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Viernes, 16 de septiembre de 2005

INUTILíSIMO › INUTILISIMO

Volvamos al sombrero

Desafortunadamente, la vida moderna va dejando de lado detalles estéticos cuya ausencia se hace sentir entre las personas chic, según puntualiza Antonio de Armenteras en la Enciclopedia de Educación y Mundología (De Gasso Hermanos Editores, Madrid, 1959). Por ejemplo: “La mujer ha reducido al mínimo las ocasiones en que adorna su cabeza con un sombrero. Se puede comprender que hayan desaparecido aquellos tocados que lucían nuestras elegantes de la Belle Epoque, que eran demasiado grandes y debían de resultar pesados porque en ellos se exhibían maravillosas variedades de la fauna y la flora”. Por cierto, el hundimiento de aquellas obras de alta ingeniería dio paso a sombreros de dimensiones más reducidas y con menos ornamentación. “Sin embargo, en la actualidad, son raras las ocasiones en que las damas se deciden a portar un bonito sombrero”, se lamenta el citado autor.

De Armenteras recuerda nostalgioso que en Madrid y en las principales capitales de provincia, si una mujer salía por la mañana, se tocaba con mantilla, y por las tardes no ponía el pie en la acera “sin rematar su toilette con un sombrero más o menos gracioso”. Pero, hélàs, sombrero y mantilla fueron quedando arrinconados por culpa de la desprolijidad de la vida actual, salvo en casos muy específicos, en ocasiones muy especiales, como las bodas y el hipódromo.

Desde luego, se reconoce en esta Enciclopedia..., “en la decadencia del sombrero ha incidido la prohibición de usarlo en salas de espectáculos, y también el elevado coste que ha adquirido esa pieza del vestuario”. Razones que, unidas a otras de orden puramente práctico, han sido, hay que reconocerlo, “las determinantes de que por las calles, en salones de té, salas de fiesta, cines y teatros, se puedan admirar íntegramente los peinados que enmarcan los rostros femeninos”.

Sin embargo, Antonio de Armenteras no ceja en su entusiasta promoción de este adminículo: “Se ha de insistir: el sombrero completa el atuendo de la mujer. Responde a una necesidad estética, da relieve a la figura, es el último toque. El sinsombrerismo, pues, debe ser abolido. Mujeres y también hombres hemos de volver a cubrir nuestras cabezas, para contribuir así a la recuperación del señorío que daba a nuestras calles este sello de elegancia que tanta admiración causaba. Por bien trajeado que se vaya por calles y paseos, con la cabeza descubierta no se puede sentar patente de elegante”. Razón más que suficiente para que desde este rinconcito animemos a las lectoras que quieran conquistar esa patente a revisar la parte alta de los placards, las cajas de la baulera, en pos de alguno de aquellos sombreritos que remataban el atuendo de nuestras antecesoras. Si es con tul sobre el rostro, mejor que mejor. También pueden requisar antiguas mercerías de barrio. Todo sea por abolir el sinsombrerismo.

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