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Miércoles, 14 de marzo de 2007

Manual de instrucciones

La experiencia comienza llenando un formulario básico que exige algunas definiciones, pero la más importante es el look que se desea asignar al Avatar. A los hombres, en el combo básico, se les ofrece un barbudo con rulos, un lampiño con ecos andróginos o un cara de conejo, según las pretensiones. El nombre no es lo que menos importa, allí donde abundan los apellidos de directores de cine y muy pocas referencias latinas para bautizar al muñequito. Luego se podrá ingresar a ese mundo georreferenciado en un mapa que no respeta fronteras nacionales, en el que un edificio, como la Argentonia, puede sintetizar la representación de la Argentina, y donde abundan cada vez más los servicios, los transportes que complementan la capacidad de volar.

Un buscador permite situarse a gusto en la playa, en el casino o en el museo. Pero también existe la posibilidad de convocar al otro conocido a través de un pedido de teletransportación que, de ser aceptado, reunirá a los dos en un espacio común. Allí, la comunicación todavía es como en el chat, y los Avatares hacen como que escriben en el aire, pero se anunció un vuelco al habla para mediados de este año. Se puede optar por un tipo de diálogo íntimo o abierto al entorno, y hasta se puede gritar para ser escuchado en una extensa superficie alrededor. Si el deslumbramiento puede apagarse después de algunos usos, lo que dura –según el cofundador de Argentonia Julián Paredes– es la optimización de herramientas y servicios de uso más práctico y ágil que en otras representaciones como la Internet convencional o el procesador de textos. Su asociación a la condición de aliado de la experiencia, y no de relevo, ahuyenta los fantasmas de alienación y pavor, de aquellos que atribuyen al Avatar ser un sustituto de la vida que garantiza control, seguridad y asepsia. La falta de tacto, olfato y gusto, al menos por el momento, todavía garantizan la necesidad de vivir afuera. Por ahora la mayor satisfacción es la de quienes encontraron la manera de hacer negocio: a través de casinos, propiedades o productos que, tasados en Linden dollars, luego se traspasan al dinero real.

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