Viernes, 25 de julio de 2008 | Hoy
Llegan las vacaciones de invierno y casi todo el mundo adulto con niños y niñas a cargo empieza a mirar ansiosamente la cartelera teatral infantil para ver a dónde llevar a la gente menuda. Ese público inocente y dispuesto, a menudo influido por la publicidad televisiva, se merece que padres y madres elijan responsablemente la mejor calidad en todos los rubros. Héctor Presa, Magadalena Fleitas, Violeta Naón, Adela Basch y Liliana Bodoc opinan sobre la temática.
Por Moira Soto
Cada vez más, las vacaciones invernales se han vuelto un pingüe negocio en lo que se refiere a oferta de teatro para chicos y chicas. Los escenarios parecen dividirse, aunque los límites no son tan claros y netos, entre shows grandes, medianos y pequeños de pura y dura explotación, y en otro tipo de espectáculos hechos por artistas especializados que garantizan algo más que un mínimo de calidad, entretenimiento, diversión y emoción. Entre estos últimos, felizmente, se multiplican las oportunidades de llevar a hijos e hijas, sobrinas y sobrinos, nietos y nietas, ahijados y ahijadas a ver una llamativa diversidad de obras. Ya se estrenaron piezas tan recomendables como Reinas Magas y el imán de los cuentos (Lorange), surgida de una serie local televisiva de sorprendente buen nivel con tres heroínas inteligentes, graciosas y aventureras; Revuelta de tuerca (Teatro de la Comedia), la nueva propuesta del grupo Caracachumba; María Elena (San Martín), un sentido homenaje a la gran creadora de inmortales canciones y cuentos para chicos; Salpicón de risas (Chacarerean), antología de Magdalena Fleitas y su poderosa banda; La merienda (La Vaca Profana), otra invención encantadora de Claudio Hochman, con la excelente Clorinda Gatti; y mientras sigue en cartel el ameno concierto La vuelta al mundo en un violín (Teatro de la Comedia), se anuncian los estrenos de Cyrano de Bergerac, por el Grupo de Titiriteros del San Martín, con dramaturgia y dirección de Tito Lorefice; Pura maravilla (Malba), del grupo uruguayo Cuentacuentos y, haciéndole frente a la previsible Princesa Cenicienta protagonizada por Luisana Lopilato, se ofrece la ópera humorística de Marta Lambertini ¡Cenicientaaa! (en el Teatro del Globo, presentada por el Centro de Experimentación del Teatro Colón), interpretada por la notable soprano Graciela Oddone.
Hace exactamente 30 años que Héctor Presa –actor, director y dramaturgo– fundó la compañía de teatro La Galera Encantada, en sociedad con la pedagoga Dora Sterman, con la idea de investigar y desarrollar espectáculos teatrales para niños/as y jóvenes. “Me gustaba mucho esa zona escénica y me parecía bueno buscar una especialización”, dice Presa. “Se estaban produciendo algunos cambios en ese momento con respecto al teatro tradicional; yo había visto La vuelta a la manzana de Hugo Midón, me parecía que por ahí había un camino distinto. Opté por trabajar en grupo, me reuní con un grupo de colegas que pensaban de manera semejante y empezamos a armar un circuito que tendía al juego dentro del teatro. Hacia allí rumbeó La Galera, cuidando una estética que surgió de la necesidad: éramos un grupo sin recursos, pero supimos rodearnos de gente especializada en música, plástica, con la intención de tener proyección a futuro. No era un trabajo circunstancial: nos íbamos a dedicar a investigar e invertir mucho tiempo en el proyecto.”
