SOCIEDAD › OPINION
Fisuras
Por Washington Uranga
Si algo queda claro después de las declaraciones de Antonio Martínez Camino, el vocero de la Conferencia Episcopal Católica de España respecto del uso de los preservativos, de la posterior semidesmentida del propio episcopado español, pero también de las declaraciones, que a propósito de lo primero se suscitaron en todo el mundo (católico y fuera del mismo) es que por más que el Vaticano haga esfuerzos por mantener una posición inflexible respecto de éste y otros temas, a la Iglesia Católica le cuesta cada vez más sostener doctrinas monolíticas en la materia. En primer lugar, porque el discurso institucional somete a situaciones de angustia a gran parte de los fieles católicos, que sintiéndose parte de la comunidad eclesial, tienen prácticas que contradicen la ortodoxia de la moral sexual predicada por la jerarquía. Pero también porque no son pocos los sacerdotes –e incluso los obispos– que practican el doble discurso en la materia. A la luz pública se alinean con el Vaticano y con sus posiciones inflexibles y en el espacio del diálogo personal, de la consejería o del confesionario, todo se convierte en más razonable, abierto y permisivo, llegando incluso al consejo en el sentido exactamente contrario al que se predica en público.
El Vaticano ejerce mucha presión sobre los obispos y sobre las conferencias episcopales para que éstas no se aparten de los lineamientos trazados desde Roma. Pero también es cierto que las resistencias son cada vez mayores de parte de aquellos jerarcas católicos que en cada uno de los países y en medio de relaciones plurales y complejas tienen que mirar “las circunstancias”, tal como lo admitió un representante de la Conferencia Episcopal de Colombia. Y las “circunstancias” van mucho más allá de la utilización de preservativos para la prevención del VIH/Sida.
Esas “circunstancias” están constituidas, cada vez más, por sociedades y ciudadanos que –mal que les pese a algunos representantes eclesiásticos– no admiten los códigos morales establecidos por la Iglesia Católica. La Iglesia está en su derecho de establecer normas y criterios para su feligresía, pero debería asumir que esa posibilidad no se extiende –como sí ocurrió en otros tiempos de la cristiandad– al conjunto de la sociedad. Todo debate relativo a la moral sexual, a la familia, al celibato de los sacerdotes entre otros temas, están actualmente clausurados en la Iglesia Católica. Y seguramente no se reabrirán hasta que se produzca una sucesión en el papado. Sin embargo, es evidente que la jerarquía católica y en particular el Vaticano no tienen ya condiciones para alinear detrás de su doctrina, y en forma incondicional, a toda la grey católica.