Parte de guerra
Entrevista La periodista canadiense Naomi Klein estuvo de paso por Buenos Aires para presentar La Toma, un documental sobre la experiencia de empresas recuperadas en Argentina. Una semana antes había regresado de Irak en donde estuvo trabajando durante un mes para investigar sobre las razones económicas que se esconden detrás del baño de sangre que inundó aquel país de Oriente Medio.
Por Marta Dillon
Si algo sorprendió a Naomi Klein –la periodista canadiense célebre por haber entregado al movimiento que peyorativamente se denominó globalifóbico, cuando sus activistas intentaban detener con el cuerpo las principales cumbres económicas mundiales, su libro No Logo a modo de sustento teórico– en la breve semana que acaba de pasar en Argentina, fue el modo en que mujeres y varones se besaban al momento del saludo. No es que haya olvidado los meses de investigación en este país, necesarios para producir la película La Toma –sobre el movimiento de fábricas recuperadas– que junto con su marido Avi Lewis presentaron en el Festival de Cine Independiente. Es que apenas tuvo tiempo de bajar del avión que la trajo de Irak cuando ya estaba aterrizando en suelo argentino. Y en aquel país de Medio Oriente que se desangra bajo la ocupación militar que lidera Estados Unidos ella ni siquiera podía tocar el brazo de un hombre. El riesgo de hacerlo es el mismo que se corre atreviéndose a cualquier otro desvío –usar pantalones, por ejemplo– en un territorio en el que “el odio es tan palpable que se puede cortar con navaja”: ser asesinada. Así se lo dijeron directamente a su traductor, una tarde en la que asistieron a una manifestación que denunciaba el bombardeo sobre el diario que sostenía al nuevo líder de la resistencia iraquí, Muqtada Al Sadr. “Era una manifestación en la que se portaban grandes carteles que pedían libertad para la prensa, que dejen a los periodistas hacer su trabajo, por eso pensé que era un lugar seguro para vestir pantalones, a pesar de que llevaba la cabeza cubierta”. Quince minutos de gracia fueron la oferta que le hicieron al traductor para que se lleve de allí a esa mujer desobediente.
Sin embargo, la desobediencia es casi un acto reflejo para esta mujer de 33 años a quien la fama la tomó por asalto cuando No Logo se convirtió en best seller mundial y la colocó en un lugar que ella no se cansó de rechazar, al mismo tiempo que rechazaba entrevistas para poder seguir adelante con su trabajo periodístico, con esa intención de ver con sus propios ojos el modo en que se desarrollan los movimientos sociales que resisten la lógica del pensamiento único, del orden económico imperial, en cualquier lugar del mundo. Así fue como llegó a Argentina a principios de 2002 –y volvió para quedarse hasta mediados de 2003–, y aquí fue donde empezó a gestarse la idea de viajar a Irak, incluso desobedeciendo a sus propios y saludables temores.
–Empecé a investigar sobre las razones de la guerra alertada por algo que se me hizo muy claro en Argentina mientras estudiaba el proceso de desindustrialización aquí durante las últimas tres décadas. Y la verdad es que hubo un documento muy esclarecedor para mí: la carta final de Rodolfo Walsh, porque expresaba claramente cuál era la intención detrás delterrorismo de Estado, la aplicación de un plan de miseria que necesitó aniquilar a la resistencia para desarrollarse, incluso más allá de la dictadura. Y era muy difícil de ver en ese mismo momento, porque, para decirlo de manera clara, la sangre nos ciega. Cuando preservar la vida es una urgencia cotidiana, es muy difícil pensar en la macroeconomía. Y es éste el paralelo que puedo hacer con Irak y que se hizo más claro cuando noté que, por ejemplo, Bechtel era la corporación que había conseguido el contrato más grande en la “reconstrucción” de Irak. ¿No era ésta la empresa que también se había quedado con la privatización de los servicios de agua en Bolivia? Por supuesto que no querían reconstruir Irak, lo que querían era comprarlo... y por monedas.
–Sin embargo, y aunque parezca ridículo decirlo ahora, la guerra de Irak se justificó en gran parte en nombre de la seguridad mundial.
