SOCIEDAD › PATRICIO DOYLE, EX CURA, INDIGENISTA, ACTIVISTA SOCIAL

“Los wichi se estaban dejando morir”

Hace treinta años llegó al Chaco y descubrió a los wichi. Sigue ahí, con ellos, trabajando en la remota Sauzalito y curando heridas como la de lograr quebrar el tabú, introducido por los misioneros, que prohibía bailar. En el camino dejó los hábitos, tuvo una hija, fue secretario del Inai, perdió el puesto por pedido del gobernador Romero y escribió libros fascinantes sobre una cultura que se extinguía: los wichi tenían una mortalidad infantil del 50 por ciento.

Por Andrew Graham-Yooll

–Tenía usted una anécdota sobre la recuperación de la música y el baile entre los wichi, creo que en el Sauzalito, en la frontera entre Chaco y Formosa...
–En 1988, en Resistencia, me había hecho muy amigo de Marilyn Granada, que fue bailarina del Colón y en ese momento era la directora del ballet en Resistencia. Estaba muy metida en todo lo que es danza moderna, y era una de las organizadoras del Festival Internacional de Danza Libre, que se hacía en Corrientes. Nos habíamos hecho amigos a través de una hermana de ella que era titiritera que trabajó en Sauzalito. Marilyn Granada quiso conocer Sauzalito y viajó para una Semana Santa. La presenté a los jefes aborígenes como una bailarina, “pero no de chamamé”, que es lo que ellos conocían.Entre los wichi había un problema muy serio con la danza: los misioneros católicos y los anglicanos les habían prohibido bailar. Ellos tenían una danza originaria, el Baile del Sapo, que era una danza de iniciación sexual. Suponía toda una visión de la sexualidad que el cristianismo grecorromano condena. Para el wichi la continencia sexual es un antivalor de la pubertad en adelante. La fiesta de iniciación se hacía en la primavera, después de la fiesta de la algarroba, y pasada la pubertad los jóvenes tenían una interrelación plena y muy bien vista. Era algo muy sano para ellos. El Baile del Sapo era parte de la iniciación y seguía un ritmo de percusión. Ese fue totalmente prohibido y por extensión todo tipo de baile.
–¿Pero de qué época estamos hablando?
–Principios del siglo veinte. El wichi fue el grupo indígena que más tardíamente se conectó con la cultura blanca. El contacto comenzó allá por 1918 o 1920. Claro, antes había contactos esporádicos.
–Bueno, ¿qué pasó con el baile?
–Fuimos con Marilyn Granada. En un momento los jefes me dijeron que les gustaría ver como ella bailaba. Por suerte Marilyn tenía unos casetes e hizo unas danzas libres, en base a coreografías hechas por ella, o que compuso con Zito Segovia. Les gustó mucho y ella tenía un casete con la música del Baile del Sapo que nos había tomado más de diez años reconstruir y lograr que se grabara. Nos habían dicho que no podían hacer la música porque estaba prohibida. Pero bueno, lo logramos. El baterista de Zito Segovia estaba fascinado. Marilyn les dijo a un grupo de unos sesenta o setenta wichi que a ella le gustaba mucho esa música y quería ver cómo lo bailaban ellos. Dijo que nunca lo había visto bailar, que ella lo bailaría como lo sentía con el permiso de ellos. Se miraron y luego dieron permiso. Pusimos la música y había que ver el rostro de la gente. No aplaudieron porque el aplauso no es de su cultura: si están contentos tienen otras formas de hacerlo saber. Claro, a Marilyn le chocó el no escuchar reacción alguna. Al terminar dijeron esta música es nuestra, ella baila la música nuestra. Nadie puede decir que esto es malo, nosotros queremos volver a bailar. Ella les quebró el tabú. Luego un grupo de jóvenes se le acercó a Marilyn y le dijo “¿Vos nos enseñarías cómo volver a bailar?”. Ella chocha, pero había 550 kilómetros entre Resistencia y Sauzalito. Teníamos un dinero y entonces le pagamos los gastos de viaje varias veces. Detectó una gran capacidad de baile y así enviamos a tres personas a Resistencia, aunque no me gusta la idea de capacitar al indígena fuera de su comunidad porque luego es excluido. Pero el grupo lo autorizó. A la segunda clase ella opinó que ellos tenían muchísima agilidad y dominio. Armaron coreografías juntos, con música de trompa y percusión, algunos muy bellos, algunos con una profundidad ideológica en formas muy simples que era impresionante. También hicieron una coreografía, Jugando con nuestra cultura, con sonido grabado de los ruidos del río crecido, cantares de pájaros y de las ranas en la laguna, y los coyuyos y otros bichos, como música de fondo. Fue una preciosidad. En esostiempos se organizaba el Festival Internacional de Danza Libre, en Corrientes, y en 1991 les dieron un pequeño espacio. Roberto Vacca, con Argentina Secreta, los grabó y así los temas anduvieron por todo el país. Así empezó la cosa. Y también volvieron a bailar en su zona. Actuaron en el ‘92 con Julio Bocca y Eleonora Cassano. Cuando un periodista les preguntó si eso realmente era wichi, le contestaron que sí, que ellos eran wichi por lo tanto la música también. Le aclararon que no era antigua, porque antiguamente no había grabador. Lo antiguo alguna vez fue nuevo. Dos años seguidos los invitaron a Cosquín.
