Viernes, 14 de noviembre de 2008 | Hoy
MúSICA
Después de haberle puesto el cuerpo a un personaje tan contradictorio como desgarrado en la novela Vidas robadas, Virginia Innocenti se da el lujo de cantarle al amor en un puñado de canciones elegidas entre sus dos discos —Habrá y En agua negra— y las que integrarán el que grabará el año que viene. Una manera de celebrar ese rayo que, en palabras de Julio Cortázar —que la actriz eligió para epigrafiar su show—, “te parte los huesos y te deja estaqueado en el medio del patio”.
Por Marta Dillon
Esta vez las canciones serán elegidas. Perlas recogidas entre el cultivo de un repertorio que creció bajo sus cuidados atentos. Un repertorio cosido entre dos discos, instalados como señales en un mismo camino: el primero, casi una expresión de deseo, Habrá; el segundo, un descenso a la materia siempre oscura de la creación, casi un retiro al fondo desde donde después se puede dar el salto: En agua negra. Y también, enagua negra, una prenda íntima con la que se puede circular por la cocina sin perder el encanto. Ahora es justo, entonces, elegir. Y no cualquier cosa. Elegir canciones de amor. O elegir el amor, un privilegio de mujer adulta que ha sabido remar, y decir no, y entregarse, y ahora cantar como se canta cuando se quiere acariciar el alma. Virginia Innocenti prepara un cierre a todo brillo para este año en el que las luces de colores la han tocado con cariño: porque estuvo todo el año en la pantalla de la televisión abierta poniéndole el cuerpo a un personaje difícil, enrevesado. Fue la mala de la telenovela de la noche, fue Nacha en Vidas robadas, una proxeneta que antes fue prostituida y aprendió bien el lenguaje de los captores. Fue, también, Nacha, la más ovacionada en la noche del final de la telenovela al estilo Telefé, con teatro lleno y los protagonistas de la vida real que inspiraron esa trama en la que los cuerpos de las mujeres eran comprados y vendidos como mercancía. Algo habrá puesto Virginia en ese personaje para que los clásicos abucheos que reciben los malos de la película se conviertan en un coro que pide a gritos la aparición del personaje de la ficción. Pero eso no sería nada si no fuera que además es ahora una mujer enamorada y se le nota en una facilidad que siempre tuvo pero que ahora asoma frente a cualquier cosa: la de emocionarse hasta las lágrimas, la de descubrir la poesía en cosas tan cotidianas como el modo en que se dispone de una mesa antes de comer.
“Después de haber hecho una ficción sobre un tema tan delicado como la trata de personas, el secuestro, que me remite a la dictadura —no puedo evitarlo— y que es algo tan vigente en el mundo, pensé que cantarle al amor era necesario.” Resume Virginia la intención del show que dará esta noche, bien distinto por su puesta a los anteriores, porque ahora está dispuesta a hacer del escenario una gala: vistosos vestidos, uno negro para la primera parte, en la que estará solamente acompañada por el piano, en algún momento un violín. Será cuando desgrane las canciones más desgarradas, esas que habitaron tan bien En agua negra, cuando el amor era un desvelo o un deseo pronunciado de cara a las estrellas. Pero cuidado, porque los deseos pueden cumplirse y entonces hay que saber qué hacer con esa gracia. Innocenti elige vestirse de blanco y convocar a un grupo de hombres para festejarlo: Cruz Maldonado. “Son muy interesantes porque no son cursis a pesar de ser muy románticos, son cuatro integrantes que hacen música rioplatense, como para bailar, con letras muy poéticas. Y tienen el plus de poder poner en el escenario hombres enamorados y no edulcorados”, dice ella que algo sabe de esa identidad masculina de manual que apela a las emociones intensas sólo cuando se siente despechada. Entre las canciones que hará con Cruz Maldonado hay una, Pura Luz, escrita hace tiempo pero que ahora tiene otro significado, ahora que sabe que antes de decir que sí hay que saber decir muchas veces no; que perder el romanticismo ingenuo de la primera juventud en realidad es pura ganancia porque entonces lo que sobrevive es el cuidado mutuo, el respeto, el valor del tiempo compartido. “Para mí está bueno descubrirme una mujer adulta. Sobre todo porque aprendí a plantarme sobre el presente sin sentido trágico. Hay momentos en que una está constantemente añorando lo que pasó, deseando lo que vendrá. Y la verdad es que nadie está en la vida para siempre. Ese saber tan básico es lo que permite que las cuentas estén siempre saldadas, tener un cuidado especial por el propio corazón y las propias elecciones. Ahora siento que me doy permiso para disfrutar y lo hago en grande.”