–Pero la verdad es que una de las cosas más claras que pude percibir en Irak, después de estar tanto tiempo yendo y viniendo de los Estados Unidos –porque empecé mi investigación aquí, la continué cuando volví a Canadá y después en Washington– es que es premisa que, tal como lo dijo Condoleezza Rice, estamos más seguros después de haber invadido Irak es totalmente errónea. Después de la invasión lo único que se logró es que la gente en Estados Unidos esté mucho menos segura, están creando miles de nuevos enemigos en la zona, no sólo en Irak. En cada esquina una puede sentir el gusto de lo que se va a tratar eso que la CIA llama blow back para describir las consecuencias inesperadas de la guerra (que no es lo mismo que efectos colaterales si no la respuesta que vendrá como consecuencia de las acciones de la guerra). Todavía no las vimos cabalmente, pero caminando por esas calles una entiende de qué se trata el odio, es algo tan palpable que se puede cortar, es una fuerza de la naturaleza y, como tal, prácticamente imposible de prever.
–¿Qué era lo que intentaba descubrir con su investigación?
–Empecé a seguir la manera en que las reformas económicas impuestas por Estados Unidos empezaban a impactar en Irak, en principio con millones de empleados que habían perdido sus puestos, igual que la cantidad de soldados que habían quedado fuera de la estructura que era el Estado, de pronto, de un día para el otro, hubo alrededor de 40 mil personas en la calle. Y como se abrieron completamente las fronteras a las importaciones y cómo empezaron a entrar todo tipo de productos sin ninguna regulación a precios muy bajos al mismo tiempo que las empresas iraquíes eran literalmente saqueadas. Porque además de las bombas hubo muchos robos y los americanos no hicieron nada, simplemente se quedaron mirando cómo la capacidad productiva de Irak llegaba a nivel cero. Literalmente arrasaron el país. Y vos ves que en Argentina hubo un proceso similar, muchísimo más lento si se lo compara con Irak, acá la desindustrialización llevó 30 años, allá fue un proceso más corto que empezó con la primera guerra... siguió con las sanciones y después los bombardeos masivos que también dieron lugar a un impresionante saqueo cultural de bibliotecas y museos.
–¿Entonces quedaron claras para usted las razones económicas de la guerra?
–Se hicieron evidentes cuando se anunciaron las privatizaciones masivas de 200 empresas estatales, era un auténtico saqueo. En esa época yo centré mi investigación en Washington, porque es ahí donde se toman las decisiones, y enseguida me di cuenta de que algunas de las cosas que estaba escribiendo tenían serios efectos, porque fui la primera que denunció la ilegalidad de este modo de operar.
–¿Se refiere a la adjudicación de los contratos y las empresas?
–En principio hay que decir que la ocupación y el poder de Estados Unidos sobre Irak y su supuesto proceso de democratización tiene cierta legalidad porque se la otorgó una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Esa resolución dice que EE.UU. y R.U. son el poder ocupador, pero que tenían que atenerse a las regulaciones de La Haya de 1907 y a la Convención de Ginebra en cuanto a las responsabilidades y losresguardos que debe tener un poder ocupador. Estas leyes fueron violadas más de una vez, sobre todo por Israel, pero en Irak esta violación es muy específica porque una de las cláusulas existe, justamente, para prevenir el saqueo de un país ocupado, por lo tanto se deben resguardar sus recursos y sus bienes, se pueden usufructuar pero nunca modificar tan drásticamente como se hubiera hecho si se les permitía a las compañías quedarse con el 100 por ciento de las empresas estatales, como se pretendía al principio.
Si sos un poder ocupador podés cultivar las tierras, pero nunca venderlas porque sos sólo un guardián. Y posteriormente muchas de estas privatizaciones quedaron sin efectos. Consultando sobre esto supe que en buena parte fue porque era claramente ilegal. Ahora lo confirmé en el lugar –y también por eso creía que tenía que viajar a Irak–, porque entrevisté allí al ministro de Comercio, al de Industria y al de Comunicaciones y todos me dijeron que habían tenido una alerta legal sobre la venta de estas 200 empresas cuando tomaron en cuenta que cualquier nuevo gobierno iraquí, basado en esta ilegalidad original, podrían expropiar las empresas.