–Parece una muy linda historia de recuperación cultural...
–Lo que descubrimos los que participamos en Sauzalito, los pobladores y nosotros, era que antes de esa experiencia el problema de los wichi no era la invasión del blanco ni de los militares. Era el vaciamiento de la autoestima. A partir de ese momento me dediqué a la promoción de la cultura aborigen. En 1984 un aborigen me dijo que le daba miedo ir a la ciudad porque la gente se daría cuenta de que “somos wichi”. Ahí se reforzó la idea de recuperar la cultura como objetivo fundamental. Un día les dije “Vamos a llegar a Cosquín” y se me rieron. En el ‘93 y en el ‘94 llegamos a Cosquín. Y después uno dijo: “Ahora nos gusta que se den cuenta de que somos wichi”. Fue la recreación de la autoestima.
–Antes de todo esto, usted ya había entrado en el Chaco salteño como sacerdote, pero también regresó como funcionario.
–Mis comienzos en Salta son como sacerdote. Mi regreso a Salta fue como funcionario, pero ya no era sacerdote. Entre esos dos extremos viví en Resistencia, donde comía de un sueldito que recibía del Inach (Instituto del Aborigen Chaqueño) como asesor cultural. Tuve a mi cargo hacer el borrador de la ley provincial del aborigen chaqueño. En el ‘94, de una forma imprevista, cuando viajé a Buenos Aires para buscar si había algún apoyo para nuestra labor en el Chaco, conocí a Luis Prol, el secretario de Desarrollo Social. El me preguntó qué opinaba del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas). Le dije que no opinaba nada porque en el Chaco el INAI no apareció nunca. Le dije lo que esperaría de un INAI. Prol dijo que tampoco sabía para qué servía. El, de indígenas no sabía nada, pero quería que el Instituto funcionara. Me dijo que sería importante que alguien con más de veinte años entre los indígenas se hiciera cargo. Me ofreció el trabajo, le dije que esperara diez días que iba a consultar a los wichi, principalmente porque yo me quejaba de que estando en el clero me movían de un lado para otro sin consultar a la gente con la que yo estaba comprometido, y yo quería consultar a los wichi. Ellos se reunieron, luego me contestaron: “Pensamos que tiene que aceptar. Es la primera vez que alguien nos pide nuestra autorización. Va a hacer por otros lo que hizo por nosotros y también a nosotros nos va a dar una manito”. De Sauzalito y del Chaco me mudé a Buenos Aires cuando pasé a ser presidente del INAI del ‘94 al ‘96. Cuando Carlos Menem dio la orden de removerme del INAI, para darle el cargo a un preferido del gobernador de Salta Carlos Romero, me había quedado claro, después de recorrer todo el mundo indígena, que el grupo más postrado era del Chaco salteño. Esa postración que hallé en Salta en el ‘94 era peor que la que había visto en mis comienzos como sacerdote. Tan postrado estaba que un grupo científico alemán había hallado que la situación de marginación infrahumana de los indígenas del Chaco salteño era peor que en Biafra y Ruanda. Yo le presenté a mi jefe el problema que o hacíamos algo por los indígenas o no tenía sentido la existencia ni del INAI ni la Secretaría de Desarrollo Social. Primero me dijeron que hiciera un plan aquí en Buenos Aires y me negué porque en el monte siempre había protestado contra la gente que, por más buena voluntad que tuviera, hacía programas en los escritorios de Buenos Aires y trataban de encajárselos a la gente del monte desconociendo la realidad. Yo quería ver cómo vivían en cada lugar. Recorrí, armé un programa por diez millonesde dólares en tres años, donde parte del dinero lo tenía que poner el gobierno nacional, y parte era dinero internacional. Y le pedíamos dos millones a la provincia. Ahí en Salta, todavía en el ‘96, la mortandad infantil era de lo peor. Algunos periodistas en Salta me preguntaron por qué trabajaba en esa zona y no en otras partes del país. Les contesté que era la más postrada del país y cité a los alemanes. ¡Para qué habré dicho eso! Salió en los diarios. Romero y su padre eran responsables de esa situación y a los dos meses llegó la orden de sacarme. Yo había empezado a trabajar en el Chaco salteño en el ‘74, y me habían echado los militares en 1977. Me echaron como forajido y volví como funcionario. De Salta me trasladé a Formosa, a Ingeniero Juárez, con los wichi siempre, a partir de 1979. Después la congregación quiso trasladarme y yo me negué. Eso ya nos trae hasta principios de los ochenta. Bueno, y en el ‘96 me echaron como funcionario, por hablar demasiado. Entonces dejé el clero para quedarme con los indígenas. Yo suelo decir que dejé el clero para seguir siendo sacerdote. De ahí, pasé al Chaco, la provincia, a Sauzalito.
