Martes, 12 de enero de 2016 | Hoy
SOCIEDAD › ENTREVISTA A LA TERAPEUTA CORPORAL ALICIA LóPEZ BLANCO
La especialista subraya la necesidad de “habitar el propio cuerpo de manera consciente”, algo que requiere un entrenamiento, en una época signada por la cultura de la belleza y la juventud, que comporta la negación de la vejez y la muerte.
Por Sonia Santoro
El verano propone un tiempo distinto, con otras rutinas o sin ellas. Hay quienes descubren su cuerpo en esta época, cuando hay que mostrarlo. Otros, encuentran una oportunidad para mirarlo de otra manera. Mi cuerpo mi maestro. Guía holística de los síntomas corporales (Editorial Albatros) es un libro de la psicóloga Alicia López Blanco, que propone prestar atención a las señales del cuerpo, que a través de síntomas, dolores, enfermedades, pide un cambio. En este libro, López Blanco comparte el método de interpretación de los síntomas corporales, que desarrolló y puso a prueba a lo largo de más de 30 años de experiencia clínica como terapeuta corporal y psicóloga.
“En mi familia de origen, la enfermedad era moneda corriente. Se relacionaba amor con padecimiento y se valoraba la enfermedad como un medio de comunicación. Creo que este estilo primario de relacionarme con los síntomas me fue conformando como persona al tiempo que generó en mí algunas conductas reactivas: mi pasión por la danza y mi interés por investigar y aprender sobre la salud del organismo y la persona entera”, cuenta.
–Una cosa es observar la imagen reflejada en un espejo y otra habitar el propio cuerpo de manera consciente. El entrenamiento para lograr esto último implica el registro de lo que nuestro cuerpo nos comunica a través de sensaciones y sentimientos. Para entender el lenguaje de los síntomas necesitamos estar en el “aquí y ahora” de sus murmullos y tratar de decodificar con qué podrían estar relacionados. Muchas técnicas corporales promueven la conciencia corporal: la gimnasia consciente, la eutonía, el método Feldenkrais y la expresión corporal, entre otras.
–Todo síntoma corporal expresa, por un lado, una necesidad, y por otro, nos reclama que realicemos un cambio. Es evidente que no le estamos prestando atención a alguna cosa que nos provoca malestar, o si somos conscientes de eso, no estemos haciendo nada para que cambie. Puede relacionarse con nuestro estilo de vida o con cualquier cosa que necesitemos modificar: una relación disfuncional, una situación laboral, una falta de sentido de la vida, un problema de hábitat, una sensación de agobio, o lo que sea. El síntoma desnuda esa realidad y nos convoca a accionar en la dirección de nuestro bienestar.
–He observado que las mujeres somos mucho más sintomáticas que los hombres. Puede que sea porque estamos más atentas a nuestras sensaciones o porque somos más sensibles y proclives a “poner el cuerpo”, algo que ve su máximo exponente en la maternidad. Sin que esto sea absoluto, y solo como tendencia, solemos tener más síntomas relacionados con el sistema endocrino, desajustes hormonales varios, o con el sistema inmune, enfermedades autoinmunes o cáncer, entre otras. Los hombres suelen padecer más trastornos del sistema cardiovascular o respiratorio.
–Pareciera haberse generado la creencia de que un “cuerpo perfecto” es sinónimo de una “vida perfecta”, o su contrapartida, que sin un cuerpo considerado bueno es imposible tener una buena vida. Esta imagen ideal desafía valores sociales deseables como la aceptación de lo diferente, el respeto por las características personales y la apropiación de lo que cada etapa de la vida tiene para brindar. Estamos en una cultura que valora la juventud, la belleza, el “está todo bien” o el “no me vengas con pálidas”, y suele dejar afuera realidades como el padecimiento y la muerte. Luego la vida misma se encarga de hacer contrastar a las personas con estos temas que lamentablemente no tienen la visibilidad necesaria. En mi libro trato de que los síntomas, las enfermedades, y los traumas en el cuerpo, derivados del maltrato y abuso de todo tipo, aumenten su presencia en el imaginario popular. De nada sirve negar o excluir lo que de todas maneras va a aparecer por la puerta menos esperada.
–Si nos lo proponemos, todos podemos cambiar. Esa exigencia de estar siempre bien podemos desobedecerla y aceptar que estamos como podemos. Si no escuchamos lo que nuestro cuerpo nos pide, tarde o temprano empezará a hablar cada vez más fuerte y, cuando grite, puede que sea demasiado tarde. El poder está en nosotros, no en pastillas mágicas. Y con esto no quiero decir que no se tomen medicamentos si son necesarios, sino que además de eso algo tenemos que hacer nosotros para estar mejor.
“Todos los estados patológicos pueden mejorarse a través de la alimentación”, dice Susana Zurschmitten, licenciada en Nutrición, en el libro Alimentación para sanar. Nutrición del cuerpo, nutrición del alma (Editoral Albatros). “Siempre que se produzcan síntomas físicos de desequilibrio, hay herramientas dentro de nuestra alimentación cotidiana para ayudar a resolverlos o aliviarlos”, plantea.
En el libro propone conocer los valores de los alimentos que ingerimos, pero no solo los nutritivos o energéticos sino aquellos que apelan a nuestros afectos que muchas veces quedaron registrados en ciertos rituales en torno a la comida o en ciertos platos.
“El cuerpo es noble. Cada cuidado que le demos nos lo devolverá en salud, energía, buena disposición, belleza”, resume Zurschmitten. Porque la salud no está vista como ausencia de enfermedad sino como un estado que se traduce en energía, buena disposición y estado de ánimo, deseos de hacer, entre muchos otros aspectos que hacen a una vida mejor.
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