Viernes, 25 de febrero de 2005 | Hoy
MúSICA
Tiene 70 años, una infancia de pobreza y una vida turbulenta –con marido infiel y alcohólico incluido– sobre las espaldas, y acaba de sacar un disco en el que demuestra cómo hacer más y mejor de lo mismo: letras autobiográficas, retratos de mujeres trabajadoras en luchas cotidianas, sonidos frescos y la voz de una quinceañera. Con ustedes, Loretta Lynn, la dama que confiesa: “ya nada me asusta demasiado”.
Por Mariana Enriquez
El año pasado, la mayor parte de la crítica musical del mundo se rindió ante un disco inesperado, hermoso y crudo, que se llama Van Lear Rose. Es el que se alzó con el Grammy al mejor disco de música country en la última entrega de premios –un galardón totalmente previsible– y el regreso de un ícono norteamericano, Loretta Lynn, la superestrella nacida en Kentucky que acaba de cumplir setenta años. Nadie esperaba que la dama del country volviera al ruedo con tanta vitalidad y relevancia; se la había bañado en bronce y su trabajo –aunque influencia crucial para gran parte de los músicos contemporáneos– era reverenciado más que escuchado. Pero Loretta sí confiaba en su capacidad de reinvención, y cuando el joven Jack White (de The White Stripes) le ofreció producir su nuevo disco, no lo dudó. “A muchos les pareció –sobre todo a los fundamentalistas del country– que se nos iba a hacer difícil trabajar juntos. Pero nunca lo vi así. Jack tiene la misma mentalidad que yo cuando empecé. Le gustaba mi voz, quería grabar conmigo. Le dije que sí inmediatamente. Sólo pensé: ‘si no funciona, bueno, grabo el disco de vuelta. Trabajamos muy rápido, algo que ya no se hace en el country. Grabábamos una toma, y eso era todo. Y funcionó. Sabía que Jack era un cantante de rock, pero eso nunca me puso nerviosa. Ya nada me asusta demasiado”.
Van Lear Rose se destaca en la industria del country actual, que lanza discos cada vez más pulidos. Su buscada desprolijidad y la voz inmaculada de Loretta –que suena como una quinceañera– tienen una frescura y honestidad únicas. Sin embargo, el disco fue ignorado por las radios country norteamericanas, y no obtuvo ni un solo galardón en las ceremonias de premios del género. “Poco me importó”, dice Loretta. “Conozco Nashville, la meca del country, y por eso vivo a cien kilómetros de allí.
Siempre dicen que están buscando algo ‘real’, pero cuando aparece no tienen la inteligencia de verlo. Creo que la gente está hambrienta de una canción que puedan cantar. Pero la música country está en crisis por su conformidad. Salvo excepciones, todos suenan iguales. Se toman años para hacer un disco que finalmente queda tan pulido y sobreproducido que pierde brillo. Deberían armar bandas de cuatro integrantes y grabar en dos días. Eso hice, y me fue bien”.
Loretta Lynn siempre escribió canciones semiautobiográficas junto a otras que funcionan como retratos de mujeres de la clase trabajadora, o de mujeres white trash, su público histórico. Por primera vez en cuatro décadas de carrera es autora de todos los temas de un disco propio, y las letras se mueven en estos territorios conocidos. “Van Lear Rose”, el glorioso tema que abre el disco, es una crónica de recuerdos de la infancia de Loretta, que creció en un pobrísimo pueblo minero de Kentucky.En “This Old House” canta sobre los dolores y alegrías cotidianas en el hogar, en “Story of my Life” resume la historia de su vida y en “Miss Being Mrs.” recuerda a su esposo, muerto hace diez años. Por otro lado, “Family Tree” presenta a una mujer que se enfrenta a la amante de su marido, y reclama dinero para sus hijos: “Traje a mis chiquitos porque quería que ellos vieran/ A la mujer que está incendiando nuestro árbol familiar/ No, no vine a pelear/ Si él fuera un hombre mejor, quizá lo haría/ Le traje a su perro/ Y las cuentas que debemos pagar/ Nosotros también necesitamos dinero”. En “Women’s Prison” habla como una mujer condenada a muerte: “Estoy en una cárcel de mujeres/ Con barrotes todo alrededor/ Encontré a mi amado engañándome/ Y le disparé/ Lo encontré en un bar con una chica que yo conocía/ El juez dice que soy culpable/ Mi sentencia es morir/ La multitud afuera está gritando/ ¡Que la asesina muera!/ Pero sobre todas las voces escucho a mi madre llorar/ Estoy sentada aquí en el pasillo de la muerte/ Y he perdido la cabeza/ Por amor maté/ Y por amor perderé la vida”. Con mucho más humor, en “Mrs. Leroy Brown” encarna a una mujer “harta de criar chicos” que decide salir una noche de ronda en limusina: “Hey, Leroy Brown, ¿Te gusta mi limousina rosa?/ Saqué todo mi dinero del banco hoy/ Querido, no te queda más”. Nuevamente, Loretta Lynn consiguió un trabajo que es celebrado artísticamente, exitoso y de importancia cultural. A los 70 años sigue siendo desprejuiciada, graciosa y, sobre todo, valiente.
