CINE › LA PRIMERA JORNADA DE LA COMPETENCIA OFICIAL EN VENECIA
De Portugal a McCarthy
En Espelho mágico, el legendario director Manoel de Oliveira pone en escena una serie de planteos teológicos. George Clooney, en tanto, puso el foco en cuestiones bastante más terrenales.
Por Luciano Monteagudo
Desde Venecia
El cine europeo y el estadounidense, en su mejor forma, se complementaron en la apertura de la competencia de la Mostra. Dos mundos alternos, concepciones diametralmente contrarias, modos antagónicos de pensar el relato cinematográfico dieron prueba de que es posible la convivencia de opuestos. ¿Qué tienen en común el nonagenario maestro portugués Manoel de Oliveira y el actor –ahora devenido director– George Clooney? Nada. Uno se ocupa de disquisiciones de orden teológico, mientras el otro lanza una feroz y oportuna invectiva política contra el gobierno de Bush. Lo sagrado y lo profano. La poesía y la prosa. Y, sin embargo, uno y otro aportaron un nivel que desde el comienzo fija alta la vara para el jurado que preside el escenógrafo italiano Dante Ferreti.
A los 96 años, Manoel Candido Pinto de Oliveira suele decir que no es el más veterano director en actividad, sino el más joven. Y algo de verdad tiene, en la medida en que no deja de filmar un largo por año, sino también porque con la temeridad que debería ser propia de la juventud no se preocupa por seducir al público o ganarse el apoyo de la crítica. El sigue haciendo, milagrosamente, el cine que quiere hacer, al margen de las presiones del mercado y de imposiciones de los medios. En este caso, se trata de Espelho mágico, una suerte de auto sacramental en clave irónica, inspirado en la novela de Agustina Bessa-Luis El alma de los ricos.
Con una espléndida fotografía del operador suizo Renato Berta, Oliveira se instala en una mansión lusitana, en las afueras de su Oporto natal, y en ese escenario privilegiado pone en escena las reflexiones de Doña Alfreda (la bella Leonor Silveira, su actriz fetiche), una dama de la aristocracia obsesionada con experimentar la aparición de la Virgen María, a raíz de la ambigua influencia de un teólogo extranjero (Michel Piccoli, otro amigo incondicional de Oliveira). Un joven ex convicto, que acaba de salir de prisión (y que parece escapado de El diablo probablemente o El dinero, de Robert Bresson), pondrá en duda sus convicciones, mientras que una monja española, a cargo de Marisa Paredes, intentará ratificarla en su fe con un argumento casi cinematográfico: “Una visión –le dice– es como el viento, una presencia y no el producto de la imaginación”.
Casi en contra de esas abstracciones se expresa Good Night, and Good Luck, el nuevo, terrenal film de George Clooney, que después de Confesiones de una mente peligrosa (su irregular opera prima) se afirma como realizador con esta lúcida parábola sobre la administración Bush, a través de una historia del más rancio maccarthismo. El caso es real, pero hasta ahora casi desconocido, u olvidado, al menos fuera de los EE.UU. Hacia 1953, la cadena CBS tenía un insólito programa de investigación conducido por Edward R. Murrow, que fue el primero –y casi el único en su campo–, en enfrentar la campaña de persecución política del senador Joseph McCarthy y su infame Comité de Actividades Antiamericanas. A pesar del clima de intimidación que reinaba y de las presiones que bajaban desde la dirección de la corporación y sus anunciantes, Murrow y su equipo lograron desnudar las falacias de McCarthy y la anticonstitucionalidad de sus métodos, basados en la mentira y la difamación.
“No hice esta película para enfrentarme con ninguna administración, sino para reforzar la idea de que debemos volver a respetar las libertades civiles”, afirmó Clooney en la multitudinaria conferencia de prensa que siguió a la proyección y donde recibió una ovación. A pesar de sus diplomáticos dichos, es imposible no asociar las cosas que dice Murrow con la política estadounidense después del fatídico S-11. “El disenso no es deslealtad, la acusación no es prueba y como defensores de la causa de la libertad en el exterior, los EE. UU. no pueden deshonrarla dentro de sus fronteras”, afirma el personaje de Murrow (DavidStrathairn), en un texto tomado de una emisión de hace medio siglo y que hoy vuelve a cobrar un nuevo significado.
“Es un crimen de proporciones masivas cuando se encarcela a un periodista por las informaciones que hace públicas”, dijo Clooney (que es hijo de un periodista e interpreta a un miembro del equipo de Murrow), en referencia a Judith Miller, del New York Times, quien cumple sentencia por negarse a revelar las fuentes de un artículo en el que denunciaba los manejos de espionaje de la administración Bush. “Este es un momento interesante para involucrarse en el tema de las libertades civiles”, siguió Clooney, para quien “hoy en los EE.UU. estamos mucho menos informados que hace quince años”. Rodada con austeridad y precisión en blanco y negro, Good Night, and Good Luck (título que alude al saludo de despedida de Murrow) utiliza magníficamente noticieros y material de archivo, que incorpora con fluidez al relato, al punto de convertir los interrogatorios que conducía el verdadero McCarthy en parte esencial. “Probablemente lo nominen al Oscar al mejor actor de reparto”, bromeó Clooney acerca de la aparición del propio senador. “Preferimos utilizar imágenes de él y no a un actor porque nadie lo hubiera hecho mejor. Y queríamos que la gente hoy, cuando algunos quieren reivindicar su nombre, supiera quién fue y cómo pensaba, sin intermediarios.” No cabe duda de que la película de Clooney lo logra, con las mejores armas.