Viernes, 10 de junio de 2011 | Hoy
Por Adrián Paenza
Desde California
Debió haber sido ayer, pero se pospuso un día. Con total naturalidad, en una sala repleta de periodistas (y muchísimos otros que no lo eran), uno de los hombres de relaciones públicas de la NASA anunció que el cohete que llevará al satélite argentino al espacio no saldría a las 7 horas 20 minutos y 13 segundos del jueves, sino a la misma hora del viernes 10 (por hoy).
Miré a los que tenía alrededor para saber si había entendido bien, porque el tono de voz no había cambiado. No hubo ningún drama ni cambio de entonación. Sólo que no habría lanzamiento el día previsto. Y listo. “Algunas inconsistencias en los parámetros para medir los vientos nos llevan a postergar el lanzamiento por 24 horas.” Nada más. Nada menos.
La ansiedad continuará un poco más entonces. Cuando le pregunté a Conrado Varotto, el presidente de la Conae, qué había pasado, lo definió con naturalidad también: “El lanzamiento podría haberse producido igual, pero imagínelo como quien está revisando un balance y descubre que hay un peso que le ‘sobra’ o le ‘falta’. Un peso es ciertamente no significativo, pero quizás ese peso está encubriendo un error mayor. ¿Por qué apurarse cuando 24 horas en una misión que tiene una vida mínima esperada de cinco años es un número irrelevante?”. Y debe tener razón, porque la gente de la NASA decidió la suspensión. Y no hubo ni drama ni histeria. Algo así como que se “suspendió por lluvia”, pero se juega mañana.
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