Viernes, 12 de marzo de 2010 | Hoy
En el libro Tiempos de infancia, fragmentos de doscientos años, Graciela Frigerio y Gabriela Diker reconstruyen los juegos y los deberes, la relación con la familia y con la sociedad que han venido teniendo los niños y niñas argentinos a lo largo de estos doscientos años. Una sugerente selección de imágenes tomadas de archivos y de arcones familiares consigue mostrar de qué color es la edad dorada según pasan los años.
Por Laura Rosso
¿Cómo se cuenta la infancia –las infancias, mejor en plural– de estos dos siglos de historia en Argentina? ¿Qué puede capturarse de las infancias, de sus contrastes y diferencias en estos doscientos años? ¿Hay un modo de comprender las infancias en ese recorte? Sin duda, el libro Tiempos de infancia, fragmentos de doscientos años (Editorial Santillana), escrito por Graciela Frigerio y Gabriela Diker y editado por Santillana da cuenta de la pluralidad de infancias que han habitado estos doscientos años de historia en nuestro país. Diker y Frigerio, lejos de instalarse en una mirada de totalidad, eligieron mostrar fragmentos. Lo que se vuelve disponible en el libro son tiempos o fragmentos de tiempo. El tiempo es el eje ordenador desde el cual se atraviesan las infancias: los primeros tiempos, el tiempo de juego, los tiempos escolares, los tiempos de trabajo, y los que las autoras llaman el resto del tiempo, el tiempo libre. Y también esos tiempos complejos que atraviesan las infancias, que marcan las infancias: las relaciones entre infancias y políticas.
Las autoras suelen decir que el libro es un caleidoscopio. “El libro tiene una composición arbitraria. Nosotras hicimos un recorte. Nos llevó mucho trabajo y discutimos mucho pensando las categorías, qué poner, qué no poner.” En sus doscientas páginas se ofrecen cerca de trescientas imágenes que, lejos de haber sido elegidas al azar, responden a un criterio sobre lo que las autoras querían mostrar. “Nos parecía que las infancias de alguna manera conllevan, arrastran y tienen en su interior modos del tiempo, de ser el tiempo, de ocupar el tiempo, de crear el tiempo. Por supuesto no pudimos poner todos los tiempos y fue muy difícil aceptar que esos títulos que centralizan o focalizan la mirada y la atención en unos tiempos, dejan afuera otros”, aclara Frigerio. “Nos importaba cruzar tres temporalidades diferentes: la del tiempo de la infancia como un tiempo de la vida, la de los tiempos institucionales que marcan el transcurrir de la infancia y la del tiempo histórico –destaca Diker–. Entonces necesitábamos cruzar temporalidades que tenían duraciones diferentes, ritmos diferentes y en ese sentido el tiempo se nos convirtió en un eje. También en ese sentido es que decimos que el libro no es una historia de la infancia en la Argentina. Sí, lo que intentamos es historizar ese tiempo de la vida que es la infancia, poner en tiempo histórico ese tiempo de la vida. Y eso da por resultado este libro, que pone a la infancia en escenarios esperables como la familia o la escuela pero también pone a la infancia en escenarios no tan esperables como es el de la política o el del trabajo.”
Tiempos de infancia... ofrece imágenes (de archivo públicos y particulares) y textos de especialistas en diferentes temas, pero es el lector quien además agrega lo suyo. “Para nosotras el lector es aquel que finalmente coloca el caleidoscopio en una figura y dice ‘ésta es la figura que me gusta, ésta es la que me aterra, la que me atrae, la que no soporto, la que me tocó...’ Y recompone así, de algún modo, sus propias imágenes, para repensar sus representaciones, e incluir aquello que aquí no fue considerado”, dice Frigerio. Y Diker agrega: “El libro muestra la multiplicidad de formas de transitar la infancia, tanto a lo largo de la historia como en la sincronía; hay muchos modos de ser niño, muchos modos de ser adulto y algo de esa diversidad creo que logramos plasmar, a veces mostrándola de manera directa y a veces simplemente mostrando un contraste. No queríamos hacer una historia que impusiera una especie de universal acerca de lo que la infancia es”.
