Viernes, 25 de julio de 2008 | Hoy
EL MEGAFONO
Por Dora Barrancos *
En soberbia adultez se nos fue Gabriela González Gass. La conocí en los ‘90 cuando blandíamos la exigencia de los derechos para las mujeres, la procura de mayor democracia en la casa y en la arena pública, y cuando había mucha transversalidad entre las fuerzas políticas gracias a la identidad feminista. Era un cuadro de la UCR en muchos sentidos excepcional, por su inteligencia, su sensibilidad y sus arraigadas convicciones. Cuando se forjó la Alianza, las militantes del Frepaso sabíamos que teníamos en Gabi un alma gemela, y así fue. Cuando ingresamos a la primera Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires nuestra fuerza común aportaba una cuota poco vista de feministas declaradas. Estábamos convencidas de que podíamos crear una legislación innovadora que espejara el garantismo de la Constitución porteña, que avanzara en derechos para las mujeres y para todas y todos los sujetos desprovistos de verdadera ciudadana. El “bloque feminista” funcionó en general muy bien, aunque hubo percances, el más grave sin duda fue el retroceso en el Código de Convivencia —que los nuevos poderes retractivos volvieron a llamar, como en el antiguo régimen, Código de Contravenciones—. Recuerdo el dolor de Gabi cuando la mayoría de la Alianza, sofocada por conceder a la “real politik”, decidió penalizar la oferta de sexo en la calle alterando el célebre art. 71. Travestis y prostitutas quedaron en el ojo de la tormenta, acorraladas por la ola intolerante de vecinos victorianos. Gabi sabía que quienes nos oponíamos a esa modificación estábamos en lo justo y sus íntimas convicciones nos acompañaban. Sus opiniones, en el ejercicio de la jefatura del grupo radical en la Legislatura, habían sido decisivas durante los largos debates en torno del bendito Código. Nuestros cuatro votos contrarios a la iniciativa constituyeron el menguado testimonio del programa garantista de la fuerza que de este modo iniciaba su deterioro. Vi a Gabi —y seguramente no fui la única— llorar fuera del recinto, me conmoví mucho y la abracé fuerte.
Se selló así una amistad profunda. Admiraba en ella la disonancia que había entre su cuerpo menudo y su timbre suave de voz, y la fortaleza discursiva. Argumentaba de manera brillante y contundente, apegada a un régimen sistemático de ideas que no la hacía confundirse. Era una parlamentaria excepcional. Esa primera Legislatura de la que formamos parte sancionó un cuerpo de leyes progresistas en las que resalta la mejoría de la condición de las mujeres, tales como la ley referida a los derechos sexuales y reproductivos, la que penaliza a los morosos alimentarios impidiéndoles desempeñarse en la función pública de cualquiera de los poderes de la Ciudad, la de igualdad de oportunidades y de trato, y en todas participó Gabi. A cargo de la Secretaría de Desarrollo Social, se impuso aplicar especialmente la última y volvimos a trabajar juntas. Y estuvimos también juntas en numerosas manifestaciones presididas por el espíritu de mejorar nuestra democracia con equidad de género.
A veces, constatando la rauda implosión de la Alianza, el deterioro de la UCR y la desaparición del Frepaso, Gabi solía soltar una impresión nostálgica: “¡Eramos tan felices...!” Tal lo que dijo luego de nuestro abrazo cuando participamos del último acto juntas. Estábamos en una mesa cinco ex diputadas de aquella Legislatura inaugural; Gabi se descompuso a poco de hablar y enseguida supimos que lo que le ocurría era gravísimo. Aunque eran indignas de ella las brutales condiciones de sobrevida, guardábamos un resquicio de esperanza. Su muerte me duele como la de una hermana, profunda y conmovedoramente. Nos merecíamos un largo camino con su compañía luminosa.
* Directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, FFYL, UBA. Diputada de la Ciudad de Buenos Aires m/c
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