SOCIEDAD
Una pareja y su hijo, degollados, en un caso que suena a venganza
Los tres cadáveres fueron encontrados por el hijo mayor, que dormía en un cuarto del fondo. Sospechan de una vendetta de narcos.
Por Horacio Cecchi
Ayer, la conmoción avanzó sobre el barrio Frino, de José C. Paz. Un matrimonio, de apellido Valenzuela, y uno de sus hijos, de 12 años, habían sido degollados en su casa durante la noche. Otro hijo, de 16, que dormía en el fondo de la vivienda, descubrió la escena durante la mañana. Al mediodía, la calle Valentín Alsina al 4400 era una multitud de policías, periodistas y curiosos. El caso suma algunas rarezas: en el vecindario, aseguran que los Valenzuela se instalaron hace unos diez años, pero nadie parece conocer a la familia o nadie está dispuesto a hablar de ellos. También la casa llama la atención, de mayor nivel económico que las del resto de la zona. Las puertas y ventanas no habían sido violentadas y nadie escuchó ladrar a los perros. Un investigador reveló a Página/12 la hipótesis que podría anudar todos esos cabos sueltos: “Analizamos datos que sostienen que el padre estaba relacionado de algún modo con el negocio del narcotráfico. No sabemos si los mataron por una venganza o para robarle, pero es muy posible que quien lo haya hecho fuera un conocido de la familia”.
A unas veinte cuadras de la ruta 24, en José C. Paz, por la avenida Croacia –deteriorada como si realmente hubiera sido escenario de la guerra de los Balcanes–, se abre la calle Valentín Alsina, de tierra, bordeada por ranchos y casas bajas, las más holgadas sin revoque. La zona, de noche, desaparece porque la oscuridad parece comerse todo. Allí, a una cuadra de Croacia, hacia el oeste, en Alsina al 4400, se levanta la única casa que, en su entorno, suena a mansión: la casa de los Valenzuela. Verjas verdes al frente, de hierro robusto, como el que no existe en esos pagos; un breve y cuidado jardín que termina en el frente de ladrillos. Dos ventanas y dos puertas blancas, una de ellas del garaje donde Quique Valenzuela, de 42 años, guardaba su Renault Express; techo de tejas, y dos feroces doberman que se asoman por encima.
Allí, sin aberturas violentadas, sin que nadie hubiera escuchado ladrar a los dos doberman, alguien se las arregló para entrar en la casa y degollar a Quique, su esposa, Roxana Marinego, de 36, y a Eric, su hijo menor, de 12. Los descubrió el hijo mayor del matrimonio, de 16 años. Según relató el chico a la fiscal Fabiana Ruiz, de San Martín, él dormía en un cuarto armado en el lavadero, en los fondos de la casa, y no escuchó nada. También dormía con él un sobrino de Roxana, de 12 años. De ser cierto, el silencio les salvó la vida.
El cuadro que encontró el hijo mayor, ayer, alrededor de las nueve de la mañana, es estremecedor. El cadáver de su padre estaba en la cocina. El de su madre, en el dormitorio matrimonial, y el de su hermano, en su dormitorio. El padre y la madre estaban atados y amordazados. Los policías creen que el chiquito fue asesinado mientras dormía.
¿Quiénes eran los Valenzuela? Si se pregunta en la manzana, nadie parece conocerlos más que de vista. Extraño, si se tiene en cuenta que la familia se instaló en el barrio hace una década, en una casa cuyo status diferencial debe haber sido la comidilla durante años, y que debe haber provocado que ojos y comentarios se entrometieran en lo más íntimo de la familia. Pero nadie conoce a los Valenzuela. Apenas si para decir que “No recuerdo el apellido, a él le decían Quique y creo que era camionero”, dijo Norma. “Eran buenos vecinos, pero no sé a qué se dedicaban, ella creo que hacía tortas de cumpleaños”, murmuró Nico. “El me compraba locro los domingos”, aseguró Omar, como único detalle de la familia. Tanto desconocimiento suena a mutismo.
Los investigadores, sin embargo, creen otra cosa. Aunque aseguran que no se descarta ninguna línea de investigación, una hipótesis toma fuerza a medida que se suman datos. “Datos que recibimos nos dicen que el padre (Quique) tenía algún vínculo con el negocio del narcotráfico –reveló un investigador a Página/12–, por él o a través de algún familiar que está metido en el negocio.” El eje de esa hipótesis tiene conexión con los datos que aportó el escenario: que ninguna de las aberturas haya sido violentada, y que los perros no hubieran ladrado, parece indicar que la familia abrió la puerta a un conocido.
“Puede ser que alguien los haya visitado durante la noche –confió el mismo investigador–, puede ser que el padre haya entrado con algún conocido, o que haya sido abordado por alguien para entrar con él cuando abría la puerta.” Por el momento, el motivo no está claro, pero la hipótesis del negocio del narcotráfico deja abierta la sospecha de una vendetta. El investigador aclaró: “Es cierto, la venganza es lo que tenemos como más posible, pero no conocemos los motivos. Puede haber sido también que intentaron robarle algún paquete. En la casa no encontramos nada”.