Héctor Presa cree que hay que entender que el espectador infantil no tiene el mismo mecanismo decodificador que el adulto: “El niño, la niña compra lo que ve, sucede de verdad, a la salida no llama a la actriz por su nombre sino por el del personaje. Al chico, todo lo que ve, oye, siente, lo afecta en su proceso de crecimiento, es una personita en formación. Todavía sucede, pero recuerdo que cuando comencé, era frecuente que el teatro para niños se basara en una mentirosa participación, donde eran tratados como tontos. Pero por suerte, también había gente valiosa como Pro Música de Rosario, Judith Ashkoshki, María Teresa Corral... Entonces, el pibe compra de verdad, y lo que no quieren entender los que hacen cosas inapropiadas, cuando no espantosas, es que producen un daño que deja una huella. El chico tiene que tener la oportunidad de imaginar, de pensar, de abrir juego, de reflejarse, porque el público infantil busca permanentemente la ocasión de identificarse. Por eso es tan grande la responsabilidad que tenemos los adultos en cuanto a la propuesta, el lenguaje, los recursos estéticos, el criterio de exigencia. Si hubiera una real conciencia de esta responsabilidad, quiero creer que muchos de los que se largan a improvisar teatro para niños no lo harían... Aunque el nuestro es un lugar que muchos usan como pista de lanzamiento: bueno, hagamos una obrita infantil, total es fácil y rinde dividendos. En este tipo de espectáculos, suponen que no hace falta prepararse y es así como se han hecho cosas horribles con total impunidad. Si algo he aprendido con el transcurso de los años es que si se quiere hacer las cosas cada vez mejor, hay que estudiar, tener autocrítica, una actitud muy profesional. Porque esto no es ningún hobby. La Galera funciona como un lugar de trabajo, tengo a 35 actores en actividad, hay un elenco de gira por el interior, un elenco en el San Martín con María Elena, varios elencos haciendo distintas obras en La Galera. El compromiso es cada vez mayor para mí. Una de las cosas que más cuestan en los castings es encontrar actores y actrices que jueguen de verdad: pueden estar especializados en canto, en baile, pero el espíritu lúdico conjugado con buen sentido del humor es bastante raro.”
El premiado creador de El Hado Pistacho y Pido Gancho (actualmente en cartel) opina que si el espectáculo cumple con los requisitos de calidad, “puede ser visto por gente de cualquier edad, incluidos por cierto los adultos: en La Galera siempre busqué que padres y madres disfruten tanto como sus hijos. Por otra parte, creo que para los chicos no hay temas tabú, no existen cosas sobre las que no se puede hablar. Desde luego que en mis obras se refleja la flexibilización de los tradicionales roles femenino y masculino, no establezco diferencias en cuanto a creatividad, valor, inteligencia”. Frente al reciente estreno de María Elena, en la Sala Casacuberta del San Martín, Héctor Presa se siente orgulloso de su elección: “Una genia, una heroína de la literatura con un ideario muy claro y coherente. Esto ya lo sabía, por supuesto, pero al investigar más profundamente su obra se encuentra con una verdadera perla. Una adelantada en el tema del feminismo, de la igualdad, la tolerancia, la ecología, todo esto traducido en una conducta de vida, y poéticamente en sus canciones, sus libros. La verdad es que al cumplir los 30 La Galera tiró dos proyectos, uno en el Cervantes y otro en el San Martín, y bueno, funcionaron los dos. Mi idea era que un grupo de chicas y chicos se lanzaba a averiguar de dónde había sacado María Elena Walsh tantas ideas: entonces, se presentan en su casa y son descubiertos por la autora. No busqué la imitación, sino que apareciese en escena un personaje que le hiciera creer al público que era muy capaz de escribir ‘La reina batata’. Es decir, se trata de una evocación que debía resultar creíble, convincente. Mi meta era rescatar el espíritu de esa poeta maravillosa que hizo ‘El twist del Mono Liso’. Y creo que lo hemos logrado. Pasa algo sorprendente con la obra de María Elena: desde que empecé a laburar, le vengo preguntando a todo el mundo ¿sabés cuántas canciones escribió María Elena? La respuesta es: 50, 80, 100... Pues no, para chicos creó 22. Y esas 22 hicieron tanta historia que parecen muchas más. Con esa cantidad selló generaciones. El día del estreno fue muy conmovedor, a los tres minutos de haber comenzado el espectáculo y sin haberlo provocado premeditadamente, la gente se largó a cantar, todos tenían esas canciones adentro... María Elena Walsh es alguien que nos enseñó a caminar en libertad, que la locura es posible, que está bárbaro delirarse, imaginar un mundo del revés, que un delfín puede tocar un violín, y que una vaca no por ser diferente tiene que privarse de estudiar... Yo muy respetuosamente traté de avanzar sobre estas ideas juguetonas y me emocionó mucho la reacción del público adulto, los ojos humedecidos, gente que me decía que hacía mucho que estaban esperando un espectáculo así. Le tengo fe a esta obra hecha con tanta mística, se armó un equipo estupendo de colaboradores, pude llevar La Galera al San Martín. Me quedaría a vivir ahí, si no fuera porque tengo mi propio boliche en la calle Humboldt.”
