ARTE
Reconstrucción de un amor
Un abecedario hecho de pequeños cuadros en serie, piezas que se encuentran en cajones olvidados, pero que resignifican la mano de la artista conforman el homenaje que Nora Iniesta quiso dedicarle a Francia, el país que la acogió en los ‘80 para perfeccionar su oficio de convertir en obra los objetos nimios.
Por Laura Isola
Un homenaje a Francia no podía ser de otro color que azul, blanco y rojo. Tampoco podía estar en otro lugar que en la Alliance Française, sobre todo por la relación tan potente y singular de esta nación con su lengua. Lo que no es tan seguro de prever es que la realizadora de esto sea Nora Iniesta, hasta por lo menos no ver su obra Bleu, Blanc, Rouge. Un hommage à la France. Porque en la galería de arte de la Alianza Francesa están colgados sus cuadros y cuadritos y si bien la “francesidad” está muchas veces representada desde varios ángulos: colores, palabras en francés, reminiscencias de su amorosa relación con esa tierra, su trabajo no es nada previsible. Es básico, eso sí. Pero en el sentido más interesante de la palabra y en su estrecha significación con lo que viene inmediatamente después de la nada. Ese paso posterior es la obra de Nora Iniesta: lo mínimo, lo esencial, lo indispensable que se necesita para empezar a pensar.
Retrato de una artista serial
La disposición de la obra en la sala blanca y profusamente iluminada a la que se accede por la escalera del hall central de la Alianza refuerza el carácter serial del trabajo. Pequeños cuadritos con marcos iguales que contienen palabras en francés que, a su vez, forman el abecedario se repiten en diminutos rectángulos con nombres de hombres y mujeres elegidos por azar o por gusto. Ambos se enfrentan con otros cuadros que contienen un pañuelo en el que se puede leer los días de la semana y que están al lado de unas encantadoras bolsitas, como las de las compras pero como si la usuaria fuera una liliputiense, que exhiben en letras deseos para que se cumplan.
Lo que se repite, además, es el bordado en cursiva, en colores, de banderas, de nombres, de esperanzas y de sueños. Todas las piezas están atravesadas por los hilos que enhebran las agujas y que las manos hábiles de las mujeres despliegan sobre las telas. De ahí que el tramado de las palabras tenga su doble significación: su sentido en términos del lenguaje y su vínculo con lo artesanal y lo doméstico. Para Iniesta esto nunca estuvo separado y su labor de artista presupone e implica un quehacer doméstico: “No puedo pensar mi arte disociado del espacio de la casa y de las tareas que en ella se realizan. Bordar, en este caso, está íntimamente ligado con la manualidad y con los materiales más fáciles de encontrar en una casa: un pedazo de tela, hilos y aguja”.
Estos soportes cotidianos, como las bellísimas servilletas de hilo también bordadas, los bastidores y los cortapastas en forma de corazón crean un ambiente íntimo, casi como si esta artista estuviera invitando a pasar a su cocina o se sentara a conversar en la sala de su casa, mientras por la ventana se espía el patio. En su trabajo las ideas se van bordandoy luego se arman de acuerdo con la teoría de los conjuntos: el abecedario, por un lado; las bolsas, por el otro. Los de fondo negro todos en un mismo cuadro y al lado, pero separados, los apellidos de artistas famosos como salpicados en una interminable servilleta formando un catálogo de gustos literarios, poéticos y cinematográficos.
Las palabras y las cosas
La alternancia del azul, el blanco y el rojo en distintas disposiciones adquiere la relevancia de los colores de la bandera francesa, pero sin desconocer la categoría de primarios de, al menos, dos de los tres. Los principios, como la famosa libertad, fraternidad e igualdad, bordados en primarios dejan un poco de sonar a pura Revolución Francesa y se vuelven un souvenir de un viajante.
Algo de eso hay y la clave es la palabra que ejemplifica la letra K en el abecedario mencionado: kitsch. Bastardeada por el uso y el abuso, el nombrete suena peyorativo. Pero si nos volvemos puristas y honestos, algo en su definición es muy explicativo de lo que aquí sucede. Alejado del esteticismo snobista del camp, el kitsch recupera aquello que nunca tuvo valor estético y lo vuelve arte. Es un modo de relacionarse con los objetos y si para Susan Sontag, la definidora en cuestión, el camp sugiere un gesto ingenuo, su pareja semántica, el kitsch nada tendría de inocente. En cuanto a la obra de Iniesta la pulcritud y el cuidado de la realización no están en contacto con el mal gusto que sí establece correspondencia con el kitsch. Es posible ver el coqueteo entre ambos y tal como opuestos que se repelen, al tiempo que se atraen.
Corazón, corazón
Hay en el fondo del salón tres corazones colgados que portan el estandarte de la France. Son tan mullidos y parecen tan cómodos que da lástima que estén en la pared. Iniesta los deja para el final porque son el principio de otra cosa: “No puedo estar sin pensar y sin trabajar. Estos corazones son el motivo de mi próxima búsqueda. No sólo en la forma sino en una labor textil. Para esta muestra trabajé durante un año y como siempre pienso que me voy a quedar corta con la cantidad de obra, realizo mucho más de lo que los espacios permiten que cuelgue”.
Ese “desborde” y ese “exceso” fue sabiamente contenido por Rodrigo Alonso, el curador de esta muestra. Al mismo tiempo, los corazones hablan de un cariño particular de esta artista por Francia. Allí vivió largos años becada por el gobierno francés en los ochenta y este homenaje tiene algo de ese tiempo. Si el espíritu de la muestra es una declaración de amor a esa tierra y una entrega de arte a cambio de lo recibido, quien la visite también se lleva algo: dos cuadros cierran el recorrido y se despiden con un souvenir d’artiste, lo que es decir, un regalo y un recuerdo amable de quien hasta ahora parecía haberlo dado todo. Por su parte, el espacio que la recibe, la Alianza Francesa, puede sentirse satisfecho porque es una muestra bien pensada para ese ámbito que combina a la perfección con las erres imprecisas y cierto aire de sofisticación que exhala esa lengua.
Guiada por una refinada amalgama de colores y un delicado sentido del humor, esta artista trabaja desde la carencia: “Me produce una profunda contrariedad salir a comprar cosas para tener que hacer mis obras. Me gusta usar lo que tengo, lo que está en los cajones o guardado”. Hace un año que Iniesta está sacando de la baulera, revisando placards, desarmando, descosiendo, bordando y recordando. El resultado está a la vista de todos: las ideas tomaron forma de letras y las letras están tramadas en un juego de opuestos, encarceladas en bastidores, contrastando con su oponente semántico y dejándose leer entre telas y colores. Y cuandoel bordado no las surca, igual están allí como en este corazón transparente que pide que no lo olviden. Después de verlo, quién sería capaz de semejante cosa.
La muestra permanecerá abierta hasta el 30 de abril en la Galería de Arte de Alianza Francesa de Buenos Aires, Córdoba 946.