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LIBERTADES
Por J. M. Pasquini Durán
Una encuesta de la BBC inglesa, citada por El País de España, “refleja que una mayoría abrumadora de los ciudadanos de veinticuatro países teme que la reelección [de George W. Bush en Estados Unidos] haya contribuido a la inseguridad del mundo”. Si la encuesta se extendiera a un número mayor de países sin duda que encontraría la misma opinión en porcentajes equivalentes. Incluso entre los norteamericanos el 49 por ciento de los consultados está en contra, proporción que lo convierte en el presidente reelecto de un país dividido por mitades, caso único en su historia ya que, por ejemplo, Ronald Reagan y Bill Clinton, dos referencias de tendencias opuestas, iniciaron el segundo mandato con más del 60 por ciento de popularidad. A Bush todavía lo sostiene más el miedo que la esperanza, pese a que en su actual mensaje inaugural evitó términos como “terror” o “terrorismo” y tampoco amenazó como hace cuatro años con “armas de destrucción masiva” en manos de presuntos enemigos, de lo que diversos analistas deducen que intentará reemplazar el miedo por el odio.
En su discurso de asunción los estadígrafos contabilizaron la palabra “libertad” (freedom o liberty en inglés) cuarenta y dos veces, una “democracia” y cinco “tiranía”. “La mejor esperanza para la paz en el mundo es la expansión de la libertad”, aseguró y comprometió el propósito de “acabar con la tiranía” en todo lugar. Loables conceptos en el papel, pero al contrastarlos con la realidad de las invasiones a Afganistán e Irak, las restricciones de las libertades civiles en Estados Unidos y las amenazas de nuevas “guerras preventivas” en el rol de “libertador”, la fraseología libertaria adquiere nuevo sentido. No es lo que dice sino lo que implica: bien podría reemplazarse tiranía con comunismo o terrorismo para regresar medio siglo a las doctrinas de la Guerra Fría y del maccartismo. Sólo que esta vez el enemigo no está en un territorio específico sino en todos lados, porque es tan tangible como la visión del Anticristo de los fundamentalistas religiosos y tan infinito como la lucha del bien contra el mal. “Las personas serán libres y democráticas aunque haya que torturarlas y matarlas para que lo acepten”, sería el mensaje verdadero sin la hipocresía del protocolo.
Las tiranías a derrocar, por supuesto, son elegidas según la variedad de intereses del imperio, en un marco general ideológico ultraconservador. Así, China, Pakistán o Turquía jamás figuran en el índex, pero en cambio, concentrando el foco en esta región, Cuba y Venezuela fueron mencionadas estos días por Condoleezza Rice, sustituta de Colin Powell, en su presentación ante los miembros del Capitolio. Cuba es un clásico ya que en febrero próximo cumplirá cuarenta y tres años sometida al bloqueo norteamericano, pese al repudio mundial por esta salvaje violación de las normas legales y tratados internacionales.
La antigüedad del atropello indica que, por encima de republicanos y demócratas, hay intereses permanentes que alimentan las sucesivas doctrinas imperialistas, presentadas hoy como libertadoras. La inclusión de Venezuela, cuyo presidente fue ratificado por un plebiscito popular vigilado por supervisores internacionales, entre ellos los equipos del ex presidente Carter, quien participó en persona de la inspección del acto electoral, prueba que la Casa Blanca, desde hace mucho tiempo, no soporta la autodeterminación de pueblos y naciones si no son de su palo. Una navaja es siempre peligrosa, pero en manos de un mono puede provocar un desastre. Después de las exposiciones escuchadas estos días, América latina tendrá que repasar con detalle las fortalezas y debilidades de su potencial en las relaciones exteriores, para impedir las tropelías imaginadas por el mono con navaja.
De todos modos, el mensaje actual de Bush no debe ser objeto del mero desdén, porque responde a una visión del mundo y tiene los recursos militares para realizarlos, además de la euforia exitista por su reelección. La fastuosa celebración por su segundo mandato fue propia de un emperador, aunque resultara chocante en un momento de ese país que tiene decenas de miles de jóvenes arriesgando la vida para defender los intereses petroleros de algunas corporaciones, sobre todo las que maneja el vicepresidente Cheney, también reelecto. “Los contrastes entre este triunfalismo desenfadado y el mundo real son tan grandes como el propio continente norteamericano”, editorializó el británico The Guardian. El conservador Daily Telegraph pronosticó: “Será difícil que las palabras de Bush sobrevivan en la realidad del mundo”.
Lo que parece ajeno al sentido común o a una noción de la realidad sólo tiene lógica en la “sociedad de la propiedad” que reivindicó Bush, cuyas ceremonias de investidura fueron las más caras de la historia norteamericana, con un valor de cincuenta millones de dólares, “aunque en su mayor parte, subraya El País, no las costearán los contribuyentes sino las empresas. Se refuerza así la evolución hacia unos Estados Unidos Sociedad Anónima”.
Hay otro motivo para tomar en consideración las invocaciones libertarias de Bush. Ofrecen la oportunidad para que todos, empezando por cada uno, evalúen de nuevo y a fondo los significados en este siglo de conceptos como libertad y democracia, entendidas hasta la actualidad según los parámetros liberales, de la Revolución Francesa en adelante. Sin embargo, ¿hasta dónde es libre hoy un país con el comercio y las finanzas mundializadas? ¿Qué valor tiene la democracia para hombres y mujeres de todas las edades tiranizados por la pobreza, la ignorancia y las enfermedades? No son preguntas de retórica abstracta en Occidente, mucho menos en Argentina, donde el setenta por ciento del poder está en manos de las corporaciones, de esa “sociedad de la propiedad” que menta Bush, según lo ha reconocido en este diario la senadora Cristina Fernández de Kirchner.
Nadie que siga las noticias ignora que el viaje de estos días a París del presidente Kirchner y una comitiva de alto nivel, con su correspondiente entrevista con Jacques Chirac, titular del gobierno francés, tuvo en la agenda las relaciones contractuales del Estado argentino con una empresa francesa, concesionaria del servicio público del agua, que es filial de una de las diez mayores corporaciones transnacionales de aquel país, por temas de inversiones y tarifas que deberían ser de estricta soberanía nacional. La glamorosa Francia tiene un historial de salvaje colonialismo y las técnicas de tortura aplicadas por sus soldados en Argelia han sido y son uno de los modelos aplicados por las tiranías del mundo, incluso en la cárcel norteamericana de Guantánamo, según constancias fotográficas de difusión internacional.
Esa historia imperialista amasó la cultura del poder en ese país, aunque Chirac use la navaja sólo para afeitarse, y se expresa con toda crudeza en las tácticas de presión que usa la corporación concesionaria, cuando la Argentina necesita de todo el apoyo que pueda conseguir de los países ricos para completar con éxito la operación de canje de los bonos de la deuda, resistida en primer lugar por los tenedores argentinos. Nada de esto es novedad, sólo un recordatorio, pero las preguntas sobre la libertad y la democracia siguen picando. De más está decir que las respuestas ineludibles están muy lejos del internismo electoralista que hoy hace roncha en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires. La vieja política es tan parroquial que percibe al mundo como un catálogo para depositar la plata mal habida en paraísos fiscales o para hacer turismo. Si esta república queda otra vez en esas manos... Mejor no siga leyendo ni haga caso de las premoniciones si quiere disfrutar el verano sin sobresaltos desagradables.