Viernes, 5 de diciembre de 2008 | Hoy
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Del fin de su presentación en Buenos Aires, ayer, queda el consuelo de su último disco: Ojos de culebra, inspirado y dedicado a las curanderas, esas mujeres que despliegan saberes ancestrales, aprendidos de boca en boca, poderosos para descubrir la magia de los elementos cotidianos: Lila Downs, mexicana mestiza, señalada por Chavela Vargas como su heredera, sabe agradecer estos saberes populares tanto como sabe rescatar el canto y la cadencia latinoamericanos, con sus placeres y sus dolores.
Por Veronica Gago
Confiesa tener influencias de Lucha Reyes y de Ella Fitzgerald, de Los Tigres del Norte y de Elis Regina, del Subcomandante Marcos y de Celia Cruz, de Bob Dylan y de los Orixas, entre muchos otros y otras. Así, como un collage, se compone la experimentación sonora a la que la mexicana-estadounidense Lila Downs le presta su voz. Casi como una médium entre tradiciones e innovaciones, pero haciendo de su interpretación una nueva fuerza expresiva. Sin clichés folklóricos, sino llevando al límite lo latinoamericano-mestizo; tomándose la fusión en serio y con interpretaciones que hacen de la mezcla un método riguroso, Downs está de gira presentando su nuevo disco: Ojo de culebra (EMI), donde se mueve entre el flamenco, la cumbia, el reggae, la música zíngara y los ritmos negros del sur norteamericano. Anoche debutó con su show en Buenos Aires.
Este disco está inspirado y dedicado a las curanderas, a esos saberes que confían en conducirse por el cuerpo con otros mapas que los que provee la medicina occidental y que, aun marginalizados, siguen sosteniendo una cultura popular de curación y protección de la vida. Como un ruego ha escrito como apertura de estas nuevas canciones: “Cúrame madre del susto, límpiame con ruda y floripondio, sóbame mis pies cansados con aguardiente”.
La carga emocional de las letras es una puesta en escena de esas otras voces –chamanes, culebreros, sanadoras, parteras–, que se suman al repertorio de personajes que son convocados en sus discos anteriores: las y los migrantes al otro lado de la frontera mexicana (a quienes dedica su disco La línea/Border), las mujeres que buscan justicia (como “Dignificada”), y las míticas lloronas.
Downs conquistó en el 2005 el Grammy Latino con One Blood y en el año 2006 fue nominada a los Oscar por su música en la película Frida de Salma Hayek. Fue en el 2006 también cuando Chavela Vargas, en su despedida, la nombró a Downs como su sucesora, para seguir el linaje de la canción mexicana interpretada por grandes mujeres. Ahora compone letras para un musical basado en el libro Como agua para chocolate de Laura Esquivel.
–Es una relación de muchos años, pues yo crecí en una región de Oaxaca donde la curandería es la única opción para personas que cuentan con muy escasos recursos, incluso con poco conocimiento del mundo occidental. Se acostumbra entonces y es lo único con que se cuenta muchas veces.
Mucho después, cuando yo estudié antropología recuerdo que quise tomar a las curanderas como tema de mi tesis. Pero no lo hice en ese entonces porque no encontré al famoso curandero, al chamán, en el pueblo adonde yo había ido a buscarlo, que era en la misma región del pueblo donde yo nací, pero como a dos horas. Así que cambié mi tema de tesis y la hice sobre el simbolismo de los huipiles (blusa adornada bordada de colores) triquis, que es otra etnia, que está junto a la etnia mixteca en mi región.
Pero creo que la curandería siempre me ha fascinado porque es una tradición que está muy viva y que yo la veía concretamente cuando a mi abuela, por ejemplo, venía a verla un brujo de la zona, venía a curarla, a chuparla, y de pronto mi abuelita se sentía muchísimo mejor. Entonces siempre he tenido mucha curiosidad de dónde venían esas ideas para la sanación que me parecían tan diferentes al mundo occidental, es algo que había percibido desde mi niñez.
