Sábado, 5 de agosto de 2006 | Hoy
CINE › “PACTO DE SILENCIO”
Por Horacio Bernades
Hace unos veinte años, a los veintipico de edad, Carlos Echeverría encaró una investigación sobre el destino de Juan Herman, vecino de Bariloche y único desaparecido que registra la historia de una ciudad a la que el imaginario porteño suele asociar con paisajes de tarjeta postal, viajes de egresados y cablecarriles. Lejos de ello, sin rozar siquiera ese mundo de cartulina, en Juan, como si nada hubiera sucedido, Echeverría deconstruía a la entera Bariloche –ciudad donde nació, se crió y vivió largamente– como ciudad cómplice, que había hecho la vista gorda ante el secuestro y desaparición de uno de sus hijos. Ahora, con Pacto de silencio, es como si Echeverría completara un díptico que bien podría llamarse Algo huele mal en Bariloche. Lo que investiga en esta ocasión es el ascenso y caída de alguien a quien, muy al contrario de Juan Herman, esa ciudad falsamente alpina terminó convirtiendo en ciudadano prominente. Ese hijo dilecto es Erich Priebke, ex oficial de las SS, criminal de guerra y querido miembro de las fuerzas vivas en la ciudad del chocolate en rama.
Como es sabido, Priebke era rector del Colegio Alemán de Bariloche, cuando a mediados de la década pasada un periodista de la televisión estadounidense lo encaró en plena calle y le preguntó sobre su relación con la masacre de las Fosas Ardeatinas. Se conoce con ese nombre la ejecución de 335 civiles, llevada a cabo por miembros del ejército nazi en las afueras de Roma el 24 de marzo de 1944, por orden directa de Hitler. El segundo oficial a cargo del operativo –el mayor crimen de masas cometido en Italia durante la ocupación nazi– fue Erich Priebke, por ese entonces alto miembro de las SS. Medio siglo más tarde y tras la investigación iniciada como consecuencia de la intervención de ese periodista de televisión, terminó comprobándose su responsabilidad en ese hecho criminal. Se lo extraditó a Italia y allí se lo juzgó y condenó a cadena perpetua. Mientras tanto, en Bariloche todo el mundo seguía defendiendo al queridísimo Erich.
La continuidad entre Pacto de silencio y Juan, como si nada hubiera sucedido aparece voluntariamente subrayada en una de las primeras escenas. Como sucedía reiteradamente allí, otra vez Echeverría intenta penetrar, cámara en mano, un mundo que se cierra sobre sí mismo y lo rechaza, como a un cuerpo extraño. Si en Juan... los que se apiñaban eran los que no querían hablar del caso Herman, aquí se trata de una suerte de garde-de-corps espontáneo, integrado por buena cantidad de mujeres, que rodean a Priebke y lo cubren. Todo sucede a la salida de misa, en una capilla del centro de Bariloche. Allí, el cura acaba de bendecir al vecino sospechado de nazi, que viene de purgar un año y medio de prisión domiciliaria. “¿Para esto fuiste al Colegio Alemán?”, increpa una de esas mujeres a Echeverría, como quien iguala pertenencia y complicidad.
“¿Para esto fuiste al Colegio Alemán?”, se repite Echeverría en voz alta, y esa repregunta parecería funcionar como la magdalena de Proust, disparando los recuerdos personales del realizador, hijo de madre alemana y ex alumno de ese colegio. La estructura de Pacto de silencio semeja los anillos concéntricos que se forman en el agua, al tirar una piedra. El anillo más pequeño es el relato del realizador en primera persona, y a su alrededor se ordenan los demás, que incluyen la historia entera de Bariloche desde su fundación, el papel que la colectividad alemana cumplió en esa historia, la llegada de ex nazis tras el fin de la Segunda Guerra. Y la extensión hasta el presente de los lazos familiares, amistosos, comunitarios o de simple y llana complicidad. Lazos que terminan haciendo que alguien como Priebke pueda llegar hasta la Argentina con pasaporte falso y gracias a acuerdos secretos con el Vaticano, recupere más tarde su nombre verdadero, se inicie como maître de hotel en Bariloche, se instale más tarde como fiambrero y salte de allí a rector de uno de los colegios más importantes de la zona y presidente de la Asociación Cultural Germano-Argentina.
Productor, guionista, montajista y camarógrafo, a lo largo de las dos horas y cuarto de Pacto de silencio Echeverría se vale de toda clase de materiales visuales, desde los que él mismo registró (a veces en condiciones tan riesgosas como la nombrada) hasta los fragmentos de archivo. Fragmentos que incluyen abundante metraje de guerra, en tanto el relato de la masacre de las Fosas Ardeatinas constituye una de las líneas de la narración. Películas caseras en las que se ve a Priebke celebrando Año Nuevo entre los suyos, brindando en alguna cena o arreglándose el traje con postura marcial durante una entrega de diplomas constituyen algunas de las perlas de Pacto de silencio. Los fragmentos de reconstrucción dramática con actores están entre sus puntos más bajos, abaratando inesperadamente un material que no lo merecía y tirando para abajo. Tanto como la voz del realizador en off, lánguida, tímida, a veces demasiado baja.
Claro que cuando, sobre el final, un miembro de la comunidad alemana barilochense, cuarentón y con aspecto de tipo común, comienza a despotricar contra los judíos, que “no saben perdonar” y “siguen persiguiendo presuntos criminales de guerra tantos años después”, los pelos de la nuca se erizan y se advierte que esos reparos no son nada frente a la enormidad de un presente mucho más cercano y temible que el que tal vez uno suponía. Un presente que, por cierto, no deja de aterrar.
7-PACTO DE SILENCIO
Argentina, 2006.
Dirección, guión, producción y montaje: Carlos Echeverría.
Fotografía: Ramiro Civita y C. Echeverría.
Intérpretes: Edgardo Mesa, Carolina Petrone, Pedro Echeverría y Marcos Woinski.
Estreno de hoy en Malba.cine, donde se exhibirá todos los sábados de agosto a las 19.30, en video ampliado.
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