“La hija del minero” se llamó uno de los primeros hits de Loretta, y desde entonces es su alias –y el título de un disco, una autobiografía y la película basada en su historia que Michael Apted dirigió en 1980 (y que le valió un Oscar a Sissy Spacek). Loretta nació en Butcher Holler, Kentucky, la segunda de ocho hermanos en una familia pobrísima. Su padre trabajaba por la noche en la mina Van Lear, y de día en el campo. La infancia de Loretta se interrumpió a los 13 años, cuando se casó con Oliver Lynn (más conocido como “Doolittle” o “Doo”), un joven de 21. Oliver consiguió trabajo en Washington en 1951, y allí se mudó Loretta, para entonces madre de cuatro hijos. Ella era una de esas mujeres acerca de las que algún día iba a escribir. Aprendió a tocar la guitarra en casa, y su esposo hizo de manager. “Esos años fueron muy duros. Pensaba que la había pasado mal antes de casarme, pero no supe lo que era la verdadera pobreza hasta que me faltó comida para mis hijos. Llegué a hacer sopa con flores. No voy a olvidarlo nunca”. Doo le consiguió su primer contrato con Zero Records, y más tarde la pareja se mudó a Nashville para que Loretta empezara su carrera. En los primeros años, Loretta grababa canciones de otros autores, escritas para ella con un fuerte punto de vista femenino, pero todavía enmarcadas en un juego de seducción. Cuando en 1966 consiguió su primer éxito con una canción propia, “Dear Uncle Sam” –una de las primeras grabaciones acerca de la guerra de Vietnam– Loretta armó un personaje sin precedentes para la música country (y todavía muy raro en la música pop en general): mujer narradora, sin miedos, bien plantada, que elaboraba a partir de su propia experiencia como esposa y madre. “Don’t Come Home A’Drinkin’ (with Lovin’ on Your Mind)”, un número uno de 1967 hablaba de un esposo borracho que llegaba tarde y obligaba a su esposa a tener sexo (en la canción, la mujer se le enfrentaba). Mucho más directo fue el tema “Fist City”, una advertencia a su marido: “Mejor que te corras de mi camino si no querés terminar en la Ciudad del Puño”. Y siguió adelante, tocando varios aspectos de la vida femenina: en “I Wanna Be Free”, hablaba de las bondades del divorcio (“Voy a arrancarme esta cadena del dedo y tirarla lo más lejos que pueda”), en “I Know How,” celebraba sus habilidades sexuales, en “When the Tingle Becomes a Chill,” reconocía –yse quejaba– de la pérdida de deseo que acompaña a un matrimonio largo, y con “The Pill” llegó a su punto más alto: la canción sigue prohibida en algunos estados ultraconservadores hasta el día de hoy y habla de la liberación que supuso la píldora anticonceptiva.
Pero lo que resultaba más apasionante para sus fans era la forma brutalmente honesta en que Loretta exponía su vida en canciones. “Lo que no podía gritarle a Doo”, dice ella, “lo escribía”. Doo estaba lejos de ser un marido modelo: alcohólico, abandonó a Loretta cuando ella estaba embarazada de su primer hijo, y la engañó con su cuñada. “Tuve una vida solitaria. A veces sentía que era mejor estar de gira que en casa, porque él bebía demasiado. Trabajaba doscientos días por año. Y no podía hacer otra cosa. Habíamos comprado una casa enorme, y Doo cada año adquiría más terreno y deudas. ¿Quién iba a pagarlas si yo no trabajaba?”. Dice que se quedó con él porque lo quería, a pesar de todo, pero que haría las cosas de otra manera si tuviera la oportunidad: “Ojalá hubiera podido predecir el camino de vida. No lo haría otra vez. Fue demasiado duro”. Doo murió en 1996, y Loretta lo acompañó; pasó un año de duelo, sin salir de su casa. Por fin, volvió a la ruta y a grabar. Pero hasta su encuentro con Jack White –que, de chico, vio la película La hija del minero y desde entonces se hizo devoto de Loretta– no había conseguido revitalizar su sonido. Van Lear Rose no suena profesional: con músicos jóvenes criados en el rocanrol, nativos de Detroit, podría ser el primer disco de Loretta, sencillo y honesto, con una atmósfera country, pero sin miedo a hacer ruido. Pero no es, claro, el trabajo de una principiante. El último tema, “Story of my life”, revela un largo camino: “Nos compramos una mansión en la colina/ Vivíamos a lo grande/ Estilo Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó/ Pero quedé embarazada otra vez/ Entonces vino un pez gordo de Hollywood/ Pensaba que una película sobre mi vida sería buena/ Fue un éxito, hizo ruido/ Pero todavía me pregunto adónde se fue el dinero”. Y hace falta mucha experiencia y atrevimiento para demostrarle a una nueva generación que hasta los íconos pueden reiventarse.
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