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Viernes, 14 de noviembre de 2008

Sin salida

La detuvieron, la acusaron de terrorista y secuestraron su trabajo documental. La cineasta y música Elena Varela había registrado en su trabajo el despojo al que fueron sometidas las comunidades mapuches en la era Pinochet, la lucha del pueblo por la recuperación de sus tierras. De visita en Buenos Aires, invitada por Documentalistas Argentinos, indaga en las razones y en los mecanismos de opresión que en plena democracia todavía se despliegan.

 Por Verónica Engler

La cineasta y música chilena Elena Varela se despertó la mañana del 7 de mayo con gritos y un tumulto aterrador. Una veintena de hombres armados y sin identificación oficial la obligaron a ella y parte de su equipo de producción a subir a un auto polarizado, al tiempo que requisaban la casa que alquilaba al sur de Chile, en la IX Región de la Araucanía, adonde se había mudado cuatro años antes para filmar Newen Mapu Che, un documental sobre la lucha del pueblo mapuche que sería financiado con un subsidio otorgado como premio por el Fondo de Cine y el Desarrollo de la Industria Audiovisual.

Luego de un tenso recorrido hacia Temuco (una de las capitales de la región) cargado de amenazas a punta de pistola, la documentalista pudo saber por boca de los reporteros, que estaban filmando el operativo para la televisión, que la acusaban de cooperar con dos asaltos a bancos realizados por ex integrantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), años atrás.

A esta altura son pocos los que dudan de que la detención de Varela está relacionada con el desarrollo de su trabajo documental y la denuncia que allí hace sobre el despojo al que fueron sometidas las comunidades mapuches, echadas de sus tierras –durante la dictadura de Pinochet–, arrasadas por las empresas forestales y también apropiadas por grandes latifundista.

Varela –directora de la Orquesta Intercultural de niños y jóvenes de Panguipulli y que se desempeñó como directora de Cultura de la Municipalidad de Pucón– pasó tres meses y medio en la Cárcel de Alta Seguridad de Rancagua, hasta que logró salir, en agosto, para cumplir prisión domiciliaria. En los próximos días, el fiscal decidirá si continúa con las acusaciones –sobre las que no hay pruebas fehacientes– que se le imputaban al momento de la detención.

En estos meses transcurridos, el revuelo nacional e internacional que generó su caso –tomado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y por Amnistía Internacional, entre otros– todavía no ha logrado que Varela pueda recuperar el material fílmico secuestrado.

–¿De dónde surge la acusación que se te imputa?

–Fue una investigación de dos años que realizaron organismos de Inteligencia de Chile, producto de mis documentales, uno es Newen Mapu Che, y el otro Los sueños del comandante en el que yo estudiaba el MIR en el sur de Chile. Para hacer esto, obviamente, tuve que entrevistar gente mirista. Entonces hacían toda una construcción a partir de las relaciones humanas que uno establece como documentalista. Aprovecharon la instancia de la temática para inculparme los asaltos. A partir de eso, la figura que se empieza a construir es como que soy parte de la organización, y por eso exigen saber quiénes son las personas que entrevisté y dónde las pueden ubicar.

–Los grandes medios se hicieron eco de esta acusación, ¿verdad?

–Claro. La prensa más oficial me ha acusado de todo, primero de terrorista, de guerrillera, de combatiente, de mantener relaciones amorosas con líderes del MIR, de que yo con el fondo de cine habría financiado grupos afuera y habría defendido a (Mauricio Hernández) Norambuena, que es un frentista (del Frente Patriótico Manuel Rodríguez) que está preso en Brasil. Falta poco para que digan que tengo relaciones sentimentales con el subcomandante Marcos.

–¿Por qué tu material resulta de tanto interés para los organismos de inteligencia del Estado?