–De esa época usted tiene tres libros, ¿verdad?
–Sí, hay tres. El primero es Camino desde la marginación... a la libertad (1997). Luego hay dos más, uno que los wichi me pidieron que escriba, Mario Mariño, wichi obispo, sobre un obispo anglicano. Tiene doble intención ese libro. Es un wichi muy positivo, una luz entre los suyos, nada derrotado. Es tan obispo como el de Canterbury o Constantinopla, y no necesita palacio. Vive en un ranchito en Ingeniero Juárez, y tiene más de setenta años. El otro libro es sobre los indígenas chubutenses. Estando en el INAI me hice muy amigo de los indígenas de Chubut. Les pude dar una buena mano. Una de sus dirigentes me vio con el borrador del libro del obispo y me dijo si no iba a escribir sobre ellos. Yo dije que los quería mucho pero los conocía poco. Si me ayudaban con el material yo iba a escribir. Recorrí todo el Chubut, entrevisté a más de setenta informantes. En tres lugares tuve intervenciones providenciales porque me soñaron unas machis (especie de brujas buenas) mapuches, antes de que yo llegara. Soñaron que yo venía. El que me soñara una machi me abrió todas las puertas, si no hubiera tardado años en reunir la información. El libro lo llamo Retoño de un genocidio. Considero que la campaña del general Roca fue un genocidio. La única diferencia entre Roca y Hitler es que Roca ganó, Hitler perdió. Los mapuches actuales son de una migración posterior que vino de Chile. No son restos de la época de Roca. Lo cierto es que los mapuches siguen y Roca pasó a la historia como genocida. De última, los mapuches están y Roca no jode más.Tengo un cuarto libro que se llama Jesucristo seductor. Me di cuenta de que los responsables del desastre entre los wichi eran los misioneros y que eran de buena voluntad. A varios de los más viejos los conocí. Pero nunca valoraron ni amaron ni escucharon a los wichi. Ellos mismos lo decían, “Nosotros estamos acá para ayudarlos a bien morir. No estamos para ayudar al buen vivir”. Entonces, si alguien de buena voluntad como eran ellos comete un disparate de tal magnitud hay un presupuesto que falló. Ese presupuesto que falló era el cristianismo como religión oficial de un imperio. Los hombres venían a avalar una conquista, no eran misioneros del hebreo cristianismo de Jesucristo que con toda claridad había dicho, “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios, no mezclen los tantos”. El cristianismo, religión oficial de un imperio, es una contradicción, como un círculo cuadrado, porque el cristianismo de Jesucristo es liberador y el imperio es dominador. En un imperio, la religión cumple un rol paralelo con el ejército y la economía. Es decir, es la póliza de seguros para garantizar lo que no se puede controlar con la fuerza o el dinero. Un gran amigo, monseñor Enrique Angelelli, decía, “La iglesia tiene vida divina y es hija de Dios, y tiene vida humana, y es hija de puta. Las dos cosas”.
–¿Quiénes trajeron a los misioneros a la región?
–El último franciscano se retiró del Chaco chaqueño, de la zona de Pompeya, en 1944 o por ahí; del Chaco salteño no se retiraron nunca. El anglicanismo lo trajeron los Leach, la familia de los ingenios azucareros. La pregunta es ¿por qué no se hizo un genocidio en el Chaco como se hizo en la Patagonia, dado que la política del gobierno era la misma para todo el país? La razón fue una orden de Londres. En los fines del siglo XIX se comenzaban a instalar los intereses azucareros, y otros, en el norte argentino. Las empresas eran redituables con mano de obra esclava. En Estados Unidos tenían a los esclavos africanos. Acá la primera mano de obra en los ingenios eran indios de India, que todavía quedan algunos en Tucumán. Llegaron a la conclusión en Londres de que sería más barato domesticar a los indígenas locales. Cuando el gobierno argentino había decidido liquidar al mundo indígena para tomar las tierras, y Roca fue al sur, al norte fue el comandante Fontana, con el padre Morillo, y otros. La orden de Inglaterra fue: dominen pero no destruyan porque necesitamos a esa gente. En el Chaco no se exterminó. Después los Leach trajeron a los misioneros anglicanos. Vinieron con los mismos principios que los misioneros católicos españoles. Hay un documento del 1500 donde la autoridad en Asunción le pide a la Corona que mande más misioneros porque eran mucho más eficientes que los soldados para dominar a los indios. Los misioneros fueron traídos como elemento de dominación. Tenían el concepto de que ser indígena era menos humano que ser inglés, o español. Pero decidieron que los indios no debían morir en el infierno donde estaban inevitablemente consignados y por eso se los debía ayudar para lograr el buen morir. Lo que hemos logrado, creo, es que se reconozca que somos distintos, no mejores ni peores. Pero eso supone un largo proceso.
