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Por A. D.
Desde Santiago del Estero

César Valdivia se ha transformado casi casi en uno de sus personajes favoritos: James Bond, aquel del agente 007, protagonista de las series norteamericanas frente a las que pasaba horas cuando era niño. En pleno Santiago del Estero, este comisario de policía retirado, la semana pasada se presentó en el juzgado federal de Angel de Jesús Toledo para descargar una denuncia que se transformó en escándalo, en dolor de cabeza para el matrimonio del gobierno y en disparador efectivo para una causa aletargada desde hacía años: la quema y los destrozos a la casa del diputado José Figueroa el 18 de julio de 2002. En este momento esa es una de las dos causas federales que tienen en jaque a los Juárez. Página/12 entrevistó a Valdivia en su casa donde repitió los detalles del operativo de la quema llamado “Nina o muerte” y responsabilizó a la gobernadora de “haber ordenado los incendios y el homicidio de José ‘Pepe’ Figueroa”.
“Durante mucho tiempo no tenía la libertad de hablar, hablé ahora, en ese momento estaba amordazado”. De esa forma, este policía plantea parte de los motivos por los que estuvo en silencio durante años. Estuvo dentro de la fuerza de la policía de Santiago durante casi treinta años. En los últimos años de la dictadura decidió entrar a la escuela de cadetes. A los 20 se graduó como oficial ayudante en un comienzo de carrera que, dice, “desde el principio tuvo tropiezos muy importantes”. El gran tropiezo, en realidad, fue una investigación que rápidamente le hizo conocer de cerca qué significaba ser policía en Santiago. Por entonces estaba en la comisaría de Clodomira, a treinta kilómetros de la Capital. Un oficio de un juzgado de Santa Fe pedía la detención por robo de un ciudadano de apellido Herrera. Valdivia, como buen policía, lo detuvo. Veinticuatro horas más tarde recibía la primera sanción: un traslado: “Resultó que ese hombre estaba vinculado al jefe de policía Eufil Herrera –dice–: metí justamente la ficha mal metida”. A partir de ese momento “supe dónde estaba parado”.
Para julio de 2002 estaba parado en otro lado. Era jefe de la División Sumarios de la Comisaría V de Santiago cuando se encontró con la quema a la casa de Figueroa, un acto que poco más tarde comenzaría a analizarse como el modo en el que se pagan las disidencias en la provincia de los Juárez. Pepe Figueroa era uno de los aliados locales del menemismo, candidato a la gobernación y el anfitrión de la visita que haría Carlos Menem a la provincia justo un día después de la quema. Valdivia era nada más que Valdivia: un policía transformado en testigo.
Ese 18 de julio salió de su casa de Central Argentino, uno de los barrios más pobres de La Banda, la ciudad vecina a la capital santiagueña. Caminó por unas cuadras y se encontró con un revuelo en el local de un puntero político del juarismo llamado Daniel Roberto Mocagatta, hoy imputado en la causa federal de Toledo. Además de gremialistas, el candidato a intendente de La Banda y funcionarios de la policía, en la puerta había “dos o tres camiones de Vialidad provincial”, dice. Valdivia observó, siguió su camino y se subió a un colectivo que iba a la Capital. En el trayecto volvió a cruzarse con los camiones que más adelante observaría detenidos en la esquina de la casa de Figueroa. En ese momento, además, observó el incendio y los destrozos.
El policía comenzó una investigación paralela en la que encontró datos y testigos que le permitieron sostener como hipótesis frente al juez que Mercedes Aragonés de Juárez, por entonces vicegobernadora de la provincia, había “llamado personalmente al presidente de la junta Departamental del Partido Justicialista, Daniel Mocagatta y al despacho del diputado Carlos ‘Pololo’ Anauate para que organicen personalmente un escrache en contra del diputado Figueroa”. En su declaración testimonial, Valdivia agrega: “Que sobre la marcha, la situación cambió y la orden fue otra. Y allí la gobernadora determinó impartir nuevas instrucciones con el objeto de lograr la destrucción del inmueble, saqueo y muerte del diputado”.