–¿Pero usted realmente cree que al presidente George Bush le preocupa la legalidad de sus acciones?
–No es que Bush se preocupe demasiado, eso lo ve cualquiera, pero los inversores sí se preocupan, porque sus abogados y sus compañías de seguros les dijeron que éste era un riesgo terrible, no hay una sola empresa de seguros en el mundo que respalde a una multinacional que en estas condiciones decida invertir de todos modos en Irak.
El olor del miedo
No es que ella haya querido ir a Irak, lo que verdaderamente deseaba, aun antes de partir, era estar de vuelta. Los temores eran encontrados, sobre todo para quienes la rodeaban, si se le pregunta a Naomi, su único miedo era el de ser asesinada al azar, sobre todo porque cuando llegó la hora de concretar su decisión esto era lo que sucedía en las calles de cualquier ciudad iraquí: los civiles extranjeros se habían convertido en blancos.
–Cuando me planteé seriamente viajar mi pensamiento fue: si me mantengo lejos de los soldados norteamericanos, puedo estar razonablemente segura. Pero si me olvidé de esa sensación de tener los pies fríos permanentemente fue porque estoy convencida de que eso es también lo que intentan las fuerzas de ocupación, que el miedo mantenga lejos a la mayor cantidad posible de observadores independientes. Es una victoria para ellos que nos atemoricen a todos, les da el espacio que necesitan para seguir adelante con el saqueo. También sucede que la mayoría de los periodistas están muy ocupados por la guerra en sí, los heridos, los muertos, y no pueden advertir cómo se desarrollan las razones ocultas que empujaron la guerra y todo eso sirve a la agenda de la ocupación.
–¿Pudo conjurar el miedo en algún momento?
–Tengo que decirlo, una vez que llegué me acostumbré, al principio te despertás con las primeras explosiones y saltás de la cama, es una manera terrible de despertarse, pero al momento en que llegaba la hora de regresar a casa me di cuenta de que empezaba a volverme loca porque mi reacción frente a las bombas era taparme la cabeza con la frazada para dormir un poco más. En definitiva millones de iraquíes se acostumbran a eso.
–¿Cómo era su rutina diaria durante el mes que estuvo en Irak?
–Una de las cosas que me interesaban era entrevistar a Muqtada Al Sadr porque ya se lo empezaba a vislumbrar como una cabeza de la resistencia. Aunque su poder creció mucho mientras yo estuve ahí, pudimos seguir la progresión de los enfrentamientos entre su milicia y el ejército norteamericano. Una de nuestras rutinas diarias era visitar Sadr City cadamañana para evaluar los daños de los ataques de la noche anterior. Es muy impresionante este lugar, es como una ciudad en medio de la ciudad, son dos millones de personas viviendo en una barriada similar a las villas que se conocen acá, muy precarias. Y los primeros días llegábamos y la gente se nos acercaba con mucha ansiedad por contar sus historias –no hay muchos periodistas que se acerquen por estos barrios–, incluso porque tomáramos fotos. Pero con el correr de los días el tiempo se fue acortando –los ataques se fueron incrementando–, a los 15 minutos de estar dialogando con la gente nos rodeaba un grupo de hombres de alrededor de 20 años y nos invitaba, con bastante corrección, a retirarnos.
–A riesgo de ser asesinados...
–Claro (se ríe). Yo siempre estaba cubierta con las vestimentas tradicionales, desde la cabeza a los pies (el pelo es como sinónimo de sexo), y eso me permitía pasar bastante desapercibida entre la gente iraquí. Pero mi fotógrafo es francamente blanco, además de pelado y alto, lo más parecido a un soldado que se puede ver por esos barrios. Y nos reíamos porque al principio él decía sentirse inseguro por esta clase de fama que porto –que lo hacía pensar que sería la CIA quien dispararía contra mí–, pero después la que se sentía insegura era yo porque él es demasiado blanco.
