SOCIEDAD
La descendiente de Roca que hace campaña en contra de su historia
Es sobrina bisnieta del conductor de la Campaña del Desierto, pero apoya la idea de sacar el monumento en su homenaje en la ciudad. La historia de una mujer que reniega de su estirpe.
Tiene dos hijas jóvenes “que todavía tratan de entender a su madre”, que a los 51 años batalla contra la historia de su propia familia, que a la vez es parte de la historia argentina. Pero ella las comprende: “Lo que pasa es que mi posición es muy jugada”, dice. Y no es para menos: es una Roca, aunque lo disimula con su apellido materno. Magdalena Roca Figueroa es sobrina bisnieta de Julio Argentino Roca, el autor de lo que un reconocido historiador calificó como “la gran epopeya”, pero que en verdad, fue la gran amputación nacional llamada Campaña del Desierto. Hace pocas semanas se sumó al escritor Osvaldo Bayer y a la asamblea popular que se reúne jueves de por medio en el marco de la campaña que busca bajar a Roca del caballo de la historia y del monumento de Diagonal Sur y Perú, en pleno centro porteño.
Magdalena es una Roca que critica a los Roca, es docente y critica la educación, es católica y critica a la Iglesia. Desde 1986 se inclinó por la ecología “porque la educación ambiental es trabajar por el otro” y, a partir de entonces, empezó a “romper” con su familia. “A esta altura, a mi posición en contra del monumento, la toman como una más de mis extravagancias. Se horrorizan absolutamente y aparentemente, ya no tengo nada que ver con ellos, porque no hablamos, no hay diálogo posible” sobre ese tema. “Creo que la historia se hace trabajando desde el amor. Y realmente no quiero calentarme mucho por mi apellido”, confiesa.
Desde hace años, Magdalena participa de actividades reivindicativas de la historia y los derechos humanos junto a las Madres de Plaza de Mayo. Pero hace días, por primera vez, estuvo bien cerca del escenario ubicado en la Plaza en el marco de la 24a Marcha de la Resistencia, sentada al lado de Bayer, quien la calificó como “una mujer de manos limpias y mente que no tiene ni miedos ni secretos”. Participa de las Marchas desde 1996, lo novedoso es que “nunca estuve en primera fila, ahora sí porque está Bayer; pero siempre me escondí, con este apellido...”, dice y ríe entre medio de profesores de historia, asambleístas, periodistas y los piqueteros que curiosean tratando de descubrir quién es ella, la que habla delante de un grabador.
Durante largo tiempo dictó educación ambiental y trabajó en la Fundación Vida Silvestre. Se enorgullece de haber ganado un juicio contra el Estado bonaerense, en 1995, entonces a cargo de Eduardo Duhalde, que frenó la construcción de un murallón de defensa contra las sudestadas, desde Avellaneda hasta Ensenada, proyectado sin la aprobación de entidades ambientalistas y en cuya concesión se cedía terrenos del río a la empresa constructora.
Cuando decidió dar un giro a su vida, se vinculó a la Universidad de las Madres. Hasta que pensó “¿qué más puedo hacer? En eso apareció la campaña de Bayer y me dije ‘yo lo apoyo’ y le escribí una carta que él publicó en Página/12” y en la que dice, entre otras cosas, que se “avergüenza de lo llevado a cabo por su antecesor, así como de todos los hechos acaecidos en esos lares desde Juan de Garay y Pedro de Mendoza”. Recuerda esas líneas y reflexiona: “Estamos pensando al revés, tenemos el pensamiento mal puesto. La historia está bien contada, pero nos falta asumir que en esa Campaña del Desierto salieron a robar y a matar. Tomé conciencia de eso muy tarde, pero ésa fue mi oportunidad de salir del encierro y de cambiarme de lugar. Yo no tuve hijos desaparecidos porque estuve del otro lado. Entonces, ésta es mi oportunidad para asumir esa porquería que fuimos”.
Inevitablemente conserva modales de su estirpe patricia, aunque trata de disimularlos. Su bisabuelo fue Agustín Roca, uno de los siete hermanos de Julio Argentino. Su abuela, María Teresa Hunter de Roca, murió a los 102 años. Y su padre, Eduardo –con el que no se habla–, fue funcionario de varias dictaduras militares y “es un jurista de prestigio”, recalca. Define a los suyos como “conservadores”, pero la mirada se le pone generosa y concede que “no es una familia de rapiña, no es como los Menem. Lo que pasa es que les falta conciencia del pasado y creen que Roca fue un buen guerrero, evidentemente lo fue, pero no quieren admitir el exterminio de pueblos originarios”. Sin embargo, no es la única en su casta que tiene una postura revisionista de su propio pasado. “En Jujuy tengo una prima antropóloga, que está tan loca como yo”, confiesa y se ruboriza.
Habla con una sonrisa continua iluminada por unos ojos claros, limpios y profundos. Parada en medio de la Plaza de Mayo mira los edificios que cobijaron a sus familiares y medita, hasta que responde con elocuente sencillez: “Para que la historia sea más clara se necesita explicar que crimen es un crimen, aquí y en la China. La gente no asume eso; es como que está adormecida por una cultura de catolicismo, militarismo; de no pensar. Hace falta mucha educación (y eso que soy docente) y conciencia. En varias etapas de la historia se dijo: ‘¡Y sí, hay que matarlos!’. Esa es la Nación que creamos y nadie piensa que esa Nación es un horror”.
A medida que avanza la charla hace más esfuerzos para hacerse entender por fuera de las palabras. Y con tono desafiante, articula todo su cuerpo en cada reflexión: “Por ahí perdíamos la Patagonia y hubiéramos sido más chicos ¿y qué?, Uruguay también es chico ¿y qué? Todos se llenan la boca con que había que matar a los aborígenes porque si no, hubiésemos perdido la Patagonia o porque Chile esto o porque aquello... Qué historia, ¿no?”
Informe: Adrián Figueroa Díaz.