–Porque en Newen Mapu Che se construye la historia desde 1999 de un movimiento que ha tratado de recuperar sus tierras, que lo hizo en forma pacífica, y que se ha desvirtuado su movilización, acusándolos de terroristas. El hecho de que hayan recuperado 17 mil hectáreas, que eran de forestales, significa un dolor muy grande para el poder económico. Las recuperaron a partir de las tomas de terreno. Era mucha gente que estaba en la conciencia de recuperar la tierra. Para el Estado chileno, para la gente que gobernó, recuperar la tierra es subversivo, y a partir de eso le aplican la Ley Antiterrorista.

–Así como hubo una capacidad para ocupar algunas tierras, también hubo del Estado una respuesta represiva que produjo la muerte de varios dirigentes. ¿En qué situación se encuentran estas comunidades hoy?

–La movilización por la recuperación de tierras fue como hasta el 2003. Con la muerte de (Alex) Lemun (joven mapuche de 17 años asesinado a fines de 2002 por los Carabineros, durante una protesta pacífica junto a miembros de su comunidad, que reclamaban la restitución de sus tierras usurpadas por la empresa Forestal Mininco) y la aplicación de la Ley Antiterrorista, descabezan a la coordinadora Arauco-Malleco, que agrupaba a todas las comunidades que estaban en conflicto. Esa organización, en principio, cuando se funda, estaba conducida por un grupo de lonkos (jefes de la comunidad mapuche) de distintas comunidades. Y a su lado estaban los más jóvenes, gente de treinta que ya había ido a estudiar a la universidad y que se fue fortaleciendo ideológicamente para la lucha por su pueblo. El tema principal es que esa tierra que está siendo ocupada por forestales, originalmente no era de las forestales, fueron quitadas durante la dictadura militar. Cuando llega la transición se hace un pacto con el pueblo mapuche. Y sucede que cuando se instaló (la hidroeléctrica) Ralco (en 1999), no se respeta el acuerdo por primera. Y como no se cumplió el pacto, la Coordinadora toma más fuerza. Y lo primero que hace el Estado chileno es aplicar la Ley de Seguridad Interior y detiene a un montón de los líderes de esta coordinadora y los mete presos por cinco años, acusados por incendios a fundos y camiones, por cualquier cosa. Un ejemplo de esto es Víctor Ancalaf, uno de los constructores de la idea de la Coordinadora Arauco-Malleco, que salió en libertad el año pasado. Le dan duro a la organización y descabezan la Coordinadora. Mucha gente entra en la clandestinidad y se genera la Organización de Presos Políticos.

–Cuando te mudaste al sur de Chile tu objetivo era acercarte al pueblo mapuche para realizar una investigación musicológica. ¿Cómo fue cambiando la idea original de tu proyecto?

–Cambió porque, en principio, “el chileno” está desinformado, y yo era parte de “el chileno”. Y, por otro lado, no te puedes hacer el ciego cuando están reprimiendo a las comunidades. Empecé a investigar a la Chepa (Patricia Troncoso, militante mapuche todavía encarcelada), a la Angélica Ñancupil, vocera de la Coordinadora Arauco-Malleco, y a la Mireya Figueroa, que está clandestina. Ellas forman parte de mi historia Tres mujeres y la madre Tierra (el documental que dio origen a Newen Mapu Che). Ellas me llevaron por otro camino porque me dijeron: “No, éste no es un problema de género, éste es un problema del pueblo, así que el tema del conflicto no lo puedes abordar como mujeres”. Ellas me condujeron a hablar del pueblo, me apoyaron, me entregaron herramientas de construcción de la historia, hasta que logré entender la vida clandestina mapuche y por qué luchan. Porque en general la gente de izquierda cree que el mapuche es de izquierda y no es así, el mapuche es mapuche nomás, y el gobierno se encarga de decir que son terroristas de izquierda y son revolucionarios, pero no es así. Dentro del movimiento mapuche hay grupos que han ido más al choque como la única salida, porque ven que igual los toman por terroristas y los encarcelan 10 años. Hay mucha gente que ya no cree en los caminos de “hablemos con el Estado, con el gobierno, porque así nos van a otorgar algunos beneficios”, y se han rebelado nomás. Hay grupos que tienen una opción distinta y la represión llega igual a todas las comunidades.

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