Jueves, 25 de noviembre de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Eva Giberti
La amenaza comienza a reiterarse. Lo advierten las profesionales que atienden los llamados al Centro de Llamadas que responde al número 137 del Programa Las Víctimas contra las Violencias dependiente del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos.
Al escuchar la angustiada voz de la joven mujer que reclamaba atención, las operadoras registraron que distintas mujeres habían repetido el llamado con la misma amenaza. La Brigada Móvil contra la Violencia familiar concurrió para asistirlas. No obstante, el riesgo se mantiene latente. En particular si la mujer sostiene su relación con el sujeto esperando que “él cambie”. Porque “quizá lo dijo en un mal momento”. Neutralizar estas amenazas mediante racionalizaciones ingenuas –debido al interés amoroso hacia esa persona– puede desembocar en un ataque concreto. Es probable que el responsable, si es acusado, niegue haberlo dicho o que, en caso de encontrar testigos de esa amenaza, insista en afirmar “¡Estaba jugando! Lo dije en broma”. De manera que prioritariamente contamos con el testimonio de quien fue amenazada.
¿Se trata de violencia familiar o doméstica? ¿Y si el sujeto no es miembro de la familia de la mujer amenazada? Cualquiera sea su posición en relación con ella, esta amenaza está incluida en los contenidos de las leyes.
Es pertinente revisar las expresiones violencia familiar y violencia doméstica, ya que ambas seleccionan un segmento de víctimas que encubre y silencia el tema clave: la violencia contra las mujeres.
Si se presentara ante el Poder Legislativo un proyecto de ley que se refiriese a este tema llamándolo por su nombre, violencia contra las mujeres, ¿sería fácilmente aprobado? Es un interrogante que merece ser considerado. Pero si se menciona al género –hablando de violencia de género– el reconocimiento de estas violencias no tergiversa su contenido esencial. Hablar de violencia de género supone (estadísticamente) que se trata de violencia contra las mujeres. Aceptado este planteo, ¿cuál es el problema si nos referimos a violencia doméstica y/o familiar?
Las expresiones que focalizan una particular índole de víctimas, porque es necesario distinguirlas para responsabilizarse por ellas y solicitar la sanción a sus agresores, generan un recorte: se instituyen en “mujeres golpeadas”, o en “víctimas de violencia”. Se instalan como “aquellas” a las que les sucedió –o les sucede– algo terrible y a las que es preciso ayudar. Conclusión certera e indiscutible.
Si refinamos el análisis de estas dos expresiones, precisamos alertarnos y no distraernos pensando que violencia familiar o doméstica es otro fenómeno propio de “la violencia” que siempre existió. Cuando en realidad se trata, específicamente, de violencia contra las mujeres.
Quienes sostienen que “violencia hubo siempre” proponen neutralizar esta especificidad al desconocer que los hechos violentos contra las mujeres construyen historia, como lo evidencian las narrativas que, mediante el lenguaje, incorporan herramientas para amenazar, dañar y matar. El incremento de la actual amenaza “Te voy a rociar con nafta y voy a prender fuego” o “te voy a quemar viva” son verbalizaciones que si bien no constituyen inventos propios de la época –ya que el fenómeno existió previamente– la aplicación de esas frases adquirió actualidad merced a las últimas historias conocidas. Enriqueció el imaginario social con la incorporación del fuego como colaborador del ataque contra las mujeres. Enriquecimiento que se postula a sí mismo como más refinado debido a las huellas que puede dejar en la sobreviviente, además del espantoso dolor que las quemaduras generan.
Dentro del campo de las violencias familiares o domésticas (cualquiera de las dos expresiones es semánticamente discutible), haber incorporado esta nueva amenaza, que comprobadamente se reitera, alerta acerca de la premeditación que se pone en juego: ha sido preciso pensar en el líquido que podría utilizarse, tener cerca el fósforo o el encendedor y seleccionar la ocasión. También fantasear con los resultados del hecho: “la dejo marcada para siempre”. O bien “la mato”.
Esta índole de crueldades forma parte de la historia de los actos violentos protagonizados por el género masculino, mientras que la verbalización de lo que “se va a hacer” o ya se llevó a cabo aparece como un nuevo estilo, propio de las narrativas que caracterizan los ataques a las mujeres. La descripción se instituye como narrativa histórica que enuncia o interpreta lo que se narra. Por ejemplo, la milonga que canta “Si no te rompo de un tortazo es por no pegarte en la calle” representa una ideología masculina muy cuidadosa, ya que advierte que para pegar es mejor que no haya testigos. Se sigue pegando, preferentemente dentro de los domicilios (el domus de los latinos) y en familia, familiar y doméstica.
La inclusión de la amenaza por el fuego se actualizó como extensión de hechos cercanos publicitados por los medios, o sea, dependiente de la época.
La violencia que suscita la amenaza del fuego y su posterior puesta en acto reproduce el tiempo de las mujeres quemadas en las hogueras de la Inquisición, incorpora el terror previo de quien se imagina a sí misma envuelta por las llamas. Tiende a historizar en el pensamiento y las sensaciones de la víctima un suceso anticipado que conduce a la mujer a su propia imagen como una persona inerme. Ella no podrá hacer cosa alguna, paralizada por el espanto y el triunfo de la combustión. Lo cual es diferente de la amenaza del golpe.
Recortar este sector de las víctimas de violencia familiar o doméstica –por razones comprensibles y necesarias– arriesga descuidar la concepción de las violencias contra las mujeres que nos involucra a todas. Aunque “a mí nunca me violentaron”, como sostienen algunas congéneres, absolutamente desprendidas de su propia realidad como integrante de las culturas patriarcales y sexistas que nos regulan la cotidianidad.
Asistimos al surgimiento de una “moda” en las políticas de las amenazas contra las mujeres que se articulan con el estudio de las narrativas derivadas de distintas formas de violencia actualizadas por los medios de comunicación según las posibilidades de la época.
Estos sujetos amenazantes a veces, asesinos en oportunidades, han aprendido cómo ejercer otra forma de poder verbal. Alcanza con escucharlos una vez, habitualmente precedido por golpes, para comprender que un asesino potencial disfruta al escucharse a sí mismo. Quizá decida cerrar el circuito para escuchar los gritos de su víctima. Esta “moda” transparentó una dimensión de la violencia masculina hasta ahora escasamente ejercida. Ahora logró su plenitud.
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