G. D.: –Buscamos operar en algunos casos mostrando el prototipo de la mirada de una época sobre los niños. En el cumpleaños, por ejemplo, hay sólo dos fotos que son muy prototípicas, que indican algo del orden de una recurrencia, de un ritual en relación con la infancia. En otros casos optamos por incluir fotos que justamente rompen el prototipo, conmueven, no es lo que uno espera encontrar ahí.
G. F.: –Hay una foto que es una imagen típica de vacaciones de más de una época, donde hay dos niños subidos a dos burritos y abajo están los paseadores, que son otros dos niños. Esa foto está en el capítulo del trabajo. Ahí nos importaba cómo la misma imagen daba cuenta de dos posiciones de la infancia, el que puede disfrutar de un tiempo libre entendido como vacaciones, el encanto del paseo, la originalidad para un niño de la ciudad de andar arriba de ese burrito en las sierras cordobesas y a la vez poner en evidencia que hay esos otros dos niños para los cuales eso es un trabajo.
G. D.: –Es una foto que perfectamente podría haber estado en el capitulo sobre el tiempo libre, pero que puesta en el capitulo sobre trabajo conmueve lo que uno ve ahí, y lo que ves, en general, son los niños jugando, no los niños trabajando. Nos parecía interesante que por momentos el libro convocara a la propia memoria y que por momentos conmoviera.
Otro contraste interesante tiene que ver con mostrar –con dos fotos– la recurrencia de un gesto: la misma manera en que dos padres sostienen a su hijo en brazos con un siglo de distancia. Hay también diferencias que son notables a lo largo de un siglo. En el capítulo de juego, por ejemplo, hay una foto que muestra a unos niños jugando a los soldaditos de plomo y en la otra página, chicos jugando con la play station –probablemente también a un juego de guerra–. “Con cierta economía de imágenes podíamos decir lo que queríamos decir, tanto en lo que permanece en el gesto que insiste como en lo que definitivamente es otra cosa”, subraya Diker.
En el libro, imágenes y textos dan cuenta del modo de transcurrir o vivir la niñez. Y lo interesante es que ningún texto alude directamente a una foto. Para las autoras el trabajo con los textos fue tan minucioso como el trabajo con las imágenes. Al respecto, Frigerio relata: “Las imágenes te relanzan, te capturan. Hay mucha resonancia en términos de la biografía de la gente que vio el libro, que lee el libro. Pero también están los textos. Para nosotras el trabajo de los textos implicaba decir de manera muy austera, condensada y la vez clara algo que a veces agregaba a lo que la foto no podía decir. Nos importaba testimoniar con un puñado de ideas que hacen a un marco interpretativo, que no por ser un marco interpretativo es un marco cerrado, sino que es polifónico, plural y pluridisciplinario. Nos parecía que eso compone junto con la imagen algo de estos fragmentos que nosotras habíamos decidido enfatizar”.
Una vez elegidos los ejes, las autoras encargaron los textos. De algún modo, las biografías de los autores de esas líneas eran las razones por las cuales les solicitaban los trabajos. “Cuando pensamos en Teresa Chiurazzi para la arquitectura escolar sabíamos que ella la ha pensado y puede hablar de esto, o cuando le pedimos a Débora Kantor que trabajara sobre ‘el resto del tiempo’, la recreación y las colonias, sabíamos que Débora es en la Argentina quizás la persona que con más pertinencia, justeza y justicia puede dar cuanta de esto. Convocamos gente que tiene un modo de entender las infancias y la política y la historia argentina, gente con producciones propias y a la vez enfoques muy singulares que nos importaba ofrecer y poner como disponibles para pensar”, concluye Frigerio.
El tema de las infancias es un tema en el que tanto Frigerio como Diker vienen trabajando desde hace muchos años, en diferentes espacios de debate, de investigación y de formación. “Es el resultado de una historia de producción colectiva y compartida en muchos casos con la interlocución de los que escribieron los textos del libro –cuenta Frigerio–. Empezamos a hacer de las infancias una cuestión que nos preocupaba, que nos llevaba tanto a reflexionar, pensar e investigar como a intervenir directamente con propuestas concretas en situaciones muy ríspidas, muy ásperas o existencialmente duras. La actualidad de las infancias estuvo en el comienzo de esta historia de fragmentos de infancia”. Diker agrega: “Era una novedad para nosotras intentar otra forma de narración, otro modo de narrar, que era jugarnos por las imágenes. Eso fue nuevo y fue súper interesante. Hay en la imágenes una fuente de un decir, de un pensar, de un entender que queríamos agregar a los modos de escritura por los que habíamos transitado antes”.