Antes de construir a Nacha, Virginia había hecho otras malas en televisión, algunas tan memorables como planas, tanto como lo suele exigir un género devaluado como el de la telenovela. Esta vez fue distinto. Primero porque tuvo que entender la trama de la trata, un delito que cosecha apenas un poco menos de dinero a nivel mundial que el tráfico de armas pero cuyo objeto de comercialización son los cuerpos humanos. “Antes de Vidas robadas tenía una sola imagen de esta problemática, había visto unos carteles en México y me había quedado la sensación de que eso era algo que pasa en otros países. Después, siguiendo la historia de mi personaje, entendí de qué modo era posible que esto suceda en cualquier lado, a cada momento. Yo defendí mi personaje: una mujer que había sido vendida por su hermana cuando apenas era una niña y cuyo único universo había sido el del maltrato y la sumisión. Más de una vez discutí con los guionistas o con los otros personajes porque yo quería que se quebrara, que hablara, que denunciara. Y ellos me hicieron entender que una vez que se ingresa dentro de esas redes, la mayoría de las veces se sale sólo pagando el precio de la vida.” Fue un placer —un placer contradictorio, es cierto— para esta actriz saber que la inspiración de ese guión era la historia de una mujer de carne y hueso, Susana Trimarco, que hace más de cuatro años que busca a su hija desaparecida, Marita Verón. “Es que me dio la pauta de que desde esta profesión se pueden hacer aportes concretos a la sociedad en la que una vive. Muchos actores y actrices lo hacen de diversos modos. Pero poder contar una historia, escucharla a Susana relatar cómo se habían rescatado otras chicas de las redes de prostitución gracias a una ficción, de alguna manera te hace sentir en el lugar correcto. Algo así me había pasado cuando filmamos Iluminados por el fuego —la película de Tristán Bauer—, porque además de contar una historia, estaba contando mi historia, la de mi generación.”
Virginia se siente como una clavadista, de eso se trata su oficio de actriz y su oficio de cantante y compositora. Se entrena, es cierto, pero una vez que se dio el salto ya no hay espacio para la duda ni la vuelta atrás. Ahí está el vacío del escenario esperando por ella, y sin embargo, aun cuando como este viernes esté prácticamente sola sobre las tablas, es en ese abismo donde se siente a salvo, protegida, a sabiendas de que va a caer en el lugar correcto para que el agua la abrace, sea donde sea su caída. Para eso cuenta con su cuerpo —”mi violín”— y su voz. Y también con la conciencia del peso de las palabras. Una conciencia aprendida a lo largo de una vida trabajando con textos, ya sea para darles vida como actriz como para moldearlos en canciones, propias o elegidas, siempre adaptadas a su boca, a su particular manera de decir, a lo que quiere decir. Aun corriendo el riesgo de que la canción se deforme hasta desaparecer o generar risa, como cuando hizo una versión lenta de un clásico trash de los setenta, “Las olas y el viento”, que le valió más de una burla. No importa, vale la pena el riesgo cuando se tiene una voz cuajada por las cicatrices del corazón y se canta desde “las tripas”, que es como mejor se canta. “Yo creo sobre todo en el peso de la palabra, me acuerdo de una vez que María Herminia Avellaneda me marcó la sutil diferencia entre las palabras dolor y pena. Sutil era para mí, cuando me obligó a repetirlas, me di cuenta de que las separaba un océano. Pero las palabras modelan en la vida cotidiana, resuenan en la caja del cuerpo y a veces vuelven a la superficie resignificadas, hallando por fin el sentido que durante años habían estado buscando dentro de una.” Por eso ahora habrá canciones viejas, canciones apenas adolescentes y otras recién nacidas que serán la materia de su tercer disco, todavía en gateras. Porque muchas de esas letras escritas hace tiempo ahora se acomodan detrás de una elección fundamental que tiene al amor como guía. Entonces será hora de dejarse acariciar por la cosquilla de la voz, que aun cuando hable de desgarros, si lo hace cantando, siempre será como una cura. Y si es para festejar, capaz que llega con su grito al mismo cielo.
Canciones elegidas, junto a Cruz Maldonado, esta noche a las 21, ND/ Ateneo, Paraguay 918.
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