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Los chicos del festival
Por Soledad Vallejos
No sé a ustedes, pero a mí cuando empieza el otoño me da por buscar lugares calentitos y con sillones mullidos para apoltronarme aunque más no sea un par de horas, y si esos lugares tienen el aire acondicionado bien fuerte como para darme una peste que envidiaría hasta Margarita Gautier, pues tanto mejor. Debo ser una chica afortunada, porque cuando me viene en gana todo eso suele empezar el Bafici, así que siempre ando rondando el Festival en abril, que además de ser muy instructivo y llenarnos la cabeza con imágenes imposibles de percibir en otro momento del año (¿por qué las carteleras los demás meses son tan previsibles?), tiene esa cosilla de impregnar a los y las asistentes con el charme de una corrección política tan elegante que hasta sabe jugar a la incorrección. “La cuestión es pasearse y recorrer las salas indicadas en los horarios indicados”, me recuerda una amiga que no por cinéfila deja de ser apasionadamente snob, y eso quiere decir que es hora de hacer los deberes: lápiz, papel y calendario en mano, me metí de lleno a hojear el catálogo. No voy a engañaros. Después de seis ediciones, si algo aprendí sobre esta celebración festivalera de la independencia fílmica, la observación fina de las producciones a nivel mundial generalmente alejadas de lo mainstream, y la revalorización de la mirada política como criterio de programación, es que todo eso no tiene por qué ser equivalente a un respeto más o menos férreo por las minorías que no están de moda. Pero ya lo dice la nota de esta misma página: apenas el 10 por ciento de las películas programadas tuvieron a chicas como directoras. Ni una más, digamos, ni siquiera alguna como para completar una hipotética ley de cupo, ni nada. De Argentina, apenas dos son de chicas (Parapalos, de Ana Poliak, y A Sangre y fuego, de Alejandra Almirón). Como a mí me educaron bienpensante y procuro encontrar la armonía, supuse que sería, nomás, un error, que el asunto se les habría escapado a los señores programadores ocupados como estarían para seleccionar entre tanta cinematografía rara y asombrosa, que no sería, vamos, una cuestión de mala fe. ¿A quién no se le escapa un detalle cuando anda en algo grande? A cualquiera, claro. Vamos, que en todo no se puede estar en este mundo. Afortunadamente, se ve que lo entendió uno de los integrantes de la Fipresci local, que con un sentido del humor a prueba de abucheos se dignó encabezar un texto con la simpática frase “Ana Poliak cubre, este año, la cuota femenina en la competencia argentina” (gentileza del señor crítico Pablo Scholz, del gran diario argentino). ¿Misoginia no asumida? ¿Cómo se les ocurre?