G. D.: –Sí. La imagen muestra el referente y también la mirada del que fotografía. Esas imágenes muestran varias cosas al mismo tiempo.
G. F.: –La imagen dice tanto del que está fotografiado como acerca de quien tomó la imagen, eligió esa pose, ese lugar, ese foco, esa distancia, esa luminosidad. La infancia es el resultado de una producción discursiva, la de las disciplinas, la de las políticas, la de las instituciones y es también el resultado de la mirada que los grandes tienen sobre la infancia, que deciden capturar ese gesto y no otro, esa manera de poner el cuerpo. Eso, lo que está diciendo, es que hay un grande que quiere crear esa infancia, poner ese acento.
G. D.: –Hay dos capítulos que muestran eso con claridad: En “Los recién llegados” la imagen de los bebés, la típica fotografía de estudio de la primera mitad del siglo XX y de la recurrencia de la posición del cuerpo, el modo en que se retrata. Y el otro es el capitulo sobre las fotografías escolares, en realidad se fotografía la normatividad escolar y en ese sentido es muy potente lo que muestra cada imagen.
G. F.: –Lo múltiple, lo plural, lo que entendemos que interpela. “Políticas contra la infancia” contrasta con la idea de que toda política dicha para la infancia en efecto apunta a la aparición de un sujeto gozoso. Los chicos están confrontados a políticas contra la infancia. Nos importaba no ahorrar los matices. Cuando uno dice “infancia” se supone que a priori hay algo así como un amor incuestionado y lo que uno puede constatar cuando trabaja en los plurales, en los matices es que esta afirmación tan amorosa merece por lo menos un sobresalto. Mirando a los niños lo que se refleja finalmente es algo del lugar de los grandes.
G. D.: –Quisimos hacer visible una idea que nos orienta desde hace mucho tiempo: es necesario romper toda normatividad para pensar la infancia y para restituir a todos los niños en el universo de la infancia. Lo que hay que romper son los universales sobre lo que un niño debe ser, sobre el modo en que un niño va a ser más sano o más feliz. Sólo discutiendo los universales es posible incorporar a todos los niños en el universo de la infancia y en ese sentido hay algunas fotografías que desnudan esa normatividad, muestran cómo un universal se puso en juego en un momento histórico.
G. F.: –No se puede pensar la infancia por fuera de la relación con los adultos, por fuera de los discursos que los adultos producen sobre la infancia, que imponen a las infancias sobre las prácticas concretas, institucionales, políticas. Las infancias son reveladoras, analizadoras de un modo de entender la relación entre grandes y chicos y en particular de un modo de ser, ejercer, estar siendo, oficiar de grandes. Entendemos que la infancia es siempre relacional. La mirada tiene que ser una mirada reflexiva hacia los adultos. No se puede sacar la infancia del marco de tramas relacionales.
G. D.: –Lo que sí se registra con toda claridad hoy es que durante un tiempo –podemos decir un siglo o un poco más– la escuela y la familia concentraron los espacios de interpelación de la infancia y los espacios de encierro de la infancia. Hoy en día los niños son interpelados por espacios mucho más amorfos, más difusos, como es el mercado y los medios de comunicación, que escapan ya definitivamente al control de los ámbitos tradicionales de encierro del niño y que producen otro cuerpo infantil. Y el resultado es otra infancia.
Ambas autoras se propusieron matizar toda tentación de universalizar un deber ser para atrás o para adelante acerca de la infancia. Lo explican de esta manera:
G. D.: –Quisimos romper ese falso saber que es el prejuicio. El prejuicio es una cuestión muy embromada, algo que se presenta como certeza, convicción apabullante y es un pre-juicio, es decir antecede al encuentro con el otro. Nos importa trabajar en la denuncia del prejuicio, en el sentido de que el prejuicio altera, obtura, excluye. Dar de baja al prejuicio implica dar de baja categorías de pensamiento.
