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Viernes, 16 de septiembre de 2005

VILLANAS

Sólo una chica (perseverante)

El próximo domingo, Angela Merkel podría convertirse en la primera mujer en llegar a la Cancillería de Alemania. Doctora en Física, conservadora hasta la médula, divorciada y vuelta a casar, sin hijos, se niega a besar bebés para las fotos de campaña pero también a adoptar cabalmente el modelo de política masculinizada. Una mala, sí, pero con cosas simpáticas.

 Por Soledad Vallejos


No es hermética, pero tampoco derrocha simpatía. Guarda su vida privada para ella pero no tanto con el celo de un personaje de la farándula (ese mundo que remodeló los modos de la comunicación política) como con la naturalidad de quien realmente prefiere no aprovecharla para posicionarse (aunque podría). Se niega, rotunda y terminantemente, a ceder todo lo que sus asesores de imagen desearían que hiciera: apenas accedió a un par de nimiedades, y con un desgano notable; al pasar, lo dijo. De lo que nadie ha logrado convencerla (ni parece haber perspectivas de que suceda) es de plegarse a los gestos tradicionales de una campaña: besar bebés, hacer chistes, ser más simpática que de costumbre y tejer efímeras alianzas estratégicas para cazar un par de votos extra. En el políticamente correcto y avanzado Primer Mundo, se dice de ella: “Nunca fue la mujer sin ambiciones que su discreto aspecto parecía indicar” (¿qué habrá querido decir la Deutsche Welle con eso?). En una de ésas, la señora que parecía poco peligrosa y que finalmente se (de)mostró ambiciosa y hábil, este fin de semana suma otro título a su colección de es-la-primera-vez-que, en la que viene especializándose hace años: fue la primera mujer en encabezar el bloque de su partido en el Parlamento; la primera mujer presidenta de la Unión Cristiano-Demócrata; es la primera mujer candidata a la Cancillería de Alemania. Si gana, cosa que es más que probable, además será la más joven en llegar al cargo: tiene 51 (pisó convencida el terreno político recién hace 15 años). No es que eso a Angela Merkel le importe demasiado, pero no se puede negar que aporta (por si hacía falta) más charme de la excepción a su figura.

En su Alemania local, no cuenta con las simpatías de una prensa que se ha esmerado en construirla de acuerdo con un modelo, cómo decirlo, recurrente y obvio cuando de chicas políticas de derecha (conservadora, en su caso) se trata: Margaret Thatcher. Será por el partido, por las propuestas económicas que sostiene (clásicos de la derecha: bajaremos los impuestos, es precisa la reactivación, hay que saber administrar, lo que importa es la gestión), quizá por arengas salidas del túnel del tiempo en su sección más peligrosa. Dijo Merkel ante votantes de un país que ha visto trepar estrepitosamente la tasa de desempleo en los últimos diez años, y que tiembla de sólo pensar ante el debate inevitable (qué hacer con el Estado de Bienestar): Gran Bretaña ha superado a Alemania en crecimiento económico; eso es poco digno. Agregó: “Podemos hacerlo mejor que esto. Alemania puede ser la número uno. Pero si no hacemos nada, las cosas se van a poner cada vez peor”. Por si no queda claro, también se despacha con cosas como “no busco el conflicto, pero no voy a esquivarlo si es necesario para crear un nuevo principio para Alemania”, mientras va mezclando palabritas como “servir” (a su país), y conceptos como la necesidad de “trabajar duro”. Y cuando dice eso, cómo no ver en ella a una villana hecha y derecha. Claro que no es tan fácil: aunque cueste decirlo, Angela Merkel también es un personaje que puede despertar simpatías.

Motivos para quererla: se ha dicho, no besa a los bebés durante los actos de la campaña. No sólo eso: casada en segundas nupcias a los 44 años (con un investigador químico de cierto renombre, Joachin Sauer), pergeñó una de las maneras más originales para comunicarlo a la familia. Contó su madre, la señora Kasner, que cierto día la nena estaba con ella en la cocina de su casa. En un momento, volteó para buscar algo y con el mismo tono de quien comenta lo loco que está el clima dijo: “Ah, por cierto, me casé ayer”. Dicen sus vecinos que no se la ve mucho, pero que por lo poco que pueden pispiar es su marido el que se dedica a las labores domésticas como cortar el pasto. El caso es que, como se habla poco de la época en que fue investigada por sospechosa de comunismo extremo (acababa de divorciarse, apostaron espías cerca de su casa, de sus lugares habituales; todo lo que obtuvieron: la señora era muy popular con los muchachos, renovaba amantes con particular facilidad, le gustaban los jeans y el rock occidental), se buscan corrillos sobre su vida. Se comenta, por ejemplo, que qué poco se la ve paseando con su marido, que qué impresión de llevar vidas separadas dan y eso que desde hace años mantienen una tradición: ir juntos a las veladas del festival anual de Bayreuth, para despuntar el vicio por Wagner. A ella le importa poco y nada despertar tanta intriga, y parece que es de lo más común verla tomando tragos con amigas políticas por bares elegantes de Berlín, mientras su marido se recluye en su laboratorio. Cada vez que la prensa va a importunarlo con preguntas, él replica que lo dejen tranquilo.

Los que la conocieron en sus épocas de estudiante apelan a estereotipos: ella era un “ratón de biblioteca”, no tenía demasiados amigos, no era demasiado simpática. Y sin embargo nada dicen de lo que significó para ella, hija de pastor protestante del este de Alemania, haber llegado a la universidad a pesar de todos los pronósticos (malos) y haberse doctorado, luego, en Física. Es la excepción, Merkel (mujer, originaria de una zona con poco charme para su partido, protestante: todos defectos para un partido lleno de varones católicos y conservadores), y sin embargo no esgrime eso como arma en un mundo misógino al que, para colmo de males, llegó apadrinada por Helmut Kohl (la condescendencia popular la bautizó “la niña”, aunque fuera ministra de Familia y Juventud, y posteriormente de Medio Ambiente), el mismo del que se despegó rápidamente cuando lo envolvió un escándalo por desvío de fondos y manejos poco claros. Con eso terminó de hundir a su padrino político, es cierto, pero también salvó a su partido y, ante todo, le dio (por si hacía falta) más empuje a su propia carrera política.

Vera Lengsfeld, una integrante del CDU que supo integrar antes el Partido Verde, ve en Merkel la punta de lanza de una pequeña revolución basada en el género: “Es un avance para las mujeres. Es una persona muy competente, tiene cualidades de liderazgo y esperamos que sea una buena líder”. Un estudio reciente afirma que el 78 por ciento de la población alemana cree que, más allá de las inclinaciones partidarias de Merkel, su triunfo en las elecciones sería “un progreso histórico significativo”, habida cuenta de que las mujeres “no están menos calificadas que los hombres para gobernar”.

Musicalizó su campaña con Angie, el tema de los Stones, como leitmotiv. Aggiornó levemente su corte de pelo y se dejó hacer claritos, pero en cuanto pudo dijo: “Si todo el mundo tuviera que preocuparse por cómo se ve, sus vidas serían menos afortunadas”. Hace poco, un periodista le preguntó: “¿Es usted una mujer dura?”. Ella lo pensó, y contestó: “Digamos que soy perseverante”.

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