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Domingo, 27 de junio de 2004

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

 Por Manuel Fernández López

 

Se equivocó el palomo
Así como cada individuo se esfuerza tanto como puede por emplear su capital en sostener la industria local, y en dirigir dicha industria en forma que su producción tenga el máximo valor, cada individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad alcance el máximo valor. El generalmente, en verdad, ni se propone promover el interés público, ni advierte cuánto lo está promoviendo. Al preferir sostener la industria local antes que la extranjera, sólo mira a su propia seguridad; y al dirigir esa industria en forma tal que su producción tenga el máximo valor, sólo mira a su propio provecho, y en éste, como en muchos otros casos, una mano invisible la lleva a promover una finalidad que no contemplaba. Al perseguir su propio interés, con frecuencia promueve el de la sociedad más eficazmente que si realmente se propusiera promoverlo.” Usted ha leído, completo y sin cortes, el pasaje de la “mano invisible” de la Riqueza de las Naciones de Adam Smith, para muchos el mensaje central de la obra, y para otros el fundamento y credo del liberalismo económico. Limitándose a maximizar su ganancia privada, sin atender en absoluto la situación de otros, el empresario particular maximiza el beneficio de la sociedad. ¿Será cierto? Por ejemplo: un empresario electo presidente de la República, que dedique su tiempo a maximizar la ganancia de su empresa, sin atender lo que les pasa a los demás –es decir, al país– no maximiza el beneficio social. Otros casos: las empresas de servicios públicos privatizadas, que en toda una década remitieron jugosas ganancias a sus grupos inversores y dedicaron sólo un mínimo a mantener la infraestructura, hoy prestan servicios insatisfactorios. No podía ser de otro modo: la ganancia es la diferencia entre el ingreso total y los costes totales de la empresa. Al no poder fijar sus precios discrecionalmente y no poder expandir el mercado que abastecen, deben operar sobre los costos, achicándolos. Si es una empresa ferroviaria, operar con menos locomotoras que las necesarias para ofrecer un servicio digno. Si es industrial, operar con tecnologías que envenenan el aire, la tierra o las corrientes de agua. Si es agrícola, sobreexplotar el suelo con la producción mejor cotizada del momento, aun al costo de no producir alimentos indispensables y empobrecer la tierra. Y en éste, como en muchos otros casos, Smith se equivocó.

Enroscar la víbora
Hace unas cuantas décadas los vendedores callejeros que deseaban atraer la atención de los transeúntes, para convertirlos en nuevos propietarios de baratijas, capaces de hacer cosas maravillosas, se enroscaban una culebra a su cuerpo y ofrecían el producto. Embelesados mirando el reptil, el público era presa fácil del vendedor. De ahí la expresión “enroscar la víbora”, por “embaucar” o “engañar”. Asombra en grado sumo que el Gobierno desperdicie recursos de la sociedad –que estarían mejor empleados atendiendo alguna de las muchas urgencias del país– transmitiendo día y noche este mensaje: “Si usted deja que la canilla gotee, o no apaga el piloto del calefón cuando no lo usa, o no apaga el televisor cuando va al baño y nadie queda mirándolo, está derrochando energía –energía que necesitan las empresas argentinas para seguir creciendo y así crear más empleo–”. Aquí se advierte la importancia de una opinión pública estúpida y poco informada. El mensaje transmite claramente que uno es el culpable del desempleo, porque su conducta negligente y desarreglada genera una demanda de energía que se sustrae a las empresas creadoras de puestos de trabajo. No es, pues, responsabilidad del Gobierno, por no haber fijado obligaciones de inversión a las empresas proveedoras de energía, ni por haber creado entes de contralor eficaces y no complacientes con cualquier conducta de tales empresas. Tampoco sería responsabilidad de las empresas usuarias de energía, porque con cada dosis de fluido que se les proveyese demandarían otra dosis de trabajadores. De tal modo, privándose totalmente la población de consumir energía en todas sus formas, directa o indirectamente, podría llegarse al pleno empleo. Nada tan absurdo ni más falso. Las empresas no deciden encarar una producción según el costo de los insumos, sino por la confianza en poder colocar la producción. Ningún suministro adicional de energía logrará que alguna empresa tome un trabajador más, si no prevé vender la producción adicional con alguna ganancia. Con energía y materia prima gratis y salarios cero, siempre queda el coste de almacenar la producción mientras no se vende. Y si no se espera vender, este último sería un costo innecesario, evitable con no producir. De hecho, “las empresas argentinas pueden seguir creciendo”, como lo han hecho, al 11 por ciento, sin que ello suponga crear nuevo empleo.

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