hacer para recuperarlo’ y crea una red en Facebook. Se empiezan a juntar firmas en la puerta y después fue como una bola de nieve. Cuando hacemos el primer evento, se nos acerca un vecino, Rubén Campos, que nos dice: ‘Muchachos, yo soy diputado (de la UCR) por la Ciudad, ¿les interesaría hacer un proyecto de expropiación?’”, recuerda Alesina.
En 2011 presentaron el proyecto que salió votado favorablemente en la Legislatura. Al año siguiente, el Gobierno de la Ciudad de Mauricio Macri lo vetó, con los argumentos de que el plan estaba implicado en el presupuesto porteño de 2011 y de que existían muchos complejos culturales dependientes del gobierno dentro de la comuna 11, donde se encuentra el cine.
El nieto de Patti explica que “el problema es que se toman las decisiones pensando en comunas. Hay que pensar en términos de barrio. A 25 cuadras a la redonda del Aconcagua no tenés lugares culturales, no hay nada, es un punto oscuro terrible. Pero, entre la comuna 11, 12 y parte de la 15, tenemos 500 mil habitantes, según el censo del 2010”. El edificio, ubicado en avenida Mosconi 3360, está justo en el límite con Villa Pueyrredón y Villa del Parque, por lo que resultó un punto cultural de gran afluencia en sus años dorados.
Sin grandes avances hasta la fecha, los vecinos planean presentar un nuevo plan de expropiación. La idea es que el gobierno se haga cargo de la compra del predio para que los propios habitantes lo pongan a punto. El lugar tiene una fachada en buenas condiciones pero necesita numerosas refacciones en su interior. Para costear los gastos, piensan en acuerdos con fundaciones interesadas en colaborar por la causa.
Además tienen en mente un plan de autogestión donde sean ellos los que decidan las actividades culturales que se realicen en el Aconcagua. Alesina señala que “pensamos un proyecto cultural donde haya salas de cine y de teatro, y un estudio de radio, al servicio de la comunidad, tanto como espectadores como hacedores. La gestión sería a través de la Asociación Civil Aconcagua”. “El cine fue el medio audiovisual que tenía el vecino cuando no había televisión o Internet. Era nuestra casa, donde íbamos de chicos, con nuestra primera novia. Recuperarlo es una forma de mantener vivas estas historias”, agrega.
El caso del Taricco tiene similitudes con la situación del Aconcagua. Los problemas comerciales desde la aparición de la tevé también hicieron que cerrara, en este caso a fines de la década del ’60. Se transformó en un supermercado Minimax y fue objetivo de los ataques contra la cadena de locales de la empresa estadounidense de Nelson Rockefeller en 1969. Después se hizo Supercoop, otro supermercado propiedad del Hogar Obrero, hasta que cerró en 1991. Hace casi un cuarto de siglo que está tapiado.
Tampoco tuvo mejor suerte con los planes de expropiación de los vecinos, quienes idearon su recuperación al calor de los reclamos sociales de 2001. A fines de 2005, se presentó un proyecto que fue aprobado por Jorge Telerman, jefe de Gobierno interino tras el juicio político que destituyó a Aníbal Ibarra por el incendio de Cromañón, pero que ni Telerman ni Macri ejecutaron y quedó sin efecto. Hubo dos presentaciones más en 2011 y 2013, que también caducaron pasados dos años sin tratamiento en la Legislatura.
“Vamos a presentar un nuevo proyecto para que el Gobierno de la Ciudad lo compre y se haga cargo la ONG Grupo Taricco. Pensamos en una gestión integrada por una comisión que tenga un representante del gobierno porteño, uno de la junta comunal, cinco de entes barriales como cooperadoras escolares, comercios, medios de comunicación o centros culturales, y tres de la ONG. La idea es que todos los vecinos puedan participar de la organización y que las decisiones salgan desde la base para arriba”, comenta Norberto Zanzi, uno de los vecinos de Paternal que sueñan con que el Taricco vuelva a funcionar.
El espacio fue inaugurado en 1920 por Luis Taricco, un heladero amante del cine quien, luego de proyectar películas en su negocio, dejó volar la imaginación y compró un terreno de mil metros cuadrados en avenida San Martín y Nicasio Oroño para instalar un cine-teatro de mil butacas. Zanzi asegura que, además de las películas, se proyectaban series como Superman, Batman o Tarzán y que las escuelas eran invitadas a realizar actos importantes, por lo general los domingos. El lugar supo tener también actuaciones en vivo de personalidades como Carlos Gardel, Tita Merello, Luis Sandrini o las hermanas Legrand.
Después de las sucesivas obras que sufrió el edificio, dos inspecciones técnicas de la Defensoría del Pueblo y el Ministerio de Cultura porteño confirmaron que se encuentra en buenas condiciones estructurales para hacer un cine-teatro nuevo. Zanzi detalla que “proponemos hacer dos salas, una de cine y otra de teatro, aulas para talleres y estudios de grabación audiovisual. Evidentemente, fondos propios no tenemos. Pensamos en fundaciones que tengan interés en aportar. Hacemos énfasis en el cine y el teatro, que era lo que era antes”. Acompañando al próximo proyecto de expropiación, el 11 de abril los vecinos realizarán un festival cultural en la puerta del Taricco, con las mismas ganas y fuerzas con las que empezaron el reclamo.
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