Viernes, 10 de junio de 2005 | Hoy
Saleha, una mujer de 40 años, que trabaja en Heed Handicrafts, un taller de comercio justo de hilado de Bangladesh, en el que le pagan un sueldo digno, se lo pagan regularmente todos los meses, trabaja ocho horas y si hace horas extra, se las pagan como extras, representa una historia que debería ser normal. Sin embargo, ella es, en realidad, un emblema de las maravillas del comercio justo o, en otras palabras, del cumplimiento de los derechos laborales. En Europa el comercio justo crece cada vez más. En España vive su hora de gloria con el aval para el café CJ en el Palacio de Gobierno, por orden de José Luis Zapatero. Y cada vez más famosos, como Antonio Banderas y Bono (de U2), Pedro Guerra y Moby adhieren a distintas campañas para promover el consumo responsable.
“Desde sus inicios a finales de los años ‘60, el comercio justo ha ido creciendo de forma sostenida, principalmente en Europa. En España, que entró tarde en el movimiento, el crecimiento ha sido considerable gracias a que se puede comprar por Internet y que hay más tiendas accesibles. En estos momentos Intermón Oxfam está vendiendo productos de comercio justo en grandes superficies y supermercados como Carrefour, Eroski, Alcampo, Bonpreu, Caprabo, Condis, Consum y Mercat”, cuenta Lourdes Vergés de la ONG Interpón Oxfam. En medio de esta movida, la Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú presentó esta semana, en Italia, un proyecto de Comercio Justo de Productores Cafeteros Mayas que de cobrar 0,25 centavos de dólar, pasarían a cobrar 3 dólares. La góndola de productos justos no cambiará al mundo pero, al menos, es un atajo para erradicar la explotación.
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