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La Nueva Era de la Nueva Era

 Por Pablo Semán *

Respirar, estirarse, tomar distancia mental, recuperar capacidad de acción pero no volver a lo mismo de siempre, de eso se trata en estos movimientos vinculados a la espiritualidad de la nueva era. Activismo espiritual es la definición de Gabriel Avruj, uno de los conferencistas de FeVida, el evento espiritual fogoneado por el Gobierno de la Ciudad, para definir un oficio que produce lo que para algunos son milagros. Durante los años ’80 y ’90 comenzó en talleres, consultorios, salones para prácticas corporales variadas. El estudio de una antropóloga rigurosa y original, María Julia Carozzi, explicaba el fenómeno como la continuidad de viejas tradiciones de autonomía elaboradas en las clases medias de consumo cultural cosmopolita.

Desde hace 15 años, la lógica de esas experiencias se trasladó a los medios y a los mediáticos, y el “activismo espiritual”, la galaxia de prácticas y creencias antes conocida como Nueva Era, dio un salto de masividad. Al tejerse esas creencias con la trayectoria de figuras reconocidísimas en los medios (Ari Paluch, Claudio María Domínguez) surgieron liderazgos locales de segunda y tercera generación. Pero también captó el ánimo de sujetos enraizados en densos entramados educativos, comunitarios e incluso políticos. La Nueva Era se salió de su cápsula social en el cuadrante norte del AMBA y de sus refugios cordobeses para expandirse al conjunto de las clases medias, y esta forma de esperanza se hizo dialecto con el catolicismo, la fe evangélica, las ideas terapéuticas y educativas.

No está tan bueno FeVida

Se entiende lo que quiso hacer Macri: captó algo multitudinario y, a su juicio, “friendly”. Se propuso movilizar el “activismo espiritual” y darle su espacio a un programa en el que se presentan variadas formas. En el acto inaugural insistió en su concepción del evento: propuso un lazo entre los movimientos espirituales y su visión de la política. La política, forma de espiritualidad, de lucha por la vida no confrontativa. Esa es la módica síntesis del jefe de Gobierno (que a juicio de este antropólogo implica aceptar mandatos opresivos, transformar la agresión en autoagresión). No fue la única forma en que el evento fue objeto de la tentativa de partidización. En el programa que da voz a los más variados ejemplos de lucha existencial (empresarios que salieron del pozo, dolientes sobrepuestos a su enfermedad) no hay militantes sociales. ¿Acaso no hay espirituales entre ellos, acaso sus luchas no son ejemplares? En cambio, las víctimas resilientes de la represión tuvieron la dudosamente representativa presencia de Morandini, que rodeó interminablemente una idea del perdón que quiso ser socialdemócrata, pero apareció particularmente nórdica: más cerca de Estocolmo que de Oslo.

Más debería llamar la atención de los críticos del evento la convocatoria: pobre para un observador que ha visto a muchos de los ponentes con salas desbordadas en otras circunstancias. Más pobre aún si se tiene en cuenta que el evento tuvo algo de “acarreo” y no sólo del gobierno de la Ciudad sino de las “diversas organizaciones convocantes” (muy otro cantar fue lo sucedido con la gran meditación del domingo, más autónoma de la acción del Gobierno de la Ciudad, restringida a una de las instituciones participantes, la cuestionada fundación El Arte de Vivir). Los críticos del evento deberían poder sacar una enseñanza que la realidad ofrece repetidamente en la imposibilidad de la jerarquía católica de movilizar contra el matrimonio igualitario o en la tentativa tantas veces fracasada de “usar” el 10 por ciento de evangélicos a través de un partido confesional que nunca pasa del 1 por ciento. Las posiciones religiosas o espirituales no se traducen con facilidad al campo político, entre otras cosas porque son heterogéneas en sí mismas y en nuestra sociedad no hay emblocamientos lineales entre clases, cultura y partido (el pueblo peronista es católico, pero también evangélico). El pueblo de la Nueva Era podrá creer cosas que a Macri le suenan propias, pero en estos días he conocido a miembros de El Arte de Vivir que creen que Ravi Shankar no sabía dónde estaba y que, incluso, “estaba re caliente porque intentaron usarlo políticamente”. No importa que haya sido así o no, sino que la “grey oriental” no se siente toda cercana a Macri, ni quiere mezclar las cosas y esas instrumentaciones son resistidas.

No hay tanta afinidad entre el Gobierno de la Ciudad y el activismo espiritual en general, como afinidad, e intimidad social, en la selección de los representantes elegidos sobre una base muy amplia: el círculo estrecho de Macri tiene relaciones con algunos de los invitados (y hostilidades con gente que no hubiera aceptado ser convocada por el jefe de Gobierno). El hecho mismo de que Ravi Shankar tenga relaciones con la derecha de la India no tiene traducción tan directa en su apropiación local (de la misma manera que la ultraderecha evangélica de Estados Unidos no regula el comportamiento político de los evangélicos argentinos). Tal vez haya sido más importante la vocación de El Arte de Vivir de expandirse como “empresa”, como lo dijo Gabriel Puriccelli, que indicó tanto esta posibilidad como esa conexión política.

Aristocracias de la creencia y de la crítica

Pero aquí llegamos a otro punto polémico. Algunos critican la monetización del activismo espiritual, otros su estandarización. Tal vez sea cuestión de menos paja en el ojo ajeno. En primer lugar, no hay espiritualidad ni religión que no se funden en reciprocidades que, modernamente, tienden a ser en moneda. Otrora se ofrendaban cosas valiosas también: cosecha, res, vino, pero hoy en nuestras sociedades todo se vende y se compra. Más aún: ciertos alimentos del alma circulan por dinero independientemente de la ideología (de Deepak Chopra y Brecht a Galeano y Coelho. Y circula por dinero el testimonio del que cuenta su capacidad de superar un accidente como el del que cuenta su fuga del campo de concentración). Pagando impuestos o no (y eso sí que no se disculpa) el activismo espiritual paga y cobra como todos.

Otros critican la estandarización de la fe. Entre los propios seguidores de movimientos espiritualistas se encuentran los que ven este encuentro como algo repudiable por su carácter espectacular y masivo. En música, cine y espiritualidad siempre habrá quien se adjudique la nobleza de espíritu y la autenticidad que los separa de los consumidores seriales, los tontos culturales y los crédulos. La realidad es más compleja: entre los nuevos creyentes habrá experiencias genuinas como entre los viejos impostura y rutina en proporciones abiertas y a estudiar.

Los gurúes lucran, la gente vive, y el espíritu crítico pierde cuando no pretenden menos que el privilegio de juzgar, incluso sin saber, como si fuera tan fácil.

* Doctor en Antropología social.

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