Domingo, 5 de abril de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › LOS CASOS DE VILLA URQUIZA Y MATADEROS
Por Gonzalo Olaberría
Al oeste de la ciudad, los vecinos de Villa Urquiza y Mataderos no saben si saltar de alegría o lamentarse pesadamente. Sus históricos espacios culturales fueron rescatados del mercado inmobiliario, pero temen que no atiendan los intereses y necesidades de los barrios.
En 2007, toda Villa Urquiza celebró la reinauguración del 25 de Mayo, después de una pelea que comenzó con las asambleas vecinales de 2001. La puesta en valor convirtió al ex cine-teatro en un complejo cultural de 800 espectadores, con dos salas de conciertos, obras teatrales y proyecciones de cine, cuatro aulas para talleres y una galería de exposiciones. Los problemas volvieron con la gestión y programación del espacio, que no incluyen al vecino.
Inaugurado en 1929 por una iniciativa de comerciantes, la falta de rentabilidad hizo que el 25 de Mayo cerrara en 1982. En 2003, se logró que Ibarra lo expropiara y, al año siguiente, acta-acuerdo mediante con lo que era la Secretaría de Cultura, vecinos y autoridades acordaron la gestión conjunta.
Bajo el mandato de Macri, el actual ministro de Cultura Hernán Lombardi firmó un decreto en 2008 que dejó al complejo bajo la órbita de la cartera y del Centro Cultural San Martín. Los vecinos se quejan de que, desde ese entonces, las decisiones se centralizaron y el edificio quedó vaciado: no tiene presupuesto ni equipamiento propio, hay pocas obras de teatro y proyecciones de cine, los talleres que existen son caros y discontinuados, y los salones se alquilan.
“Está especificado en un informe que pedimos al Gobierno de la Ciudad el año pasado que, desde 2012, cada sala tiene un precio. Hay una ley tarifaria que alquila la Sala Redonda en 8500 pesos y la Sala Grande en 7000. Para cualquiera, sea una entidad pública o un privado”, afirma Damián Pigliapoco, miembro de la organización Vecinos por el 25 de Mayo.
Los habitantes piensan en un plan cultural de utilidad al barrio, que desarrolle actividades integrales y accesibles. Mónica Dittmar indica que “presentamos un proyecto de gestión consensuada con los vecinos, desde la comuna 12. Cuando se aplique como se debe la Ley de Comunas, otra de nuestras luchas, esperamos que la gestión sea discutida tal cual decía el proyecto original”.
La idea de descentralizar la cultura ya estaba en los planes del arquitecto Maximino Gasparutti, que construyó la obra en el casco histórico del barrio, en avenida Triunvirato 4444. De hecho, en los ’30, lo llamaban el Petit Colón. “Dicen que lo último que cantó Gardel lo hizo acá. Como había tanta gente que no podía entrar, Gardel salió a la puerta, se subió a un auto y cantó para todos”, menciona Dittmar.
“Recuperamos el teatro, que no es menor, pero hacer una reunión de gabinete ampliado no es su finalidad. Las entradas para una función no te las dan ahí, sino que hay que sacarlas en el San Martín. Hay un vaciamiento cultural claro”, denuncia Pigliapoco.
El Plata (foto) está en obras avanzadas para transformarse en complejo cultural, pero hay incertidumbre con la forma y los tiempos en que se llevan adelante. Más aún, todavía no se sabe con precisión cómo será la gestión de la Dirección General de Museos, del Ministerio de Cultura porteño, de la que los vecinos por ahora quedaron afuera.
Los antecedentes por la recuperación del Gran Rex de Mataderos no ayudan a pensar en un futuro auspicioso, indica Alberto Dileo, presidente de la Coordinadora Vecinal Cine El Plata. En 2005, el gobierno de Ibarra, a través de la Corporación Buenos Aires Sur, lo compró de manera indirecta y aprobó el armado de un centro cultural. El efecto Cromañón llegó al barrio y, con la caída de Ibarra, se vino abajo la idea. “La corporación obedecía al gobierno de turno. Si en la época de Ibarra se tenía al predio para un cine, en la de Telerman se lo tuvo para no hacer nada y en la época de Macri para un CGP”, remarca.
Macri asumió como jefe de Gobierno en 2007 y, a espaldas de todos, se llamó a una licitación para hacer un CGP. Empezaron a demoler el cine y los vecinos recurrieron a la Justicia, que frenó las obras y más tarde dispuso su reconstrucción. Para ese entonces, a un cine-teatro que sólo le faltaban las butacas, le quedaron unas escaleras de mármol.
El futuro complejo cultural contará con una sala de teatro para 800 personas, dos de cine para 180 cada una y varias de usos múltiples. La capacidad es un poco menor a las 1500 que tenía el edificio de avenida Alberdi 5751, cuando abrió en 1945. Las obras tuvieron varias irregularidades. La más destacada fue la voladura de su techo nuevo con una gran tormenta hace unos años. Hoy se sospecha que en una de las salas de cine se está haciendo en su lugar un microteatro.
Asimismo, hace unos años, Lombardi les propuso a los vecinos participar en la programación del cine, pero la idea se estancó porque desde Ciudad cortaron el diálogo. “Seguimos con la convicción de que, en algún momento, lograremos participar de manera más activa en los futuros contenidos. Queremos horarios amplios, diversidad de propuestas artísticas y que se contemplen tarifas subvencionadas”, explica Dileo.
“Dudamos mucho que tenga el destino de funcionamiento que soñamos. Yo quiero saber si no va a haber fiestas privadas del PRO. Creo que se avecina otra lucha ya con el cine recuperado. Sería bárbaro descorchar un champagne, cortar la cinta y sacarnos la foto con el cine para el barrio, pero tememos que no va a ser así”, añade.
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