–Tuve una crisis personal en estos últimos cuatro años: no pude concebir un hijo. Y eso me afectó pero no pensé que me iba a afectar de una manera física. Pero sí. Empecé a perder la voz. Fui a médicos, a foniatras y consulté a mi maestro de canto. Finalmente, fue él quien me dijo: “Sabes que si tú no resuelves esta cuestión por otros medios, no vamos a llegar a nada con la voz”. Ahí me dije, “bueno, yo soy de Oaxaca, voy con la curandera. No me queda de otra”. Y terminé con doña Queta, una curandera maravillosa que vive a la vuelta de mi casa, que es además la más famosa curandera de mis pagos. Mi estado está muy enraizado –como también Chiapas y Veracruz– con lo que es la curandería y con la sabiduría de la herbolaria indígena. Entonces, doña Queta me dio una serie de tés que yo me he tomado durante seis meses y también he hecho prácticas de actitud y de pensamiento para la sanación. Prácticas físicas pero también de diálogo con mi cuerpo. Y eso me encantó porque no había tenido esa conversación conmigo misma desde hace mucho tiempo y fue un logro muy grande. Me ha vuelto la voz y por eso le agradezco mucho a doña Queta y es a quien le dedico este disco.
–Ese todavía está pendiente. Porque nosotros viajamos mucho (se refiere a su compañero y productor, el estadounidense Paul Cohen) y entonces ha sido un poco difícil demostrar que somos gente decente (risas) para adoptar un bebé. Pero ya en Oaxaca estamos en eso.
–Más que nada me interesó cuando empecé a cantar en los bares de Oaxaca y notaba que había una necesidad del público de oír esa música. En especial percibí que cuando empezaba a cantar “La llorona” o “La sandunga” había una recepción muy fuerte y entonces sentí que tenía que volver a interpretarlas. Pero hay que tener en cuenta que Oaxaca es un lugar muy particular, porque todas crecemos conociendo los temas en zapoteco, en mixteco. Se acostumbra que conozcas la región, tus comunidades indígenas, la indumentaria que utiliza cada quien, porque hacemos una fiesta cada año que se llama la Guelaguetza. Entonces, aunque seas mestiza, aunque no seas de ninguna etnia, todo esto te lo enseñan, como debe ser, desde chiquita.
–Claro, porque su madre también era zapoteca, de Oaxaca. Pero también por lo extranjero: tengo un padre yanqui y en mi apellido siempre se reflejó esa parte de mí que era extranjera, pero que físicamente yo no me lo explicaba. Así surge una especie de crisis en mí. Bueno, en la adolescencia creo que estás en crisis en general y como que estás buscando con qué y con quién identificarte. Para mí fue muy importante ella en la universidad, cuando estaba estudiando el textil y el simbolismo de la mujer. Digamos, el textil como lenguaje de la mujer y como documento histórico, que fue lo que argumenté en la tesis. Creo que las mujeres tenemos unos lenguajes que son muy diferentes. Por medio de la música y por medio de otra gran mujer, argentina, Mercedes Sosa, me di cuenta de que ella como música es una voz que carga a la vez con la belleza y con el pensamiento. Y que esa combinación es la que me interesa.
–Yo diría que es dolorosa. Porque como a veces me concibo como mujer indígena, la relación con la política es una relación incómoda. Para nosotros en Oaxaca, lo que a veces representa el gobierno es nuestra propia gente, la misma que nos hace daño y nos manipula. En los últimos años, sabes que en Oaxaca hemos pasado unos problemas muy difíciles (la represión del gobierno local contra la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca –APPO–, episodios cuyos rastros pueden escucharse en los temas “Perro Negro”, “Justicia” y “Ojo de Culebra”). Pero también la política me ha enseñado a no tomar partido, porque empiezas a dividir a tu propia gente, a tu pueblo y a tu cultura y sale ganando el político, un individuo en particular. Creo que este disco es otra cosa, busca otra sensibilidad política: no es tan de opiniones, sino que habla más desde las entrañas, como una cuestión más mágica con la que los latinoamericanos nos identificamos, porque si no, ¿cómo puedes pasar esos momentos tan difíciles por los que pasas cuando tienes un mal gobierno?
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