“MAS ALLA DE LA MUERTE”, DE OMAR NAïM
La vida en video
Por Diego Brodersen
Poco tiempo después del estreno de Matrix, los subtes de Buenos Aires se vieron invadidos por una extraña publicidad. Cierta academia de filosofía hermética disparaba desde los carteles preguntas tan antiguas como irresolutas. Lo curioso era que entre interrogantes como “¿qué es la muerte?” y “¿cuál es el sentido último de la existencia?” saltaba el mucho más trivial “¿viste Matrix?”. De un tiempo a esta parte, una serie de películas de presupuesto relevante intentan convencer a los espectadores de que en su seno pueden hallarse atisbos de profundidad metafísica, herencia pasteurizada de la literatura de ciencia ficción. A la reciente La isla se suma la más modesta y algo más atildada Más allá de la muerte.
Robin Williams es un “editor”, encargado de dar lustre post mortem a las no tan ilustres vidas de sus clientes: el dueño del “corte final” del título original. Es que en el futuro cercano –o el presente paralelo– que plantea el film de Omar Naïm, algunas personas son implantadas a su nacimiento con un adminículo cerebral que grabará toda su existencia. Los deudos recurren a los servicios de Williams, quien deberá cortar en su moviola aquellos pecados que no resulta decoroso ventilar en los funerales.
En un principio la trama se sigue con algún interés por lo interesante de sus resonancias y por un tono de bajo perfil que acompaña sus escenas de introversión. Pero el vuelco a un gran mal de cierto cine contemporáneo –la idea de que es posible construir un personaje a partir de un recuerdo o trauma de origen–y la insistencia en las vueltas de tuerca terminan transformando cualquier intención reflexiva en una mayúscula intrascendencia.