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Viernes, 14 de noviembre de 2008

IN CORPORE

Manténgase refrigerado

“Alarma”, “avancem” diferir pero no postergar, “reserva”, “sin demora”, “no dilatar por motivos triviales”, “planificación”. Esas son las palabras más habituales en los discursos especializados profesionales de la salud van dirigiendo a las mujeres con posibilidades de convertirse en ¿pacientes?/¿clientes? de los bancos de óvulos. En mayo de 2009, en la Argentina nacerá, según afirman, el primer bebé “producto de una donación de óvulos vitrificados”, hic est, un niño nacido con delay respecto de la intención de hacerlo llegar a este mundo, y gracias a la donación de óvulos que, tiempo atrás, habían sido vitrificados (hay en curso otro embarazo originado de la misma manera, pero no se ha brindado aún la fecha estimada de ese nacimiento).

La maternidad tecnológica avanza, y lo hace a pasos agigantados cuando de criopreservación de óvulos se trata, cada vez más fuertemente de la mano de un discurso que convierte la posibilidad de “diferir” en sinónimo de “planificación”, asocia el imperio del reloj biológico y la tiranía que puede significar (los trenes que se van, los niños que ya no serán) con una “alarma”... y se aferra a las estadísticas que mentan la tendencia, creciente, de llegar tardíamente a la maternidad. En el segundo semestre de 2006, por caso, algunos estudios referían que el 73,2% de las argentinas son madres entre los 30 y los 40 años. ¿El destacado? Que las mujeres que alcanzaban mayores niveles educativos se convertían en madres seis años después que aquellas con menos instrucción. “Ese aumento de la postergación es producto de los cambios sociales que se han dado y el rol de la mujer en la sociedad actual, lo que lleva a los médicos a buscar opciones para estos casos”, arguye, precisamente a partir de esos datos, el director médico de uno de los centros destinados a la reproducción asistida (Halitus).

El mismo lugar, dicho sea de paso, brinda algunos de los números generales y particulares de la cuestión: es preciso “recordar que el período más fértil de la mujer es alrededor de los 25 años, disminuye lentamente hasta los 30 y algo más hasta los 35, acentuándose a partir de ese momento. Por lo tanto, la mejor edad para pensar en criopreservar son a partir de los 28 años y es indispensable no posponer la consulta, para poder hacer una buena planificación”.

Lo que tal vez haya comenzado como un privilegio exclusivamente de bolsillos acomodados (los primeros programas de criopreservación, en Argentina, datan de mediados de los 90) ha ido mutando de público. Actualmente, y por hablar solamente de la ciudad de Buenos Aires, poco menos de 100 mujeres de entre 19 y 45 años saben cada día que cuentan con óvulos criopreservados en un instituto dedicado a la reproducción asistida (las cifras probablemente sean mayores). En uno de ellos, además, cuatro bebes han nacido a partir de una técnica sofisticada de reemplazo en el núcleo del óvulo. Aunque los bebes han nacido sanos, la tasa de embarazo, al menos en los casos de quienes se han decidido a descongelar, ha sido del 21%.

A pesar del peso de sus intervenciones (sobre los cuerpos), del dinero que circula por su circuito, del peso de sus representaciones y realidades, el mundo de la tecnología aplicada a la maternidad suele estar poco regulado en nuestro país, al menos en comparación con otros.

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