–¿Por qué estaba interesada en entrevistar a Muqtada Al Sadr aun cuando todavía no era tan conocido como ahora?
–Porque era muy crítico de la ocupación y usaba argumentos que iban más allá de la lógica religiosa. Incluso tenía un periódico que comparaba a los norteamericanos con Saddam Hussein y decía que era una estrategia de los Estados Unidos mantener a los iraquíes ocupados en conseguir el pan de cada día para que no pudieran ver de qué se trataba la transición política. En cuanto llegué fui a su mezquita y lo vi rezando, entonces él predicaba a favor de la no violencia, de la resistencia pacífica. Pero cuando asesinaron a Yassin, el líder de Hamas, Muqtada dio una ceremonia en su mezquita en Najaf, condenó el asesinato y dijo que iba a ser la mano implacable de Hamas y Hezbollah en Irak. Hay que recordar que su padre y su abuelo, jeques los dos, fueron también asesinados, igual que sus dos hermanos mayores. Estoy segura de que su padre y sus hermanos, a manos de Saddam; es el único miembro vivo de la familia chiíta más tradicional de Irak.
–¿Como era ese personaje que vio rezando?
–Un hombre joven, de barba corta, con una mirada severa, cierto porte militar. El es, o era, famoso sobre todo por su padre, sus fotos están en todos lados como si fuera una estrella de rock. El espacio que ocupa en el imaginario es un cruce entre el ayatola Komeini y el Che Guevara, la forma en que posa en las fotos es más Che que otra cosa, tiene esa versión militar de una persona sagrada. Para que te des una idea de su popularidad te puedo decir que me traje un llavero con su figura.
–¿Fue después de esas declaraciones en la mezquita cuando Estados Unidos lo ubica claramente como enemigo a temer?
–Seguramente, entonces empezaron a pensar que había que eliminarlo. Aunque eso estaba en sus planes desde que empezaron a tomar conciencia de que tiene más consenso en la calle que cualquier otro iraquí a quienes ellos planean pasarle el poder en junio tal como está previsto. Y lo primero que hicieron fue bombardear su periódico, lo cual no es muy recomendable si lo que se intenta es abrir un proceso democrático. Pero después avanzaron y mataron a dos diputados; y durante las protestas en contra de esos asesinatos, mataron a tres seguidores. Fue entonces que él dijo claramente que había una línea sagrada en las puertas de la ciudad de Najaf y que si la cruzaban estaban abriendo las puertas del infierno... y eso es lo que está pasando ahora, empezó una especie de intifada en los barrios más pobres que son los que día a día se están bombardeando.
–¿Logró entrevistar a Muqtada Al Sadr?
–No, porque cuando logré la confianza necesaria estaba su mezquita cerrada con barricadas y no pudimos ni siquiera llegar a la puerta, pero sí entrevistamos a mucha de su gente de confianza.
–¿Cómo logró ese acercamiento?
–No es fácil, hay que buscar y llegar a la gente en que esa gente confía. Yo llevé traducidos algunos de mis escritos antes de viajar y eso ayudó un poco, aunque no puedo dimensionar cuánto. Supongo que la constancia de ir a los barrios donde llegan pocos periodistas también ayuda. Pero la hostilidad va generando un círculo vicioso del que es difícil salir. De todos modos logré visitar más de una vez su cuartel general en Sadr City, porque así como te rodean los jóvenes para invitarte a salir, también lo hacen cuando deciden que podés entrar y te protegen, pero claro, te impiden hablar con la gente de todos modos, lo cual no es exactamente conveniente para el trabajo periodístico. El último día que estuve en el cuartel general fue después de un ataque con misiles, los restos estaban ahí, no había dudas de lo que había pasado. Pero, además, dos tanques habían destrozado las paredes y los soldados habían tomado durante un breve tiempo ese lugar. Lo que vi con mucha impresión fue el piso plagado de hojas del Corán arrancadas y rasgadas a mano, las fotos del padre de Muqtada también rotas y dos copias del Corán, literalmente asesinadas, atravesadas por un tiro limpio de lado a lado. Alguien se había tomado el trabajo de hacerlo. Y me acordé de un escritor, soldado durante la guerra de Vietnam, que en sus memorias de la guerra hablaba de la total ignorancia con que había vivido ese período, “no sé nada de esta gente que resiste, no entiendo su lengua, no conozco su cultura, no sé por qué hacen lo que hacen”. Creo que eso es lo que está sucediendo en Irak.
