Domingo, 26 de octubre de 2003 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Las privatizadas
La propiedad y administración de una empresa pueden coincidir o no. Propiedad
y gestión pueden combinarse de distinto modo: 1) coincidir; 2) desdoblarse,
en un mismo país; 3) desdoblarse, cada una en países distintos.
Mantener y expandir el capital productivo (maquinaria, equipos, técnicos)
está limitado por el excedente entre el volumen de ventas (que varía
según los precios a que vende su producción) y sus costos (que
varían según precios de insumos y escala de operación).
Aquél limita a la vez el mantenimiento y expansión de la empresa:
ésta no puede crecer más que su tasa de ganancia: no puede invertir
más que los fondos que ella genera. Sea G la tasa de ganancia e I la
tasa de inversión. Las “utilidades distribuidas”, o ganancia
líquida que percibe el propietario, es G - I. En la “empresa clásica”
(caso 1) el empresario no consumía sus ganancias y las reinvertía
íntegras, o sea G - I = 0. En la “gran empresa” (caso 2),
como la sociedad por acciones, la reinversión es menor que las ganancias,
para poder distribuir ganancias líquidas a los accionistas; la reinversión
de ganancias, aunque prive de ingresos al bolsillo de los propietarios, ocurre
en el propio país y es controlada por ellos. En la empresa “privatizada”
argentina (caso 3), las ganancias líquidas son lo único que mira
el propietario, que vive en el exterior. Ellos son los empleadores del gerente
que gestiona su empresa en la Argentina. Sobre el gerente pende la espada de
producir las utilidades líquidas que remite a Europa. Su monto mide su
éxito como administrador, y procura maximizarlo, aun a expensas de dejar
caer el capital productivo. En la provisión de luz, reponer cables obsoletos
con materiales de inferior calidad, como se advirtió en el gran apagón
del verano de 1999, al reducir costos, deja más ganancia. No por casualidad
en la mayoría de las “privatizadas”, el único mantenimiento
completo que se efectuó a sus equipos tuvo lugar cuando iniciaron sus
actividades, y nunca más. Si a ello sumamos la crisis y su resolución
a fines de 2001, el panorama se agrava. Ante una devaluación, como la
ocurrida en 2002, en que la divisa extranjera triplicó su valor en pesos,
las ganancias líquidas en dólares se redujeron a un tercio: (0,33).G,
y ello exacerbó la presión de los propietarios por recuperar el
nivel de ganancias anterior, lo que llevó a recortar el plan de obras
o a adquirir insumos inferiores.
Cortes de suministro
La satisfacción que nos produce el consumo de bienes disminuye a medida
que disponemos más de ellos. Respirar el aire no produce una satisfacción
especial, porque disponemos de él tanto como se nos ocurra. La inversa
también es cierta: la satisfacción es mayor a medida que disponemos
menos de ellos: quien vive en un área polucionada percibe la mayor pureza
del aire al pasar a un área boscosa, o quien es sumergido en una pileta
unos segundos disfruta una satisfacción inmensa al emerger y respirar
de nuevo. Si hubiera que pagar por los bienes que consumimos, el precio que
cada uno estaría dispuesto a pagar sería de algún modo
proporcional a la satisfacción obtenida. Quien carece por completo de
agua en el desierto daría una parte significativa de su patrimonio por
obtener un vaso de agua. Un kiosquero o almacenero no disfrutan directamente
de que sus heladeras, llenas de fiambres, refrescos, helados y hamburguesas,
funcionen, pero sí gozan si sus negocios trabajan bien, y de buena gana
pagarían más precio por evitar un corte de luz. Por ello, la cantidad
de aquellos bienes que se obtienen mediante la producción nunca debe
superar a la demanda de éstos, para que su precio no caiga a cero y permita
al productor recuperar los costos de producción a través del precio.
Eso no es todo. Primero: cuanto más imprescindible es un bien, menos
cambia (relativamente, o en porcentaje) su demanda, como respuesta a cambios
en su precio; se dice que tales bienes tienen demanda inelástica. Segundo:
en mercados cautivos o monopólicos, el vendedor de un bien puede aumentar
su ganancia a voluntad manipulando el precio de venta. El caso de las “privatizadas”
argentinas reúne todos esos rasgos: proveen bienes de primerísima
necesidad (luz, gas, agua) como empresas monopólicas, a mercados cautivos,
y en particular al mercado porteño, de mayor poder adquisitivo, que aceptaría
pagar un poco más por no cortarse repentinamente la luz cuando hace un
trabajo en la computadora, o por no quedar sin agua para regar su jardín.
Esta combinación de circunstancias les otorga a las privatizadas enorme
poder extorsivo sobre las autoridades públicas responsables de autorizar
aumentos de tarifas. Aquéllas, por su parte, se ven obligadas a caminar
por el filo de una navaja, donde un 1 % de aumento de tarifas llevaría
a un tanto por ciento de los ciudadanos a volver a vivir como en el siglo XIX.
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