SOCIEDAD › POR QUE PATRICIO DOYLE

De hábitos y de pasiones

Por A.G.-Y.

Patricio Doyle, argentino de 69 años, hijo de irlandeses, alguna vez fue cura. “Dejé el clero para seguir siendo sacerdote”, según él. Se casó, tuvo una hija, se separó. Hoy sigue enamorado, como nunca, dice, de la vida y de su bienamada. Hombre cálido, teólogo por convicción con un discurso amplio y generoso sobre la Teología de la Liberación, vive en las afueras de Resistencia, Chaco. Aun trabaja con los aborígenes wichi de El Sauzalito, a 550 kilómetros de Resistencia, un pueblito donde pasó años y donde es querido.
Su conocimiento de la vida en los pueblos indígenas, principalmente en el norte pero también en el sur, lo hacen una autoridad en el tema.
El cambio serio en su vida ocurrió un 3 de diciembre de 1986, cuando, manejando su Renault 6, chocó con un tractor en la ruta a Sauzalito. Dice que gracias a Dios se salvó, él y su hija que entonces tenía cuatro años. Las heridas lo dejaron mal, pero se recuperó, fue director del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, escribió varios libros, y por su religión o su convicción generó fuerza suficiente para seguir trabajando con y para los indios. El diálogo con Patricio, alguna vez “Padre Dionisio”, es una guía de los pueblos y las gentes, argentinos que muchas veces preferimos desconocer, antes de pensar siquiera en conocerlos. Un aspecto gracioso del hombre es que nacido en Buenos Aires y pese a haber pasado buena parte de su vida en el monte, su conversación en inglés refleja un acento irlandés de recién salido de la isla. Los giros idiomáticos han cambiado en la lengua de sus padres, pero el acento áspero, gutural casi, y las interjecciones son una caricatura de sus orígenes. “En Dublín me preguntaban, ¿cómo tienes un acento tan irlandés? ¿De dónde eres? En Nueva York me preguntaron, ¿De qué parte de Irlanda vienes? De Buenos Aires, respondí. ¿En qué condado queda?, preguntaban.”
Abandonó la congregación pasionista, a la que había entrado a los 13 años, en 1980. Sus emociones ya de antes habían quedado afectadas luego de una conversación en una gomería de Montevideo. El empleado le dijo, “Ustedes dicen que predican desde la pobreza, pero viven en las mejores casas, viajan a Buenos Aires y a Europa. Ustedes pobres no son”. A partir de ahí Doyle comenzó a sentir que su discurso era uno de excusas, “y si ofrecemos excusas es porque no queremos escuchar. Mi idea fue que hay que sentirse cristiano ciento por ciento para predicar, y si no, hay que renunciar al discurso”. Lo de Montevideo fue en 1961. En 1971 conoció la obra del obispo Enrique Angelelli y pensó que ahí, entre los que trabajaban con el obispo, la labor era verdaderamente cristiana. En 1974 fue enviado al Chaco salteño, “para trabajar sinceramente como me lo ordenaba Dios”.

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