Magdalena Fleitas viene llenando de risas musicales escenarios y discos desde 2004, pero antes, entre 1996 y 1999, grabó cuatro CD que circularon sobre todo en escuelas rurales, con temas inspirados en ritmos de los pueblos originarios. A ella lo de la música le viene de familia, en su casa todos cantaban, de modo que le resultó natural seguir por ese pentagrama y le dio por la investigación, la experimentación: “A partir de viajes que hice por el interior y por Latinoamérica, empecé a descubrir y a distinguir los ritmos folklóricos de cada pueblo y junté dos pasiones: cantar y cultivar esta música para mí tan inspiradora. Estudié musicoterapia, trabajé en escuelas, me empecé a acercar a los chicos haciendo un camino marcado por ritmos latinoamericanos. Creo que escribir bien para los niños, hacer buena música, buenos cuentos es un arte muy profundo. Hacerlo con mucha exigencia no es tarea fácil. Para empezar, canto las canciones que me gustan de verdad, jamás podría hacer los temas del cocodrilito o del patito. Creo que es importante que lo que se les comunica a los chicos sea coherente con lo que una es, por eso nuestro show es de una alegría tan contagiosa: ellos nos ven cantando, bailando, haciendo música con gran placer, no haciendo una animación de fiestita infantil. La mayoría de las canciones, letra y música, las hago yo; otras, los músicos de la banda. También tenemos los temas del cancionero folklórico latinoamericano, que reversiono desde mi lugar urbano, tratando de ser fiel al original. Trabajamos con instrumentos eléctricos, bajo, batería, acordeón, piano, guitarra, flautas, clarinetes, algunos africanos. Un despliegue de sonidos muy rico”.
En el ciclo de las vacaciones de Salpicón de risas (miércoles 30 de julio y el miércoles 6 de agosto, a las 16, en Chacarerean Teatro, Nicaragua 5565, 4775-9010), participa un grupo de niñas de la compañía Nanyadure, que participan también en Choque Urbano, bailando entre el ballet, el folklore y el jazz. Magdalena Fleitas no cree que el público pida espectáculos de fórmulas comerciales probadas, “lo que pasa es que va exigiendo en la medida que conoce y disfruta. Los chicos son seres muy abiertos a lo que se les ofrece. Eligen lo comercial porque son inducidos, es como un espejismo muy publicitado, visto por la televisión. Pero cuando se sienten tratados con respeto, como los seres inteligentes y sensibles que son, cuando ven a adultos haciendo algo genuino, divertido, con emoción, los chicos responden maravillosamente, ya se trate de una murga o de una zamba. Nuestro espectáculo es muy participativo, un ida y vuelta continuo, niños y niñas se sienten muy integrados. Ojo, que no es que yo piense que haya que darles folklore a los niños, no: lo canto porque me sale del alma, me identifico. Por supuesto que está el plus de acercarles su propia cultura, ritmos originarios, un tesoro que también les pertenece. A mí lo que me resulta más tocante es cuando la gente se va cantando, cuando me escriben las maestras y me dicen que están trabajando mis canciones en la escuela, cuando me entero de que los chicos cantan y bailan en sus casas, inspirados en lo que vieron y oyeron en los shows”.
Fleitas piensa que el filtro de calidad para las obras de teatro para niños debe ser muy cuidadoso, “preguntarse si el espectáculo es estimulante, si les abre puertas, los sensibiliza respecto del arte... Porque la entrega de los chicos merece suma atención, gran respeto. Y que los padres deben elegir el espectáculo con el mismo cuidado que eligen para sí mismos, informándose, una película o una obra teatral. Tener una actitud más activa, no entrar en el consumismo automático, sobre todo en las vacaciones de invierno, donde se ven criaturas chiquitas haciendo colas larguísimas para ver unos de estos shows muy publicitados”.