G. D.: –Es una renuncia que es muy complicada de hacer, la renuncia a establecer lo que es bueno para todos los niños, para toda la población infantil. Entonces, por un lado sostenemos que es necesario generar políticas universales en relación con la infancia y al mismo tiempo sabemos que esas políticas universales solo pueden ser efectivas si desmontan un deber ser único aplicable a toda la población infantil. Porque cuando eso no se desmonta, la operación es simplemente de exclusión, es todo o nada, se aplica a los que se consideran niños, estos otros ya no los consideramos niños, están fuera del universo de la infancia. Esa es la operación compleja sobre la que es importante trabajar. Y en un libro como éste, nos recordábamos todo el tiempo que, además de ser bello, había algo que teníamos que decir, no era solo mostrar lindas fotos o ajustar una cronología que mostrara cierta evolución.
G. F.: –A veces hay un saber que no termina de ser asumido como saber, hay un saber que uno preferiría ignorar y se ve cuando entrás en ciertos contextos o te confrontas con ciertas historias o ciertas dificultades existenciales donde se condensan las adversidades. Eso fue algo que no sólo no nos dejó indiferentes sino que fue una experiencia; marcó un antes de y un después de. La preocupación sobre las infancias actuales fue como el comienzo de toda esta trayectoria.
G. D.: –Algunas cosas pudimos mostrar y otras seguramente no, pero está claro que lo que hay hoy son otras infancias y otros adultos, otros modos de ocupar esas posiciones. Probablemente lo que hoy uno encuentra es una aceleración del tiempo de la infancia. El tiempo de la infancia deja de ser un tiempo de espera para cuando sea grande, es un tiempo que se juega más en el aquí y ahora. También es, en algunos sectores sociales –por algunas razones en unos y por otras en otros–, un tiempo donde la autonomía aparece más tempranamente. La autonomía en relación con los adultos, sea porque hay que subsistir en la calle solo, o sea por el acceso que hay a la información y a la participación directa en el mercado de consumo. Que los niños sean interpelados directamente por el mercado los pone en un lugar de poder. Y creo que eso tiene que ser registrado como una novedad en algún sentido. Con lo cual uno puede encontrar en la infancia hoy un movimiento de mejoramiento en algunas cuestiones que tienen que ver con la protección de los niños y también algunos movimientos que son regresivos en relación con la infancia. En cualquier caso lo que hay es definitivamente otros adultos, otros modos de ocupar esa posición, otro modo de vínculo con los niños.
G. D.: –Porque la infancia es esa recurrencia, siempre hay unos que vienen, que llegan... En verdad queríamos hacer un libro que no fuera solo un libro de lo que fue. La infancia siempre es lo que está por ser, y en ese sentido nos parecía que “a los que vendrán” le daba el tono a por qué querer recuperar esa historia.
G. F.: –Y también porque es un modo de justificar, de argumentar por qué ir para atrás, por qué dejar una traza de lo que ya aconteció. Cuando uno habla de transmisión, de educación o de cultura, siempre las trazas tienen sentido en términos de algo que no es ni lo que uno escribe, fotografía o piensa sino aquello que otros, aún no llegados, van a encontrar. En este sentido es como una oferta a reinterpretar por otros, así como nosotras reinterpretamos a lo largo del libro esas imágenes, esas historias, esas instituciones, bueno... de algún modo siempre la cultura y la educación tienen una dedicatoria que va más allá del presente. Cuando uno piensa en términos intergeneracionales siempre está el que aún no sabemos quién es, el que aún no llegó, para quien de alguna manera tiene sentido hacer algo. Es una apertura al porvenir.
Gabriela Diker es egresada de la UBA y doctora en Educación (Universidad del Valle, Colombia). Autora de numerosos libros, sus artículos han sido publicados en distintos países.
Graciela Frigerio es también egresada de la UBA y doctora en Educación (Universidad de París V, Francia) y autora de numerosos trabajos que analizan la problemática de la educación editados en América latina y Europa.
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