Viernes, 14 de noviembre de 2008 | Hoy
CLASIFICADOS
Por Roxana Sandá
A escasos cuatro meses del próximo Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las agencias mundiales de seguridad y salud se preparan para arribar a una conclusión de manual: los descuidos son causa si no fundamental por lo menos relevante de los riesgos laborales que comprometen a las mujeres. La ausencia de prevención y evaluación de esos riesgos y la fuerte segregación ocupacional entre géneros posiciona en veredas desiguales a hombres y mujeres. Ocasiona, cuándo no, que los varones se expongan a exigencias y tensiones de menor calibre.
El destacado lo emitió días atrás la agencia Europa Press, que delineó el estrés como fuente de males femeninos por acoso sexual laboral, discriminación, labores con grandes exigencias emocionales y la carga horaria de las tareas domésticas. Las malas posturas, los movimientos repetitivos, la estancia prolongada de pie o sentada, el levantamiento de peso son hijos de otro tipo de desgracia, el Trastorno Musculoesquelético (TME), que afecta cuellos femeninos y extremidades superiores. En “El trabajo de las mujeres. Comprender para transformar”, coordinado por Karen Messing, de la Universidad de Québec, se incluye un capítulo sobre América latina a cargo de Manuel Parra Garrido, del Centro de Estudios de la Mujer de Chile. El investigador deja claro, aunque a quién le cabe duda de ello, que la situación de las trabajadoras de la región es todavía más precaria que la de sus pares europeas. Advierte sobre la escasez de informes de investigación que aborden la salud de las mujeres con una óptica de género. Para Garrido, la producción académica de los últimos años, referida a la salud laboral de las mujeres, devela un divorcio entre la investigación orientada a la acción y el mundo académico. Pero acaso el aspecto más interesante del estudio es el paralelismo que establece entre la incorporación de las mujeres al mercado laboral y la implementación de políticas de flexibilización laboral en América latina, que las sometieron a formas de subvaloración del trabajo, diferencias salariales y segregación ocupacional. La precariedad del empleo, precisamente, se vincula con el perfil de las principales enfermedades laborales, físicas y mentales, y alcanza a la salud emocional, al incluir categorías como conciliación trabajo-familia, la oposición de la pareja y la falta de apoyo institucional y familiar. En la Argentina, los tres ejes constituyen materia común que, por supuesto, no figura en ninguna agenda ministerial para su detección y temprana asistencia.
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