Violeta Naón, habituada a hacer espectáculos de clown para adultos y habiendo incursionado fugazmente en alguna pieza infantil, está descubriendo gozosamente la comunicación con los niños en su rol de traviesa cicerone en Revuelta de tuerca, del Grupo Caracachumba: “Siempre hacía lo mío como si estuviera destinado a todo el público, sin pensar tanto en edades. Pero por fortuna caí en Caracachumba, en reemplazo de otra payasa, y ésta es la experiencia más fuerte que he tenido con chicos. Florencia Steinhardt me convenció, empecé a ensayar, estaba la estructura de la obra, había muchas ideas en el aire. Yo intervine más en los enganches, trabajé mucho y muy bien con Claudio Hochman. Y ahora que Revuelta... está en escena no te puedo contar el placer que representa para mí, todo un descubrimiento. Es divino trabajar para los chicos, despliego una energía diferente que con los adultos. Ya con el clown estoy completamente conectada con mi niñez. Pero es muy delicado trabajar para chicos: a pesar de que hago a una payasa bastante descontrolada, me fijo mucho por dónde entro en la relación con los chicos. Es increíble cómo se dan cuenta de todo, de detalles chiquitos. Creo que mi personaje es como una válvula de escape para los nenes, que comprenden perfectamente que expreso deseos y tentaciones irrealizables, pequeñas contravenciones. Pero a veces, ellos me ponen límites. Con el tema de los mocos, algunas veces me dijeron: ‘Asquerosa, eso no se hace’. Yo improviso según la situación. En otra oportunidad, cuando digo que estoy sola porque Rodríguez no me da bola, en un silencio total, desde los profundo del superpullman, una vocecita me gritó: ‘No estás sola’. Impresionante cómo te acompañan los chicos o te frenan. Son como esponjas, tienen una percepción muy directa”.
A Adela Basch, creadora de excelentes piezas para niños, le parece que hay cada vez menos lugar para cosas que no estén lanzadas desde una perspectiva de mercado y, en consecuencia “se suele resignar cualquier otro valor, como la calidad artística, el contenido, en este caso que nos ocupa, la especificidad del teatro. Siempre existió esta forma de explotar el espectáculo dedicado a los chicos, pero ahora parecería que los shows se hacen con más despliegue, en salas enormes, mucho merchandising... Desde luego, confío en que el buen teatro, elaborado, con belleza y poesía, va a prevalecer. Pero es una lucha difícil: llegan las vacaciones de julio y te encontrás con la cartelera invadida con meras fórmulas comerciales, seudoversiones de cuentos clásicos o de programas televisivos de dudosa calidad. También están los espectáculos improvisados, de la noche a la mañana, contando con que los niños son un público fácil de complacer, y los que los llevan, también. Los chicos además están presionados por la TV, también están influenciados por el cable. Es un clásico que en las vacaciones de invierno los escenarios se pueblen de boludeces, de trivialidades. Ahora puede haber efectos especiales más sofisticados, pero el espacio para los que producen un teatro infantil inteligente siempre fue acotado”.
A la autora de Abran cancha que viene Don Quijote de la Mancha le costó convencer a los editores de que publicaran sus piezas, que los directores las llevaran a escena. “Sin embargo, he encontrado buenos grupos, comprometidos con mi producción, capaces del mejor esfuerzo para llevar a escena obras mías. Después de más de dos décadas de oír lugares comunes sobre que no interesa leer teatro, tengo muchos libros publicados en distintas editoriales locales y algunas de afuera. Hicieron punta Oiga, chamizo aguará, Abran cancha..., Colón agarra viaje a toda costa. Más adelante, José de San Martín, caballero de principio al fin, Belgrano hace bandera y le sale de primera. Ultimamente me interesa mucho tratar temas históricos, me preparo en profundidad, quiero sentirme en los zapatos de los personajes. Otros títulos que han salido: Quién me quita lo talado, Que sea la Odisea, El velero desvelado. Me pone muy contenta comprobar que no soy la única autora que puede publicar teatro: se abrió una brecha y muchos dramaturgos para chicos lo están haciendo. El teatro ha sido de importancia capital en mi vida de niña. Recuerdo cómo me impresionó la primera obra que vi, La princesa y el porquerizo, mirá vos qué vocabulario, hoy nadie se animaría a usarlo en un título... A mí me gustan mucho los juegos de palabras y, por supuesto, emplear el humor. Estoy publicando Teatro en el acto, de piezas breves sobre las efemérides que se celebran en el colegio, y Borombombón levantemos el telón, también de obras cortas pero sobre situaciones de la vida cotidiana. En estos días, en la Feria del Libro Infantil y Juvenil, el grupo Cuarto Creciente está interpretando Pasión y mandato, libertad al virreinato, la historia de la Argentina desde las Invasiones Inglesas hasta la Declaración de la Independencia, a través de la vida de Belgrano. También está saliendo, por Editorial Norma, mi versión libre del Martín Fierro, Martín Fierro y José Hernández, dos grandes.”
