MONDO FISHON
Descalzas en la alfombra
Este fin de semana, tal vez las puertas a la otra dimensión se abran. Como cada año cuando en el horizonte despunta marzo, volveremos a tener la oportunidad de disfrutar de otra de esas veladas deliciosas en las que por el living de casa se desparrama la purpurina, atrona el tintineo de las joyas –más que auténticas– que las terrenales plebeyas vemos una vez cada tanto (y de refilón) en esas revistas-catálogo de lujo, que últimamente brillan por su ausencia en nuestros kioskos de diarios, oiremos la burbujeante voz del éxito hablarnos como quien acaricia a un cachorro desvalido y podremos asomarnos al vértigo de esa entrada (a veces triunfal, a veces más bien tristona, generalmente tilinga) que hacen ellas y ellos por el largo camino de alfombra roja. La entrega de los Oscar, de nuevo (y, con ellos, de una transmisión local a la que aprendimos a tener miedo, o penita, según el caso), nos esperará con las luces de la previa y el durante de otra nochecita de glamour made in Hollywood, con sus vestidos que sentarán tendencia (?), sus maquillajes dignos de las divas que las portan y la invalorable información acerca de qué diseñadores fueron los elegidos por quiénes. Una larga noche para las y los que hemos hecho apuestas sobre l@s ganador@s (hay quienes nunca aprendemos que mejor es no verlo, pero es que, si no, qué cosa criticar en el desayuno del lunes?), es cierto, pero, bien mirado, peor ha de ser para esas pobres chicas que van a ser acosadas por miradas, cámaras, flashes mientras ruegan a la diosa que no se les descosa el hilván del vestidito, que nadie note cuánto les cuesta avanzar sobre esos tacazos, o que nadie las compare con las glorias pasadas de las épocas doradas. Desde aquí, nuestros dedos cruzados para Hilary Swank y el amado, incomparable, majestuoso Clint Eastwood. Nosotras preferimos seguir el asunto con las patas en la alfombra y un vasito de buen vino en la mano.