¿Y la reconstrucción?
Cuenta Klein que la única vez que vio una grúa trabajando en territorio iraquí pidió a los gritos a quien conducía que detuviera el auto para tomar una foto. Era el primer signo de la reconstrucción que veía, sin embargo no había nada construyéndose, la grúa estaba colgando un inmenso cartel con un aviso publicitario de miel sobre un edificio completamente destruido. “Lo gracioso es que antes de viajar yo escribí ‘Irak es como un pote de miel, y está atrayendo muchas moscas’, por supuesto que lo que vi me sirvió para la crónica del día.
–¿No se pudo absorber el desempleo masivo de los primeros días con los trabajos para la reconstrucción del país?
–Hay otro círculo vicioso del que los Estados Unidos no pueden salir: se entregaron los contratos de manera tan angurrienta a sus propios amigos, en lugar de buscar empresas iraquíes que generaran trabajo para los iraquíes, que la población ve a la reconstrucción como una parte más de la ocupación en lugar de ser éste un proyecto nacional, por eso cualquier obra es también ahora un blanco de ataques, así que los contratistas tienen que construir fortalezas para protegerse de la gente que están ayudando, y el 30 por ciento de los recursos son para seguridad, amén de que todo el mundo se quiere ir después de los ataques a civiles.
–En cuanto a la vida cotidiana, ¿funcionan las escuelas, por ejemplo?
–Muy poco, muchos han sacado a sus chicos de las escuelas por cuestiones de seguridad, es lógico. Y las mujeres se han recluido en sus casas, a pesar de que éste es un país, o al menos la mitad del país, secular, no religioso. Pero si al principio se las podía ver en manifestaciones, ahora ya no salen nunca solas.
–¿Y usted tuvo dificultades por el hecho de ser mujer?
–Sólo el día en que vestí pantalones porque creía que era una marcha segura, fue después que bombardearan el periódico de Muqtada, y estaba equivocada. Pero en realidad, ser mujer es como un recordatorio constante de que la liberación de la que habla la resistencia no es para todos. Las mujeres no cuentan, aun cuando sus argumentos en contra de la ocupación sean absolutamente ciertos, sobre todo cuando plantean la ilegalidad delgobierno iraquí al que se supone que se pasará el poder en junio, cabe preguntarse cuán democrático sería un gobierno de Muqtada Al Sadr.
–¿Existen activistas de algún tipo todavía, como al principio existió ese grupo de escudos humanos?
–Podría decir que hay unos pocos activistas o mejor: hay un proyecto imperial, o colonial, que supone que para construir una sociedad civil hay que tener ONG, como parte de traer la democracia al país. Pero no es un movimiento real de activistas, sino que hay subsidios para formarlas que vienen de Estados Unidos y algunos los toman, pero están realmente desconectados de la gente; la resistencia secular a la ocupación está siendo atada por estas ONG que fueron creadas por Estados Unidos, porque pareciera que tuvieran en algún lado un libro que dice cómo construir un país y uno de los capítulos habla de las ONG.
–De eso se trataría la reconstrucción tan mentada...
–Lo que puedo contarte es que el último día que estuvimos en el cuartel general de Sadr City, cuando las bombas habían destruido buena parte del edificio, al llegar vimos a un grupo de unos 300 hombres trabajando a destajo, haciendo concreto, apilando ladrillos, todos moviéndose al ritmo de cantos que decían más o menos “no, no, América, no, no Saddam, sí, sí al Islam”. Habremos estado cincuenta minutos dentro, cuando salimos el frente estaba completamente levantado. Y mi fotógrafo dijo: “Así que ésta es la maldita reconstrucción”.