Liliana Bodoc, autora de la extraordinaria Saga de los confines pero también escritora de piezas infantiles y de exquisita literatura juvenil e infantil (por ejemplo, Sucedió en colores) declara que “tanto la literatura como el teatro para chicos no son géneros menores. En primer lugar, se trata de literatura y como tal debe tener una severa, seria y comprometida apuesta estética. No ser un relato con el dedo admonitoriamente levantado para que el niño aprenda lo que debe hacer. La intención primordial es la de conmoverlo, de hacerlo encontrar consigo mismo y con el prójimo. De ninguna manera me parece que tiene que ser para el niño un lugar de absoluta y plena comodidad, de absoluto y pleno pasatismo, sino un lugar que de alguna manera le proponga también una crisis, claro que apropiada para sus códigos, para su edad. Me parece que la literatura infantil y juvenil merece un rango que todavía la sociedad y a veces específicamente la intelectualidad y la Academia no le dan. Creo que María Elena Walsh, maestra de maestras, monumento a la literatura infantil y juvenil, no ha sido estudiada lo suficiente. Una escritora que renovó, innovó en ese campo literario, una escritora bisagra. Pero también hay un grupo de gente que hace literatura con mayúscula y que realmente parecería que no merece ser ni estudiada ni sistematizada por esta razón de que la obra está destinada a niños y adolescentes. Indudablemente, hay mejor calidad en la producción literaria de ficción, que en la teatral. Se nota sobre todo cuando llegamos a las vacaciones, a algún lado hay que llevar a los chicos y asistimos a un fenómeno muy preocupante: que el teatro se transforma en una réplica del lenguaje mayoritariamente alienante que propone al niño (también al adulto) la televisión. Hasta los últimos reductos del arte está llegando la alienación, la mediocridad, el lenguaje del consumismo, de la individualidad extrema, de la indiferencia y la ignorancia por el prójimo. Me parece extremadamente grave que los adultos seamos cómplices de esto, como si desconociésemos que un niño que crece con una mala relación con el arte, tendrá severas falencias en la formación de su pensamiento racional, y también en su capacidad de emocionarse. Entonces, si empezamos a retacearles a los niños los pocos espacios de arte que van quedando, les estamos haciendo un daño irreparable. Creo que no se escuchan suficientes llamados de atención desde el mundo de los adultos, de los críticos de arte, docentes, pensadores. No hay una advertencia seria: miremos a dónde estamos llevando a nuestros niños, a que repitan una vez más la alienación. Creo que el teatro puede transmitir ideas, sentimientos, conocimientos, que esta comunicación no está reñida con la calidad. Al contrario, pueden ir felizmente de la mano y potenciarse mutuamente. Hablar de una obra que transmite valores, que nos humanice de alguna manera, que nos haga reflexionar, no quiere decir que tenga que ser aburrida y de vuelo bajo. Al contrario. Me parece que la clave, una forma de testear si los materiales artísticos que se ofrecen a los niños son buenos, en gran medida es observar la reacción del adulto. Porque cuando el espectáculo es realmente de buena calidad, a una le resulta fácil recordar a la niña, al niño que fue y emocionarse desde ese lugar, pasado pero de algún modo presente en nuestra memoria. Y es así: cuando los grandes nos enganchamos junto con los chicos en el teatro o leyendo o viendo una película, creo que es señal de que ahí hay un gran acierto”.
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