–Hablando de imperios, ¿cómo se financiaba en Sauzalito?
–Hasta el ochenta pertenecía al clero. Después, un ex alumno que había sido miembro del clero y era intendente de la zona, me tomó como delegado municipal para la comunidad de los wichi. Por lo tanto tenía un pequeño ingreso con el que comía.
–En los comienzos de su residencia en el norte, ¿cómo era la gente?
–Tomemos mi comienzo entre los wichi en la década del setenta. Era la falta de autoestima lo que los mataba. La mortandad infantil era de 500 por cada mil nacidos. En el ‘94 se había logrado bajar al 26 por mil, que si bien es muy alta, pero ya no de extinción. Y habíamos logrado que la mortandad infantil vulnerable, causada por una diarrea o un sarampión, la habíamos bajado a cero. En el ‘92 no murió un solo bebé por causa controlable.
–Hay una relación básica entre cultura y salud.
–Yo me metí a entender la cultura porque cuando llegué a Sauzalito en los años setenta me encontré con gente muriéndose de hambre ante una mesa servida. Había comida de todo tipo. Uno hacía veinte kilómetros en el monte y encontraba más de cien conejos. El río estaba lleno de pesca. Los árboles tenían fruta, era comida que durante ocho mil años los antepasados habían comido y sido sanos y fuertes. De hecho, estudiado por científicos, era comida mejor que la que tiene nuestra cultura a nivel de proteínas y equilibrio. Ahí me di cuenta de que no se morían de hambre por falta de comida sino por falta de sentido de comer, que no es lo mismo. ¿Y por qué les vino esa falta? Porque perdieron el sentido de vivir. Y quienes les quitaron el sentido de vivir no fueron ni los militares ni los políticos sino los misioneros, tanto los católicos como los anglicanos. Los misioneros los convencieron de que todo lo aborigen era malo, que tenían que olvidarlo, ser buenos trabajadores, y algún día serían felices en el cielo. Teológicamente era un disparate. En ninguna parte está establecido que hay que ser grecorromano para ser hijo de Dios. De hecho Jesucristo era hebreo. Psicológicamente y socialmente era un genocidio, porque el queno valora su pasado es un acomplejado en el presente, y no se va a proyectar al futuro. De ahí surgen cosas tremendas, como lo es el desconfiar de sus propios sentimientos. Toda su medicina se basaba en su relación con su entorno. Para ellos salud no era falta de dolencia, sino sinónimo de armonía con el entorno humano y natural.
–Usted me contaba de un caso específico de un niño que murió...
–Eso sería allá por 1974, 1975, en Salta, cuando un médico le dijo a la madre que el hijo había muerto. La madre le respondió: “¡Qué suerte, doctor!” Obvio que la pregunta era “¿cómo dice eso?” Ella respondió que, “vivir como nosotros, mejor muerto”. Cuando un grupo humano llega al extremo en el que las mamás prefieren a sus bebés muertos antes que vivos, ese grupo está en coma. Eso es lo que encontramos. La medicina no era de error y acierto, como nosotros, era de prevención, le diría que igual que el perro que come pasto no porque se olvidó de ser carnívoro sino porque siente que eso es lo que necesita su organismo. Cuando comenzaron a desconfiar de que lo suyo era bueno, desconfiaron de sus sentimientos, y al desconfiar se quebró la relación con el entorno y empezaron a morir como moscas.
–Pero esta decadencia, ¿cuándo comienza?
–Más o menos en 1920 en adelante. Me di cuenta de que las famosas NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas), comida, techo, escuela, atención sanitaria son las fundamentales. Pero la más fundamental de todos es “autoestima”. El que no se valora a sí mismo es un acomplejado y por lo tanto no es creativo. Al no ser creativo no tiene sentido vivir. Se vive con la respuesta del hambre del momento. Si a un hombre se le da una gallina para que eventualmente coma huevos, pero mata la gallina porque tiene hambre hoy y no le importa lo que pasa mañana, carece de futuro, porque carece de sentido de vivir. No es creativo. No es porque no tenga capacidad pero porque eso ha sido matado al vaciarlo de autoestima.

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